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ENTREVISTA A AMELITA BALTAR Y HORACIO FERRER

Posted by LA ARGENTINIDAD ...AL PALO en octubre 24, 2006

Una historia de amor, locura y tango


La cantante, ex mujer de Piazzolla, y el poeta que les puso letra a sus tangos, cuentan cómo empezó todo y recuerdan buenos y malos momentos. Juntos, actuarán en el Luna Park el 3 y 4 de noviembre.

QUEREMOS TANTO A ASTOR. En el Museo Mundial del Tango, Amelita Baltar y Horacio Ferrer recuerdan.

La primera parte de esta historia empieza una noche de 1948, en Montevideo, cuando un adolescente de 15 años se acercó al café Ateneo a escuchar a la orquesta típica de Astor Piazzolla. Cuando terminó el concierto, el pequeño caradura encaró al bandoneonista y, sin demasiados preámbulos, le dijo más o menos estas palabras: «Usted tiene un amigo que no conoce. Un amigo que ha dejado de enamorarse de las chicas, ha dejado de estudiar, ha dejado de dormir, y todo por pensar en su música y seguir a su orquesta. Ese amigo soy yo». Horacio Ferrer ya era dueño de una verba florida y logró impresionar a un Piazzolla que estaba dando sus primeros pasos como director. Fue el comienzo de una bella amistad: le siguió un intercambio epistolar mientras el bandoneonista estudiaba en París con Nadia Boulanger, otro encuentro a la vuelta de Europa, y unas vacaciones conjuntas en Mar del Plata. Pero todavía faltaban muchos años para que los incipientes amigos crearan codo a codo la operita María de Buenos Aires.

«A mí me daba vergüenza contarle que escribía poesía, hasta que le mandé mi libro Romancero canyengue. Y se volvió loco, porque encontró algo muy distinto a lo que existía hasta entonces. Era una melange de lunfardo, historias de la noche y surrealismo (aunque yo me enteré de que eso era surrealista mucho después). Me dijo: Vos hacés en la poesía lo que yo hago en la música. Tenemos que trabajar juntos». Piazzolla quería hacer una especie de West Side Story porteño, y Ferrer no esperó a que se arrepintiera: en 54 días escribió, «tipeando con dos dedos», las 18 escenas de María de Buenos Aires. «Yo adoraba West Side Story, pero me salió otra cosa, con más fantasía y poesía, algo de la noche de Buenos Aires».

La segunda parte de esta historia empieza en el verano de 1968, en un boliche donde Amelita Baltar mostraba sus dotes como cantante de folclore. Una de esas noches la vio Piazzolla; la leyenda cuenta que, impresionado por esa muchacha de 27 años, comentó: Qué bien canta… y qué gambas tiene. Rápidamente, unos conocidos se la presentaron. «Todos me preguntan si me desmayé cuando lo conocí. Pero yo era una inconsciente: sólo de oídas sabía de la existencia de un tal señor Piazzolla. A la semana me llama y me invita a comer. En esa época no era común que una chica de veintipico saliera con un señor veinte años mayor. Y yo era medio tilinga. Le conté a mi mamá: Me llamó el músico ese, Piazzolla, que me invita a comer. Y ella me contestó: Andá, no te va a hacer nada. Fuimos a Hoyo 19, en Callao y Pacheco de Melo, y dijo: Vamos a festejar dos cosas: una, que hoy es 11 de marzo y cumplo 47 años. La otra, que vos vas a ser María de Buenos Aires. A los pocos días fui al departamento de Libertador y Ayacucho y conocí a Ferrer. Y acepté el papel, porque leí las letras y me encantaron. Pero no tenía idea de en qué me estaba metiendo. Repito: era una inconsciente».

Ferrer y Baltar se han vuelto a juntar: un empresario les propuso repasar lo mejor de su obra piazzoleana en el Luna Park, donde fueron abucheados hace 37 años (ver ¡Esto es…!), y ellos aceptaron. Ahora flotan por duplicado en el rimbombante Museo Mundial del Tango fundado por el poeta. Adentro de las vitrinas, sus imágenes aparecen como parte de una historia compartida con una galería de próceres tangueros; afuera, en carne y hueso, recuerdan los tiempos idos. «Fue una suerte encontrarla a ella», dice Ferrer, todo un dandy en su inmaculado saco crema, moño gris, flor de tela en el ojal. «Porque las canciones que nosotros escribimos tenían todas una misma estética. Y si bien en aquella época el tango estaba lleno de cantores estrella, como Nelly Omar, Edmundo Rivero o Alberto Marino, ninguno tenía la modernidad interpretativa, la desfachatez necesaria para cantarlas». Baltar recuerda que Piazzolla le decía que tenía oído de tísico y que, cuando ella, que ya era su pareja, le hacía ciertas observaciones a su música, él las aceptaba pero resoplaba: Qué hincha pelotas que es tener a la cantante en casa.

Una anécdota sigue a otra. Amelita cuenta que en una de las funciones de María de Buenos Aires, se escuchaba que alguien murmuraba algo así como filho da puta: «Astor se puso muy nervioso. Decía ¡me están puteando, me están puteando! Ya en camarines, alguien acercó a Elis Regina y Vinicius de Moraes, que habían estado viendo la obra. Vinicius le dio un abrazo: ¡Filho da puta, cómo haces esa música maravilhosa!». Ferrer recuerda que el público recién se acercó a ver la operita cuando estaba por bajar de cartel. «Pero la revista Gente organizó una función con tangueros y vinieron Fresedo, Rivero, Expósito: una victoria extraordinaria. Troilo no vino porque estaba celoso: me había preparado para escribir para él, y yo me había ido con Piazzolla. Pero al año siguiente, cuando estrenamos Balada para un loco, me citó en su casa. Y me dijo: ¿Sabe usted que anoche ha vuelto a estrenar La cumparsita? Esa era la hidalguía de Pichuco: me felicitaba aunque yo había triunfado con su rival. Porque Astor y el Gordo se querían mucho, pero también tenían cierta rivalidad».

Con intermitencias, la sociedad artística Piazzolla-Ferrer duró hasta finales de la década del 80, con una producción de unos ochenta títulos. Baltar grabó unos 30, y dejó de compartir escenario con ellos en el 75, cuando naufragó su pareja con el músico. En sus últimos años de vida, Piazzolla les dedicó duras frases tanto a ella (dicen que el amor es ciego; en mi caso, también sordo), como a él (parece que se le hubiera acabado la sesera). Esas heridas parecen haber cerrado. Ferrer responde: «De mí también dijo que fui el mejor poeta que había colaborado con él. El tenía su personalidad, pero sólo nos peleábamos por cuestiones estéticas». Y Amelita suelta una sonrisa triste: «Era muy temperamental, y quedó resentido cuando me separé de él. En privado preguntaba por mí, pero públicamente me hizo la cruz. Todo eso ya no importa: el tiempo pasa y uno madura. Todos los días le agradezco a Tata Dios haber sido elegida por ese genio».

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