
Un pintor en el mercado de artesanía de Ocho Ríos
Reducir Jamaica a «reggae» y marihuana es inaceptable por excesivamente simplista. Sin embargo, se hace a menudo. Es un tópico muy extendido, y aunque como todo lugar común tiene algo de verdad, no es toda la verdad.
Jamaica es sol y playa (¡por supuesto!) pero muchos de los que nunca la han visitado no saben que también es naturaleza verde, montañosa, húmeda… ríos, cascadas, bosques y cafetales… gentes amables siempre dispuestas a divertirse y a compartir la jarana con el forastero. Un destino turístico de primer orden que puede satisfacer las expectativas tanto de parejas como de familias; de aventureros o simplemente de curiosos, es decir, de casi todos.
Pionera del turismo «all included» («todo incluido»), Jamaica es una isla de tamaño medio, la tercera más grande del Caribe, después de Cuba y La Española (República Dominicana y Haití). Tiene 11.000 kilómetros cuadrados, poco más que la Comunidad de Madrid, y esto significa que no hay que emplear mucho tiempo para recorrerla, pero también que es lo suficientemente variada como para no aburrirse.
Los indios arahuacos, sus primeros pobladores, la llamaban «Xaymaca», que significa «Tierra de agua y bosques», que, como primera aproximación a una definición de la isla no está nada mal. Son pocos los idiomas que trascienden sus ámbitos lingüísticos y colocan palabras en el vocabulario internacional. El arahuaco es uno de ellos. Hamaca, canoa, tabaco, huracán… son algunas de esas voces y entre todas describen Xaymaca a las mil maravillas.
Después de la palmera y la puesta de sol, la hamaca es el mejor símbolo de Jamaica. Significa reposo y modorra, ¡las vacaciones ideales! La inventaron los indios arahuacos y los españoles la hicieron propia.
La canoa, por su parte, representa el mar, los deportes acuáticos desde el simple baño a nadar o bailar con delfines, si se tercia.
El tabaco, aunque hoy políticamente incorrecto, se ha estado asociando a la diversión, incluso al pecado venial. ¿Y quién dice que no sea el antecedente de la marihuana, «hemp», «ganja» o simplemente «trip»? que de todas estas formas nos la ofrecerán en las playas de Negril y los clubes de Montego. Porque haberla, hayla. Y no hay «rasta» que se precie que no tenga sus macetitas de cannabis en casa, o sus matitas en el huerto familiar. «¿Que si está prohibida? Sí, claro, claro… —me dice Daevon, un buscavidas de Rhoden Hall mientras se lía un porro— ¿Quieres?». Esa «hierba» llegó a mediados del siglo XIX, en el equipaje de los indios de la India (los de verdad) que venían contratados para trabajar en los ingenios azucareros. «Gustó y nos la quedamos».
Otra palabra de origen arahucano es huracán. «Mucho peor que la marihuana», me lo asegura, un poco piripi, el humeante Daevon. Los jamaicanos, acostumbrados a vivir con el peligro, lo respetan, pero no le tienen demasiado miedo. Saben que viene periódicamente (entre junio y noviembre) pero también saben que como viene se va. «Y no pasa nada. “No problem”».
En Jamaica se habla inglés… en actos oficiales y con los extranjeros, pero entre ellos los jamaicanos hablan «patois», una mezcla de inglés y dialectos africanos. No en vano el 75 por ciento de los dos millones y medio de habitantes procede de ese continente. Y entre todas las palabras del «patois» hay una que oirá el viajero constantemente: «Yaman». Para los amantes del «reggae» no es nada nuevo. Rara es la canción, la actuación, que no empieza con un «Yaman», deformación de «Yes, man». «Sí, hombre», «de acuerdo». «ok». En Jamaica con «yaman» y «one love» se llega a todas partes.
Montego Bay no es la capital, sin embargo es mucho más conocida que Kingston. Dicen las malas lenguas que, huyendo de la pobreza de Kingston, las autoridades jamaicanas buscaron un lugar más adecuado para el turismo y lo encontraron en esta ciudad. Allí construyeron un aeropuerto internacional, que se ha convertido en la puerta de Jamaica.
«Mo Bay» (en «patois» se tiende a acortar los nombres) fue en el siglo XVI el lugar elegido por los navegantes españoles para desembarcar los productos que venían de España, incluida la manteca de cerdo. La «Bahía de la Manteca» pasó a ser, en época de la colonización británica, Montego Bay.
En los folletos aparece hoy como «la reina de los lugares de vacaciones». Y así es. A partir de la zona conocida como Round Hill, hace más de medio siglo que empezaron a construirse hoteles de lujo. Allí pasaron la luna de miel en 1953 John F. Kennedy y Jacqueline. Desde entonces no ha dejado de crecer.
A 11 kilómetros de Montego encontramos una de las escasas muestras de arquitectura antigua. La casona Rose Hall, donde vivió la perversa Annie Palmer, de la que se dice que iba matando a sus amantes según se iba aburriendo de ellos.
Otra construcción con solera es el «Spanish Bridge» (Puente Español), que desde el siglo XVII cruza sobre el White River, que más que blanco es transparente. Hoy, bajo su único ojo de piedra pasan sin fijarse demasiado docenas y docenas de turistas que se dejan llevar por la corriente en enormes flotadores como neumáticos de camión. A esto lo llaman «river tubing».
Negril, a 10 minutos en coche de Montego, presume de poseer las mejores playas de Jamaica. La llamada «Seven Mile» tiene unas arenas tan finas que hay que mirarlas muy de cerca para ver sus granos, aunque no se sea miope.
Paraíso hippy en los años 60, Negril acoge hoy a turistas de muy variopinto pelaje. En «Bloody Bay» (Bahía Sangrienta, llamada así porque era el lugar en el que hace un siglo se descuartizaba a las ballenas) hay una playa para nudistas, cachalotes incluidos.
Desde el mítico «Rick’s Cafe», sobre el acantilado más septentrional y uno de los más altos de la isla, en días despejados se pueden contemplar los mejores atardeceres del Caribe. Mientras se espera a que caiga el sol, es recomendable saborear una taza de una de las mejores variedades de cafés del mundo, la jamaicana «Blue Mountains». Unos fornidos chavalotes en tanga se lanzan al mar desde las copas de los árboles. Espectaculares clavados en busca de la propina. Dicen que algunos turistas la dan en dólares… y algunas en especie.
El recuerdo español está a menudo presente en los toponímicos de Jamaica. Al este de Montego, está Ocho Ríos, que hace honor a su nombre castellano. Si Montego es el desarrollo urbanístico, Ocho Ríos es la consagración de la naturaleza. Allí, junto al puerto que servía para la exportación de bauxita, atracan enormes trasatlánticos que vomitan centenares de turistas con poco tiempo y muchas ganas. Las tiendas, junto al «Reggae Explosion», un museo interactivo dedicado a esa música, aceptan dólares.
El principal objetivo de los cruceristas son las cascadas del río Dunn, de casi 200 metros de altura. Por su lecho escalonado se puede ascender a pie a condición de ir en grupo, cogidos de la mano y con zapatillas de goma.
La Caleta de los Delfines («Dolphin Cove») atrae por igual a familias y a parejas. Es una zona acotada de la costa en la que viven delfines mulares amaestrados. Pero más allá de los números circenses al uso, con saltos y piruetas, aquí los cetáceos se dejan acariciar y besar. Y los turistas, embelesados pueden nadar junto a ellos.