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A continuación, reproducimos algunos fragmentos de los textos que el escritor peruano

Posted by LA ARGENTINIDAD ...AL PALO en diciembre 3, 2006

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Literatura, arte y política

Escritor peruano consagra en su nuevo libro a algunas de las más destacadas personalidades latinoamericanas Amado, Jorge (1912-2001)

Que los bahianos se sientan felices de tener a alguien como Jorge Amado es poco menos que un acto de justicia. Y no sólo por la vasta obra literaria que ha salido de su fértil imaginación; sino también porque Jorge Amado suma, a su talento de fabulador de historias, una humanidad generosa y sin dobleces, que se prodiga a manos llenas y crea en torno suyo, donde esté, una atmósfera cálida y estimulante que, a quien tiene la suerte de acogerse a ella, lo reconcilia con la vida y le hace pensar que, después de todo, los hombres y las mujeres de este planeta sean acaso mejores de lo que parecen.

Botero, Fernando (1932)

Es un error creer que Botero engorda a los seres y las cosas sólo para hacerlos más vistosos, para darles mayor sustancia, una presencia más rotunda e imponente. En verdad, la hinchazón que sus pinceles imprimen a la realidad perpetra una operación ontológica: vacía a las personas y a los objetos de este mundo de todo contenido sentimental, intelectual y moral. Los reduce a presencias físicas, a formas que remiten sensorialmente a ciertos modelos de la vida real para oponerse a ellos y negarlos.

Buñuel, Luis (1900-1983)

Antes de refugiarse en México, luego de la catástrofe de la República española, Buñuel había realizado tres obras maestras ( El perro andaluz [1928], La edad de oro [1930] y Las hurdes [1932]), pero muy pocas personas se habían dado cuenta de ello y este exiliado desconocido no podía poner condiciones todavía. Me imagino que era entonces un creador «puro», decidido a no transigir en el dominio de su vocación y esto implicaría ese extenso periodo de quince años en el que permaneció sin rodar un metro de película. Luego, bruscamente, se estrena Gran Casino , superproducción mexicana con media docena de monstruos sagrados, Libertad Lamarque, Jorge Negrete, Meche Barba, etc., y verdadera apoteosis de chabacanería y mal gusto. ¿El artista inflexible se había decidido, por fin, a delinquir? No, había comenzado a aplicar una curiosa y peligrosísima estrategia, que perfeccionaría dos años más tarde, con El gran calavera , otra obra cumbre de sentimentalismo ramplón.

Esta estrategia, que en un principio pudo pasar desapercibida, pero que ahora resulta flagrante cuando se ven las «malas películas» de Buñuel una tras otra, consiste en no rehuir los peores tópicos e ingredientes del cine rosa y vulgar, sino en aprovecharlos todos a la vez, resueltamente, en dosis tan cuantiosas y operando mezclas tan descabelladas, que se produzca en ellos un verdadero salto cualitativo y el humor transpire amargura y el dolor una comicidad infinita.

Castro, Fidel (1927)

La única vez que conversé con Fidel Castro -aunque tal vez sea una exageración el empleo de la expresión «conversar», porque Fidel Castro, en su convencimiento de ser un semidiós, no admitía interlocutores, sino tan sólo oyentes-, me sentí enormemente impresionado por su energía y su carisma. Ocurrió una tarde de 1966, en La Habana. Eramos un pequeño grupo de escritores y fuimos conducidos, sin más explicaciones, a una casa del Vedado. Fidel no tardó en presentarse. Habló durante doce horas seguidas, hasta bien entrada la madrugada, sentándose y levantándose, gesticulando sin cesar, mientras encendía sus enormes cigarros, sin dejar traslucir el menor síntoma de fatiga. Nos explicó la forma más adecuada de tender emboscadas y la razón por la cual mandaba a los homosexuales a trabajar a los campos, en batallones disciplinarios. Nos anunció que el Che volvería a aparecer pronto al frente de un grupo guerrillero, y luego teorizó, bromeó, contó anécdotas, sin dejar de tutearnos ni de dar palmaditas en la espalda a todo el mundo. Cuando se marchó, tan fresco como había llegado, todos estábamos exhaustos y maravillados.

Donoso, José (1924-1996)

Era el más literario de todos los escritores que he conocido, no sólo porque había leído mucho y sabía todo lo que es posible saber sobre vidas, muertes y chismografías de la feria literaria, sino porque había modelado su vida como se modelan las ficciones, con la elegancia, los gestos, los desplantes, las extravagancias, el humor y la arbitrariedad de que suelen hacer gala sobre todo los personajes de la novela inglesa, la que prefería entre todas.

Guevara, Ernesto «Che»

(1928-1967)

La figura del «guerrillero» ha perdido su aureola valerosa y romántica de antaño. Ahora, detrás de las barbas y las melenas al viento de aquel prototipo que hace veinte años parecía un generoso idealista, se vislumbra la fanática y cobarde silueta del terrorista que, emboscado en las sombras, vuela coches y asesina inocentes.

Lima

Conocí Lima cuando empezaba a dejar de ser un niño y es una ciudad que odié desde el primer instante, porque fui en ella bastante desdichado. Mis padres habían estado separados y, luego de diez años, volvieron a juntarse. Vivir con mi padre significó separarme de mis abuelos y tíos y someterme a la disciplina de un hombre severísimo que era para mí un desconocido.

Neruda, Pablo (1904-1973)

Neruda fue el primer poeta cuyos versos aprendí de memoria y recité de adolescente a las chicas que enamoraba, al que más imité cuando empecé a garabatear poesías, el poeta épico y revolucionario que acompañó mis años universitarios, mis tomas de conciencia políticas, mi militancia en la organización Cahuide durante los años siniestros de la dictadura de Odría.

París

Mis siete años parisinos fueron los más decisivos de mi vida. Aquí me hice escritor, en efecto, aquí descubrí el amor-pasión de que hablaban tanto los surrealistas y aquí fui más feliz, o menos infeliz, que en ninguna otra parte. Aquí me impregné de esa literatura francesa del siglo XIX cuya fulgurante variedad y riqueza -Balzac, Flaubert, Stendhal, Baudelaire, Lautréamont, Rimbaud- todavía me siguen pareciendo sin parangón, ni en su tiempo ni en los venideros.

Por Mario Vargas Llosa

Gracias Mestro!!

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