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Adolescentes al límite

Posted by LA ARGENTINIDAD ...AL PALO en octubre 14, 2006

Carreras de autos en la vía pública, excesivo consumo de alcohol y drogas, peleas callejeras y accidentes de tránsito, son algunas de las causas que encabezan el índice de mortalidad adolescente. El dato alarmante: en la última decada las muertes de jóvenes crecieron a casi el triple.

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Hacer estallar fuegos artificiales en espacios cerrados y superpoblados, circular en moto por la ciudad a más de cien kilómetros por hora y sin casco, correr picadas en avenidas céntricas, provocar guerras de bandas, apalearse en una cancha de fútbol, beber alcohol hasta perder la conciencia, mantener relaciones sexuales sin preservativo, consumir drogas hasta orillar la sobredosis.
La idea parece jugar al límite para desafiar las leyes de la física y la probabilística –aunque tal vez lo que se busque sea violar las normas sociales- y avanzar hasta el punto en que el sentido común se vuelve un recurso inútil frente a la osadía capaz de poner en riesgo la vida propia y la de los demás.
En menos de una década las muertes de adolescentes se han multiplicado por tres en la provincia de Buenos Aires -y presumiblemente en todo el país-, al pasar de cuatrocientos a mil doscientos decesos, algo así como una tragedia de Cromañón cada dos meses o una matanza por día como la ocurrida hace dos años en el colegio de Carmen de Patagones, para citar dos hechos trágicos que quedaron registrados en la memoria colectiva.
Lo dramático es que los especialistas coinciden en que esas muertes anuales de chicos entre 14 y 21 años se produce por causas que en su mayoría podrían haberse evitado.
“Mientras otros índices sanitarios básicos mejoran, la mortalidad adolescente se triplicó entre 1995 y 2002. Y aunque ahora estamos en torno a los mil decesos, el tema sigue siendo preocupante, porque todas son muertes evitables. Casi siempre ocurren por causas externas, como la violencia, los partos prematuros, los accidentes y el consumo de drogas”, reconoció el ministro de Salud de la provincia de Buenos Aires, Claudio Mate, al analizar los resultados del estudio.
Según el funcionario, “se cree que a esa edad nada les puede pasar y muchas veces se dice que los jóvenes son el futuro”. “Yo creo que los jóvenes son hoy, el mercado se dio cuenta de esto y los aprovecha desde muy temprana edad”, razona.
Pero más allá de las estadísticas y de la utilización mercantilista que se pueda hacer de los adolescentes, la pregunta es qué pasa en la mente de los jóvenes para adoptar con tanta frecuencia conductas que ponen en riesgo su vida y la de otros.
En principio, los especialistas consideran que la adolescencia es una etapa de rebeldía inevitable, necesaria para la constitución de la personalidad adulta, en la que existe un impulso natural a desafiar límites y buscar caminos propios, habitualmente diferentes a los señalados por los adultos. Pero el interrogante que apuran las cifras de mortalidad adolescente es si sobre esas características propias de la edad no se está montando algún otro factor social que potencia y dispara la vocación por el riesgo hasta límites dramáticos, o si hay algo que lleve a los jóvenes a menospreciar el valor de la vida.
A tal punto la cultura del riesgo parece haberse instalado entre los adolescentes que incluso algunos programas de culto en los canales para jóvenes de la televisión por cable basan su propuesta en pruebas de riesgo realizadas en escenarios cotidianos por los propios conductores del espacio.
Desde tirarse dentro de un changuito de supermercado por una pendiente para concluir el recorrido estrellándose contra el piso hasta pretender colgarse de un ventilador de techo en funcionamiento, pasando por otras pruebas bastante más escatológicas e igualmente riesgosas, esa es la propuesta que gana adeptos en las ofertas televisivas para jóvenes, no siempre exentas de heridas, autoflagelaciones y otras acciones degradantes.
“El adolescente tiene tanto tiempo por delante que la noción de muerte para él no existe porque su condición de vida es tan vital que metafóricamente se cree eterno”, explica Lucio Cerdá, director del Servicio de Atención y Orientación Psicopedagógica para niños y adolescentes (S.A.O.P.) de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora.
Para el psicólogo, “el primer punto a considerar es la condición adolescente en sí misma, el hecho de que el organismo sea tan vital y tenga tanta ausencia de problemas desde el punto de vista orgánico. El segundo punto es otra característica propia del adolescente, la dificultad para aceptar normas porque sale de un mundo muy cubierto como la infancia y busca un cierto lugar personal en la adultez, su identidad. Eso lo hace transgresor por naturaleza”.
El razonamiento permite acercarse a la comprensión de la psicología del adolescente, pero no parece suficiente para comprender por qué se puede llegar a límites tan extremos como el de poner en juego la vida misma.
Ante ese interrogante Cerdá tiene una respuesta segmentada para intentar explicar a los jóvenes de bajos recursos. Para él “los adolescentes de sectores marginados perciben que no tienen futuro o que no pueden acceder a lo que el mercado les ofrece como sinónimo de felicidad. Entonces, sumada a la transgresión natural, surge la rabia, el desprecio por la vida”.
En cambio, para Mónica Bértolo, licenciada en psicología y especialista en familia y adolescencia, “esto va más allá de las clases sociales”. “El amor al riesgo en los adolescentes está presente en nuestra sociedad en todo momento. Si a eso se le suma la poca contención familiar o la sobreprotección, el resultado de la ecuación es complicado”, reflexiona.
Escala de valores
“Es cierto que uno a veces no se cuida, no piensa en la vida y en la muerte hasta que pasan las cosas. Una vez que ocurren los accidentes y las muertes, que lo sufrís en carne propia, te das cuenta de que tenés que cambiar”, admite Iván (23), que sufrió un hecho traumático.
“Fue hace una año. No me lo olvido más. Ese día íbamos rápido, siempre éramos cinco los que corríamos, pero esta vez no estábamos en una picada. El problema es que iba fuerte y no pude frenar cuando vi el volquete”, recuerda.
El 7 de agosto de 2005 el joven, que solía correr picadas, manejaba un Fiat 147 por la avenida Almirante Brown en Temperley cuando a la altura de la calle Juncal, donde la calzada dibuja una curva, se topó con un volquete. La velocidad impidió esquivarlo y el auto se estrelló contra la caja metálica cargada de escombros. Fernando (26), su amigo, murió en el acto, en tanto el conductor y los otros ocupantes resultaron heridos.
“Es verdad que uno piensa que no le va a pasar nada hasta que algo te hace dar cuenta que a vos también te puede ocurrir algo grave, a vos también te puede tocar, sobre todo si no te cuidás”, admite Iván, y asegura que su mirada sobre las conductas de riesgo cambió: “Ahora me quedó miedo, uno toma otra conciencia. Después de eso no corrí más y conduzco más despacio”.
Según los especialistas, las nociones de riesgo y peligro “casi no existen en el mundo adolescente”, al contrario, quien exhiba una conducta cuidadosa, quien entienda que detrás de determinada acción existe un riesgo inmediatamente es considerado un tonto, un cobarde. Es decir que casi no hay lugar para una conducta cauta y responsable, especialmente cuando los chicos están en grupo.
“Esa es una variable que muy difícilmente puede llegar a ser pensada por el adolescente, sobre todo cuando está entre pares. La idea es que cuanto más transgresores más inteligentes, aceptados o divertidos”, reflexiona Cerdá, y Bértolo agrega: “Como no hay límites, el límite se juega en la vida. Muchos de los chicos tampoco ven futuro y en realidad el mensaje es ‘para qué voy a cambiar si todo es igual’. No hay mucha posibilidad de proyección de futuro, algo los tiene que impulsar y hay una falta de objetivos que hacen que vean sólo el corto plazo o lo material”.
Pero las conductas riesgosas, que empujan a los adolescentes y a los jóvenes a autoinflingirse daños o incluso a coquetear con la muerte, no sólo se dan cuando actúan grupalmente. Individualmente los chicos también tienen esa sensación de infalibilidad que en ocasiones es causa de acciones que terminan dañándolos.
“El adolescente actual, expuesto como nunca, oscila entre la impotencia y la omnipotencia. Potencia en su faz sexual- genital; eclosión de un nuevo cuerpo apto para la procreación y por otra parte falto de recursos –anímicos, económicos, afectivos- para acceder a todo aquello que anhela y que el Dios Mercado, omnipresente, y atento siempre a las necesidades del “más débil”, exhibe ante sus narices: “objetos” sexuales, tecnología de última generación, cuerpos “modelo”, ropa de “marca”, etcétera”, propone la psicoanalista Nancy Valiente, miembro de la Escuela Freudiana de Buenos Aires y terapeuta del hospital psiquiátrico Infanto juvenil Carolina Tobar García.
Para ella, “los adolescentes están empujados a querer más, más objetos, más fuerza, más destreza, más conquista, más cerveza, más plata, más, más, más. La lógica del más y del menos, siempre insaciable, prima a la de la diferencia, la única atendible. Tal desfasaje, tal exigencia, lleva al joven a experimentar una dolorosa desazón. La timidez para afrontar los encuentros eróticos, la bronca por no poder acceder a los objetos tan preciados, el dolor por las pérdidas -del cuerpo de la infancia, de los padres de la infancia- el miedo que esto produce, no son elaborados sino amordazados: anorexia-bulimia, cuerpos consumidos por el consumismo a ultranza donde no hay lugar para la falta, para el deseo”.
Con eso coincide Paola, que ahora tiene 26 años, pero que en su adolescencia “tocó fondo” cuando se dio cuenta que no podía manejar su decisión de no alimentarse.
“En todo momento existe esa sensación de invulnerabilidad. En mi caso, a pesar de que me llegaron a diagnosticar anorexia bulimiforme (anorexia con períodos de bulimia), sólo algunos instantes pensaba que me estaba haciendo daño y decía ‘lo voy a dejar de hacer’, pero siempre volvía a dejar de comer conociendo los riesgos porque pensaba que no me iba a pasar nada, ‘no me voy a morir de un infarto’, me decía a mí misma, hasta que comenzaron los desmayos y empecé a quedarme ciega por momentos”, recuerda la joven, que luego de esos episodios comenzó a recuperarse.

Dos veces con la misma piedra
Algo parecido le ocurrió a David Astudillo (22), que necesitó superar dos accidentes de tránsito graves en dos meses para reconocer los límites que impone la realidad. Primero sufrió un accidente en moto. Circulaba sin casco y en contramano cuando lo chocó de costado una camioneta, voló por el aire y sufrió una fractura expuesta de tibia y peroné, de tres nudillos de la mano izquierda y de la muñeca derecha. Sin embargo, aún sin reponerse de esas heridas salió a correr picadas y sufrió un nuevo accidente.
“Al mes y medio, todavía con las lesiones del primer choque, me subí a un Palio con mis amigos, íbamos corriendo una picada con otro auto. Iríamos a unos cien kilómetros por hora cuando chocamos con otro auto que doblaba en U. Eso me generó nuevos traumatismos en la pierna”, rememora ante Info Región.
Luciano ahora admite que en ese momento “no le tenía miedo a nada”. “Estaba convencido de que no me podía pasar nada malo”, insiste, aunque reconoce el error y asume que vive la vida “con otra responsabilidad” porque se dio cuenta de que “uno no está sólo en la vida”.
“También están los demás”, reflexiona como quien descubre algo impensado hasta ese momento. “Ahora voy con casco, parece algo tan simple pero no usarlo te puede matar en segundos. Me surgieron ciertos miedos y me cambió la mentalidad”, admite.
Parece un recorrido obligado de la adolescencia: desechar los consejos, ignorar los riesgos, explorar los límites de todo y traspasarlos en algunos casos. Luego, es común que algo salga mal, que se produzca una pérdida y que sólo eso haga retroceder a los chicos hasta lo razonable. No estaría tan mal si no fuera que en ocasiones la pérdida resulta irreparable. Ocurre que muchas veces el precio que se debe pagar para comprender que todo no es posible es demasiado caro.
“Si bien, es una característica del adolescente asumir una fachada de omnipotencia, intentando velar el miedo a los cambios que lo habita; habitualmente bajo los efectos de los estimulantes, la sensación de infalibilidad aumenta, borrando el límite real de la muerte. Entonces, todo parece posible, hasta la inmortalidad”, advierte Valiente, y con ello da una pista sobre los motivos de la facilidad con la que los adolescentes ponen en juego la vida.
“Este tipo de conductas de riesgo en esta etapa del adolescente son casi estructurales. Y en ello influyen los cambios hormonales y la necesidad del vértigo. Pero en la sociedad actual, algunos cambios hacen que el adolescente se exponga mucho más ya sea por modelos culturales, por el cambio del modelo de familia, o la falta de límites”, aporta Bértolo, y vuelve sobre un tema recurrente: la necesidad de que los chicos aprendan desde una edad muy temprana que los límites, y los riesgos de traspasarlos, existen. No son una construcción cultural o social –al menos no son sólo eso-, sino que son parte de una realidad dura que se debe conocer y respetar, porque ignorarla puede llevar a consecuencias dramáticas y, en ocasiones, irreversibles.

4 respuestas hasta “Adolescentes al límite”

  1. Ceci50 said

    Tengo que recordar mi propia adolescencia y ademas de los conceptos expresados en este «blog», me parece que se debe recordar que los adolescentes suelen estar dolidos por la perdida de la niñez, por esa transicion hacia la adultez? que no se termina de entender, por los modelos que les presentan los medios, -era de la imagen y no de la simbolizacion-, personalidad insegura con manifestaciones de timidez y su otra cara que sí es el sentido de omniotencia que aquí se menciona. Yo recuerdo que lo peor que me pasó a mi se refleja en esta pequeña anécdota: luego del baño, me miro en el espejo triple del mueble antiguo de mi hermana mayor y tuve que ir reconociendo mi propia imagen.A mi propio cuerpo, ¿se entiende? Me pregunté brevemente ¿quien soy yo ahora? y tuve suerte en poder tocarme entera para describir-me de la forma en que los cambios hormonales me habian hecho cambiar. Timidez y rebelion van de la mano, y están asociados ambos a una buena dosis de sufrimiento…Y recuerden los modelos ausentes, y esa cuestion de la infinita demanda de personas bellas, perfectas o perfeccionadas cada tanto, Un adolescente se compara a sí mismo con lo que ve , lo que se ostenta o se propone. Los chicos sdolescentes se portan así porque los padres y maestros solemos olvidarnos de como vivimos la etapa..

    ADMINISTRADOR: Muchas gracias CECI por tu relato y el compartirlo, sinceramente más que interesante y valioso.

    Un fuerte abrazo y Gracias CECI

  2. Ceci50 said

    perdómn, mi teclado se empeñó en no marcar la p de «omnipotente»

    ADMINISTRADOR: No hay problema, brillante e interesante realto, se entendió a la perfección CECI

    Saludos

  3. ALMA said

    Interesante artìculo soy madre de cuatro adolescentes todos diferentes, y quisiera comentar que despues de establecer acuerdos debemos sostener lo establecido, esto es, cumplir ambas partes lo que prometemos, ultimamente nuestra palabra no tiene mucho valor, lo que decimos y hacemos no es congruente esto nos hace ver como personas inmaduras para nuestros hijos.

    ADMINISTRADOR: Gracias por el comentario y por participar ALMA, nos pareció interesante la nota, y nos alegra saber que a tí también, dado que el tema es para tenerlo en cuenta en los tiempos que corren. No tenemeos duda alguna que tus hijos serán bien educados, a pesar de los nuevos tiempos y de relaciones difíciles.
    Palabra, familia, valores, cosas que el sistema por momentso nos quiere quitar.

  4. beatriz said

    el texto es muy importante para los adolecentes por que nos dice todo lo que nos pasa o hacemos

    ADMINISTRADOR: Gracias x el comentario y x participar, BEATRIZ, nos alegra que sea de vuestro agrado el texto.

    Saludos cordiales.

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