Carlos Sorín vuelve a la carga con su particular estilo neorrealista. Primero fue Historias mínimas (2002), que se llevó el premio del jurado, el de Fipresci y el de Signis en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, y más tarde, también el Goya. Después, El perro (2004) volvió a ganar en el festival vasco la distinción que entrega la Fipresci y recorrió el mundo. Esta vez, se trata de El camino de San Dieg o, la película de K&S Films (Oscar Kramer y Hugo Sigman), que el jueves estrena Fox en nuestro país y una semana después -el sábado 23-, como lo hicieron sus predecesoras, competirá en el festival donostiarra.
El quinto largometraje de Sorín tiene como punto de partida un pueblito de Misiones y como protagonista a Ignacio Benítez. «Tati» es joven, padre de familia y acaba de perder su trabajo en el obraje. Un día descubre un trozo de raíz de timbó en el que cree ver la silueta de Diego Maradona. Es el principio de una travesía que lo llevará -un poco a pie, mucho en camión, pero siempre con el ídolo al hombro-, a recorrer más de mil kilómetros por el Litoral y vivir peripecias varias, con imágenes del Gauchito Gil, contrabandistas, prostitutas y piquetes, rumbo a la casaquinta de General Rodríguez, en la que el 10 (que acababa de fugarse del sanatorio donde había sido internado), juega al golf. En su mundo de fantasía, Tati sueña con que llegará al ídolo para entregarle aquella valiosa escultura.
Como en sus anteriores propuestas, Sorín recurrió a gente común sin experiencia actoral para los papeles principales o de reparto, y a su hijo Nicolás Sorín para la música.
-¿Cómo te sentís haciendo historias cada vez más pequeñas?
-Me siento cómodo. Además, la forma en que te surgen las historias es, muchas veces, imprevisible. Más que la historia, lo que más me sacude para empezar a contar una historia es el personaje. Después pienso en la historia y comienzo a desarrollarla. Es decir: el personaje y lo que le pasa, en ese orden. Me gusta este tipo de seres marginados porque siento una gran solidaridad con ellos.
-Pero el acento está puesto en su inocencia
-Uno siempre toma películas de referencia, no tanto por la historia sino por su espíritu. Son películas que conviven con uno. Y en mi caso son siempre las mismas: Milagro en Milán , Umberto D o Ladrón de bicicletas. Es el cine de [Cesare] Zavattini y [Vittorio] De Sica, un cine que amo mucho y debe influir en el espíritu de mis películas. Cuando me dicen que mi cine se parece al neorrealista, me llena de orgullo.
-¿Cómo son esos personajes?
-Son los que no reflexionan sobre sí mismos, los que viven, a los que les pasan las cosas, y no son menos profundos que un profesor de filosofía de la Sorbona. Me di cuenta, a partir de algunas películas, particularmente ¿Dónde está la casa de mi amigo? , de [Abbas] Kiarostami, que la eficacia del cine radica en donde se pone uno para contar una historia. Si te ponés en los zapatos de ese chico que va a buscar a su amigo para darle un cuaderno de deberes que se llevó por equivocación, es una historia de amor, de una simpleza absoluta, y sin embargo, en realidad parece Indiana Jones , porque te tiene agarrado hasta el final. Ahí te das cuenta de la importancia del punto de vista. El desde dónde es algo tan o más importante que la historia misma.
-¿Para vos el cine es eso?
-Si, y en todo caso encontrar una poética de las cosas cotidianas, no intencionada. No me siento atraído, salvo como espectador, por el cine que habla sobre sí mismo, el que se contempla en la performance . No es ése el cine que me interesa, aunque lo veo, y a veces siento muchísimo placer. Como director, más que el cine me interesa la gente.
Intersecciones
-¿Creés que mucha gente confunde a tus actores sui generis con los personajes?
-Hay cierto paralelismo. No son actores, si bien cuando les pongo la cámara adelante pasan a serlo. Lo que busco con eso es que en algún momento que persona y personaje coincidan, y así surja algo que es de verdad, no simulado. En El perro recuerdo un momento así, una sola toma, y eso que filmo hasta cincuenta repeticiones. El momento en que el personaje Juan Villegas, recibe el tercer premio en el concurso, la toma en que levanta la copa y lo aplauden cuatrocientas seis personas. Es la misma emoción que el auténtico Juan Villegas sintió frente a cuatrocientos seis extras que lo aplaudían. El no sabía que iban a aplaudirlo. Lo que le pasa en su rostro, es de verdad. Busco esas intersecciones que tengan que ver con la verdad. Por supuesto, la verdad es la verdad, la realidad es la realidad y el cine es el cine.
-¿Hacés ensayos?
-No, nunca. Busco los momentos documentales. Curiosamente, me doy cuenta de que el público lo recibe así, porque una cosa es que me pase a mí y otra a la gente. Bueno, eran vidas paralelas: el personaje de Villegas al que le pagan con un perro que le abre mundos insospechados, es igual al Villegas que estaciona autos o al que reciben el premio a mejor actor en Nantes, aplaudido por tres mil personas, y dos días después está de nuevo en la playa de estacionamiento en Belgrano.
-¿Cómo diste con Tati Benítez?
-Venía de hacer un casting muy largo para los otros personajes. Cuando lo vi, dije: «Es éste». Cuando no tenés actores, tampoco tenés currículum. A la gente que me ayuda en la búsqueda le marco una zona y el tipo de personajes. Se contactan con los municipios, los centros culturales, con los medios, ponen avisos a los que responden cientos de personas. Desfilan y hablan. La consigna es que hablen, que cuenten lo que quieran, sin decirles nada. Después lo veo. Cuando lo vi, supe que era el personaje. Tenía una sonrisa muy limpia; daba esa cosa ingenua, pero con una ligera picardía. Quiero decir que no era un tonto. Sin embargo, después me agarran los miedos que me duran hasta avanzado el rodaje, porque si Nacho Benítez se me caía, se me caía la película. Después se me pasa.
-¿Benítez venía con alguna experiencia actoral?
-Había empezado a hacer un cursillo de actuación en la Municipalidad de El Dorado. Trabaja en un vivero y vivió mucho tiempo en el lugar en que filmé, Pozo Azul, cerca de allí. Curiosamente, él podría ser actor. Cuando yo filmo, lo hago al azar: se filma mucho y el pedacito bueno queda. Con él podía tener cierta sintonía respecto de lo que quería. Aun sin experiencia, es actor, porque tiene talento. Ojalá lo desarrolle.
-Antes, un hombre y un perro; ahora, un hombre y un tronco
-En mi próxima película, de nuevo en la Patagonia, también pasará algo parecido. Me gustan los animales y los objetos que son cotidianos, siempre y cuando tengan un significado trascendental para el drama del personaje. Si esos objetos son ingenuos, mejor. Lo de la ansiedad de Tati por una cámara para sacarse una foto con Maradona es algo que viví. Un día, por el premio de La película del rey en Venecia, me invitaron a un rodaje de Fellini. El maestro me hizo sentar al lado de él, pero yo no quise que me sacaran una foto ¡No sabés cómo me arrepiento! Es lo mismo que Tati, que se quiere sacar una foto con Dios, aunque ahora, con el Photoshop , todo se vuelve sospechoso.
-La relación personaje-tótem es más jugada que la de El perro
-La relación con un ídolo es universal. Sin embargo, una cosa es Tiger Woods, y otra, Maradona. Nunca pienso: «Voy a hacer esto y me va a funcionar», porque sería infiel conmigo mismo. Los distribuidores internacionales me sugirieron que Tati llevara, además, a un perro. Sin embargo, el secreto de El perro… no fue Bombón, el dogo argentino, sino Villegas. Pensando en eso, aquí no metí ningún perro.
-¿Se podría haber hecho una película así hace veinte años?
-No, porque pensaba de otra manera. La tecnología jugó un papel a favor de esta posibilidad de cine no industrial. Ahora, todo es más fácil.
-¿Es paradójico que todo sea más fácil, pero cada vez es más difícil encontrar buen cine?
-En eso está la dificultad del cine. Es difícil una buena idea, un buen guión y no es frecuente una buena película. Pasa en todas las artes. De todas maneras, cuanta más gente acceda a hacer cine, se van a dar mayores posibilidades de buen cine. Ahora queda al desnudo que el gran tema del cine son las ideas, y siguen siendo tan difíciles de encontrar como siempre.
-Podrías haber sido un director de cine industrial, y sin embargo elegiste la independencia
-Se lo tengo que agradecer a la publicidad, porque si hubiera tenido que vivir del cine, seguramente hubiese seguido un camino hacia algo más comercial. El cine, para mí, era como un hobby . Por otro lado, tengo una fuerte pasión por las vanguardias, todo lo que esté fuera del sistema. Ese cine me protegió.
-¿Ves televisión?
-No; sólo algún partido de fútbol que me interese o un informativo. Tengo la TV en el dormitorio, pero no la enciendo. Nunca me atrajo mucho. En mi casa tengo un proyector digital y, cuando vengo de afuera, traigo un montón de DVD. Lo genuino de la TV es lo informativo, los programas en vivo, un terreno en el que nadie le puede ganar. No se puede negar el impacto social que tiene. Pero cuando la TV empieza a hacer ficción no me interesa: es un cine de cuarta.