HOY SE PRESENTA EL FARRUQUITO

Un show con toda la sal

El mítico bailador sevillano, nieto de El Farruco, se presenta esta noche y mañana en el Opera.

El Farruquito en 2005 había hecho una única presentación en el teatro Coliseo de Buenos Aires: se trataba de Farruquito y familia y junto con su primo Barullo y su hermano menor Farruco, que regresan igualmente ahora, también habían integrado el elenco su madre Rosario —una bailaora extraordinaria— y su tía La Faraona. Los lazos familiares constituyen una trama de sostén natural en ese flamenco puro que encarna el clan de los Montoya, nacido con la legendaria figura del abuelo, Antonio Montoya el Farruco. Carentes a lo largo de casi toda su historia de escuelas y conservatorios, los artistas gitano-andaluces se formaron, sin embargo, en ámbitos no menos rigurosos como lo era, casi siempre, el seno de sus propias familias.

Cuando el Farruquito tenía apenas cinco años debutó en un escenario de gran porte; fue en Broadway, en el marco de un espectáculo llamado precisamente Flamenco Puro que habían creado los mismos autores de Tango Argentino: Claudio Segovia y Héctor Orezzoli. Después del éxito arrasador de Tango Argentino, la pareja de productores argentinos encaró dos años más tarde ese nuevo proyecto en la misma línea de rescate de la autenticidad, reuniendo a los artistas más destacados y a la vez más representativos de la tradición flamenca, entre ellos Antonio Montoya, el Farruco.

Ahora su nieto está en Buenos Aires y en una breve entrevista, casi recién llegado, responde a la pregunta de si recuerda aquella experiencia temprana: «¿Si ha quedado en mi memoria? Es un recuerdo para el resto de mi vida por lo que me enseñó. Imagínese que estaban reunidos todos los artistas de la mejor época del flamenco: Fernanda de Utrera, los Habichuela, mi abuelo Farruco, El Chocolate, Manuela Carrasco. Los otros niños jugaban en un camarín, yo me pasaba el tiempo mirando entre bastidores».

¿No bailabas entonces?

Salía un poco por bulerías. Pero un día le dije a mi abuelo que quería bailar algo serio, bailar por tarantos. «¿Y de dónde sabes tú?», me preguntó. Yo había aprendido mirando todas las noches al Güito. Mi padre me compró un esmoquin —que es el traje característico para bailar por tarantos— de un muñeco; no había ninguno de un tamaño tan pequeño como para mí.

Dijiste en una de tus primeras visitas aquí que entre todos los palos (nota: nombre que se da a los diferentes ritmos flamencos) tu favorito era la soleá. ¿Continúa siéndolo?

Sí, siempre puedes profundizar en ella. Cuanto más buscas más parece que no supieras nada. Y cuando encuentras, te parece algo recién nacido pero también antiguo, como si la hubieras bailado en otra vida.