Para consumir «paco», el 60% roba
Posted by LA ARGENTINIDAD ...AL PALO en diciembre 3, 2006
Es una de las drogas que generan más adicción y necesidad de repetir la experiencia; dramáticos testimonios de adictos
Jeremías Albano a los 19 años pesaba 46 kilos. Lo había consumido el «paco». El chico había robado hasta las hojas de las carpetas del colegio a su hermana para venderlas y comprar más droga. Un juego de sábanas de su madre, María Rosa González, corrió la misma suerte. Una vez desarmó una heladera que funcionaba para vender el aluminio y seguir consumiendo. Cuando en su casa de Ciudad Oculta, en Mataderos, no pudo robar más, su madre supo que lo haría en el barrio.
«Varias veces robé para fumar… Siempre trataba de buscar plata en casa. Me ponía violento antes de consumir si no tenía plata», relata otro adicto al «paco», la droga más peligrosa que mina el conurbano bonaerense y los barrios del sur de la Capital. «El «paco» te mata», canta la cumbia villera, por la rápida degradación que provoca en los pulmones y las neuronas, o directamente lleva al suicidio.
Seis de cada diez adictos al «paco» participaron de algún delito para poder fumar, según revela una etnografía realizada por la Subsecretaría de Atención de las Adicciones de la provincia de Buenos Aires, a cargo de Patricia Segovia, en un barrio muy humilde donde viven 2817 personas. El 47,2% de los encuestados, de entre 14 y 30 años, admitió consumir «paco». Pero el consumo salió de las villas y cada vez más chicos de clase media lo usan. María Rosa los ve llegar en auto a Ciudad Oculta, bien vestidos, donde se quedan toda la noche fumando y salen vestidos con harapos, porque les robaron o entregaron la ropa a cambio de una dosis.
Se llama «paco» a tres cosas: a la pasta base de cocaína purificada, a la pasta semielaborada y a la cocaína adulterada preparada en pequeñas dosis. Su presencia en las villas habla de la existencia de «cocinas» que elaboran cocaína. Se lo consume en forma de papeles o pequeñas piedritas que se fuman en una pipa casera.
«A mi familia le hice desastres. Llegué a vender un celular de 800 pesos por 200 para consumir, además de ropa. Hacés desastres…», relata otro chico que lucha por salir.
El «paco» es la droga que más se relaciona con el delito, por la adicción grave que provoca, que obliga a consumir a cada instante. A diferencia de otras drogas, el efecto del «paco» dura apenas dos minutos, por lo que el consumidor rápidamente quiere repetir la experiencia.
Buscar el «mambo»
La búsqueda del «mambo» requiere cierto aprendizaje. «Empecé a fumar base a los 25 años porque tenía un amigo que fumaba y me dijo que era igual que la «merca» [cocaína]. Yo «merca» tomaba desde los 15 años. Al principio, no me llamó la atención, hasta que me fui de mambo con la cocaína y terminé en el hospital. Así que ahí dejé la «merca» y empecé con el «paco». Una vez que me enganché, ya no podía bajar. Antes de la cocaína, me rescataba, pero con el «paco» ni ahí: no podés parar porque te pide más», describe otro muchacho, entrevistado por los expertos de la provincia.
Otro lo describe por sus efectos inmediatos en comparación con la cocaína, que tarda en llegar al torrente sanguíneo: «Vos le estás dando fuego y ya … ¡huy! ¡Te pegó! La cocaína tiene un límite. Esto, no. Es más potente».
«Esto es rápido, instantáneo; apenas fumás una pitada, te pone arriba; te zumban la cabeza, los oídos; sentís que te elevás, pero de un golpe, y enseguida querés otra vez, porque es cortito el mambo. El flash lo sentís cuando subís; después viene la paranoia», describe otro chico.
¿La droga de los pobres?
El precio del «paco» tradicionalmente fue de un peso la dosis. Pero ahora se sofisticó el producto y, según su calidad, se cotiza en dos, tres o cinco pesos, según confió un jefe policial que desarticuló una banda de vendedores mayoristas peruanos la semana última, en Pompeya, y secuestró 10 kilos de pasta base. Es tal la compulsión al consumo, que lo barato sale caro, porque el costo es mayor, dada la necesidad imperiosa de repetir la dosis.
«No, no es económico, porque es un peso cada cinco minutos. Más no dura el efecto; no es económico. A veces escucho que dicen: «La droga de los pobres». Pero ¿sabés cuánto gastás? Con la cocaína gastás 40 o 50 pesos de golpe, pero con esto gastás 50 pesos en un ratito», repite otro consumidor.
«Me he llegado a fumar 100 pesos, 100 pacos, sí», evoca otro, ya sin nostalgia, o una chica que recuerda sus peores tiempos, en los que fumaba de 30 a 100 pacos por día, todos los días.
«Me llegué a fumar 200 pacos en ocho horas. Ponía de a tres dosis en la pipa. Usaba caños de cortina para hacer la pipa y adentro le ponía cobre y cenizas. Me gastaba tres encendedores en esas ocho horas», recuerda otro.
La inclinación a robar cualquier cosa para consumir, la repetición de dosis y la frecuencia del consumo son las características de esta droga. A tal punto que, en el estudio de la Subsecretaría de las Adicciones bonaerense, el 68% de los encuestados dijo consumirlo a diario, con valores que triplican la frecuencia en el uso diario de cocaína y duplican el de marihuana.
El efecto del «paco», según describen sus consumidores, pasa por tres etapas: «locura, fisura y amargura». Al final, está la muerte.
Una chica adicta cuenta: «Cuando quería fumar, me agarraba mucha ansiedad; iba a buscar cerca de mi casa con lo que levantaba del carro, 10 o 20 pesos. Y venía a mi casa corriendo desesperada. Antes de fumar, la sensación siempre es de ansiedad; durante, de tranquilidad, y, después, bajón, tristeza». Los consumidores de «paco», a diferencia de otros adictos, son fácilmente distinguibles. Se los conoce como los «muertos vivos».
Son doblemente excluidos. De su propio grupo, en la villa, su comunidad y su familia los desprecian por su violencia y falta de lealtades, y, en segundo lugar, quedan afuera para aislarse en su consumo y en su condición de «paqueros», según el estudio de la provincia liderado por el investigador del Conicet Hugo Míguez.
Se los reconoce porque andan descalzos, según cuenta María Rosa, porque hasta las ojotas venden para tomar. Ahora, junto con otras mujeres que pelean en otros barrios para que los chicos se internen, María Rosa formó las Madres del Paco, con el fin de evitar más muertes.
La opción del suicidio
«Estos chicos terminan todos de esta manera. Mi hijo intentó suicidarse: se quiso tirar debajo de un colectivo. Los chicos se quitan la vida ahorcándose en un árbol porque no tiene para consumir. Cristián se ahorcó hace una semana; la semana pasada, un chico mató a otro de 16 por la pasta base, y a otro lo mató el vendedor, que era su padrastro», relata. «Los chicos me dicen: «Doña Rosa, o termino matándome o me matan»», cuenta.
Suicidio, muerte por adicción o con un balazo, o un tajo como consecuencia de una mala «transa». Este es el destino.
María Rosa se enfrentó con el dealer que le vendía a su hijo en Ciudad Oculta. «Se me rió en la cara. Cuando me iba, me di vuelta y lo vi a mi hijo comprando. Una vez le reclamé el juego de sábanas y me amenazó con un arma», recuerda.
«Algunos chicos nos hacen caso y se internan, pero cada vez son más los que aparecen y cada vez son más chicos de 11 o 12 años», dice.
-¿Y la policía?
-No sé. Ven que cada vez mueren más chicos, pero no paran ni a los autos que entran en la villa a comprar.
María Rosa logró sacar a su hijo de ese infierno: lo hizo internar con la orden de un juez. Se lo llevó en patrullero a una clínica. Hoy, un año después, con 20 años, Jeremías pesa 82 kilos, mide 1,81 y ya tiene el alta psiquiátrica, pero no quiere salir de la clínica porque no quiere volver al barrio, donde sabe que puede volver a caer.
GRACIAS Hernán C
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