Dilemas del arte efímero
Posted by LA ARGENTINIDAD ...AL PALO en julio 18, 2006
Alicia de Arteaga
Demian Hirst, el chico malo del arte británico, ha vuelto a desatar el escándalo entre los críticos londinenses al presentar su última obra: una oveja en actitud agonizante sentada en el inodoro de un baño con una aguja clavada en su pata. De todo menos artista le han dicho los tabloides ingleses, que lo acusan de abusar de un recurso que lo hizo famoso: convertir en obra de arte despojos de animales muertos.
El primer trabajo fue un tiburón que vendió en cientos de miles de dólares; luego, una vaca partida en dos y más tarde una oveja cortada en rebanadas, siempre encapsulados en tanques de formol, método que le ha jugado una mala pasada, cuando el propietario de la pieza reclamó la semana pasada por el estado de conservación del tiburón, en avanzado estado de podredumbre.
¿Esto es arte? Demian Hirst integra el grupo de «jóvenes artistas británicos» (YBA, siglas en inglés) que lideró la escena desde que el publicista Charles Saatchi compró todas sus obras y las mostró en la exhibición «Sensation», en la Royal Academy de Londres y en el Museo de Brooklyn, tras la negativa del alcalde Rudolph Giuliani de autorizar la muestra en Nueva York.
Las obras de Hirst se cotizan arriba del millón de libras esterlinas, incluida una serie de instalaciones llamadas «farmacias», que muestran estantes con frascos de remedios. El escándalo que rodean sus inauguraciones y cierta ira contenida del establishment han sido los mejores aliados de este artista de 41 años, ganador del Premio Turner, en 1995. Las críticas no hacen mella en el humor de Hirst: él asegura que lo que importa es la idea, no su realización, que está a cargo de sus 75 asistentes.
La oveja agonizante lleva por título «La tranquilidad de la soledad» y está inspirada en el retrato que Francis Bacon hizo de su amante George Dyer tras encontrarlo muerto en el baño por una sobredosis.
Hay más preguntas que respuestas sobre el arte actual y el futuro de esta obra antes efímera que trascendente. ¿O, acaso, alguien imagina estas instalaciones de formol cambiando de manos en el siglo XXII como objeto de deseo, a la manera de Ronald Lauder con el retrato de Gustav Klimt por el que pagó 135 millones de dólares?
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