LA HABANA, Cuba – – Silvio Rodríguez, uno de los más fecundos de nuestros trovadores acaba de regalarse a Fidel Castro, según la primera página del periódico Juventud Rebelde del pasado 5 de agosto, donde el poeta que canta aparece en una foto ampliada con aspecto candoroso y bonachón. Viene a mi mente Sergio Corrieri, aquel actor de cine que se convirtió en dirigente político de Cuba.
Esa generosidad de Silvio no sorprende a quienes lo conocen en la actualidad y sí a todo aquél que lo descubrió hace muchos años, sobre todo a comienzos de la década del setenta, cuando era un barredor de tristezas y se sentía disidente mientras cantaba sus penas a la luz de la luna.
Ya este señor gordito, peinado a raya ancha, elegante, con gafas caras y sonrisa apacible no es aquel hombre que polemizaba y cantaba en cualquier balcón del Vedado, porque no podía hacerlo ni en la radio y mucho menos en la televisión.
Andaba, si mal no recuerdo, con el mismo blue jean gastado, sin un peso en el bolsillo y bebiendo ron del más barato. Su guitarra no era de las mejores, pero sonaba bien en el silencio de la madrugada gracias a la letra de sus melodías y a su flácida voz de joven cubano, haciendo sus discursos sobre su derecho a hablar.
Reconozco su fama de artista, bien merecida. Desde sus mismos comienzos sus amigos lo aplaudieron sinceramente. Cuando todavía el pueblo no había escuchado sus canciones predijeron su triunfo casi en murmullos y hasta con un poco de miedo.
Ahora dice a la prensa que “a Fidel le regalo hasta mi persona”. Un gesto tan altruista que hasta me parece sospechoso. ¿Qué tramarán con el poeta? ¿Acaso en vez de seguir cantando, querrán convertirlo en un alto jefe político como el otro? Figura tiene para eso. Los mejores líderes del futuro cubano seguramente serán gorditos, de baja estatura, miopes, de poco pelo, de voz gangosa y hasta un poco llorones. Que el carisma no nos obligue, por Dios, a dormir nunca más en los laureles, ni creer en los cantos de sirenas.
Pero no nos hagamos ilusiones. Tal vez no se trata de ninguna estrategia y no sea Silvio un borrego tan fácil de pastorear. Es un artista. Además, nadie olvida que siempre le gustó regalar su persona, sobre todo a las damas que pasaban indiferentes ante él. Mientras la ciudad se derrumba y él cantando, me pregunto si restos de persona aún le quedan. Porque Silvio puede que ya no sea el de antes. Dicen que la fama no le hace bien al ser humano. Que de oveja negra se puede convertir en lobo de ovejas, que la fama es un espejo, donde aquél que se mira demasiado, tan demasiado grande se ve, que el espejo acaba por hacerse astillas.
Silvio terminó regalándose al que es dueño de todo. No hacía falta, Silvio. La neurocirujana Hilda Molina también es de él. Tanto, que ni siquiera le permite vivir con su familia en Argentina. Debió regalarse Silvio (así se lo dirá la historia) a quienes más se lo merecen: a esos cientos de hombres que han sido encerrados en celdas como animales, sólo porque piensan diferente, o porque escriben diferente, porque quieren una Cuba para todos, sin hambre, sin cárcel, sin exilio. Esos caídos, esos que nada poseen, se lo merecen todo. También los millones de cubanos que tienen un dueño contra su voluntad.
Nadie sabe lo que va a pasar con el futuro de Cuba. Yo tampoco sé lo que es el destino. Todo puede cambiar en un solo instante. Entonces todo se sabrá. Hasta lo más oculto.
Cuando todo se supo en la extinta Unión Soviética, hasta el cadáver de Stalin salió como rabo de nube del Kremlin. No sé por dónde andan todos aquéllos que le regalaron su persona al jefe georgiano. Los millones de muertos no le han perdonado sus años felices.
Pero nuestra realidad es tan extravagante, que mientras Silvio Rodríguez tiene derecho a regalarle su persona a Fidel Castro en público, yo, como no vivo en un país libre, por reprochárselo, podría cumplir 20 años de prisión según las leyes de nuestro país, o quizás sólo por repetir aquello que dijo hace ya tiempo el cantor: Venga la esperanza. Pase por aquí.
POR Tania Díaz Castro