Qué memoria guardan los museos
Posted by LA ARGENTINIDAD ...AL PALO en diciembre 9, 2006
os intentos por activar el recuerdo crítico del pasado reciente a través de la institución de museos y memoriales pueden chocar contra una «industria» que convierte la memoria en «obsesión cultural» de alcance mundial y proporciones monumentales. Y, sobre todo, que anula la reflexión. Esta nota recorre algunos casos y proyectos, así como las discusiones que los acompañan.
Trazar un mapa que represente la dimensión de la violencia instalada por el terrorismo de Estado en Argentina implicaría convertir en memoriales al menos 500 ex centros clandestinos de detención dispersos por todo el país. Si a ello sumamos la marcación de todos los domicilios en donde fueron secuestrados más de 30 mil personas, no quedarían muchos puntos fuera de esa «topografía del terror». Un espectáculo parecido ofrece, de hecho, la ciudad de Berlín, en Alemania, donde grandes monumentos y museos conviven con pequeñas marcas y placas de bronce colocadas en estaciones de subtes, veredas, paradas de colectivos. puertas de edificios, que señalan el paso del Holocausto. ¿Una ciudad cargada de memoriales cumple efectivamente con la intención de reflexionar acerca de la intolerancia, la opresión racial y la violencia organizada que originó el genocidio?, se pregunta Andreas Huyssen en el libro En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización. ¿O esa «pulsión museificadora», unida a los efectos de una cultura de masas, tiende a ser presa del olvido como consecuencia de su sobrerepresentación?
Huyssen afirma que la memoria se convirtió en «una obsesión cultural de monumentales proporciones» y que el discurso globalizador del Holocausto funciona como «metáfora de otras historias traumáticas» y encierra el peligro de servir como recuerdo encubridor de la reflexión sobre historias locales. «Decir que la ESMA es el Auschwitz argentino no explica nada acerca de una cosa ni de la otra», ilustra el psicólogo e investigador Hugo Vezetti.
Hyussen analiza el caso argentino en el cual —como en Alemania— la inexistencia de sepulturas de las víctimas llevó a crear expresiones de memoria como una forma de responder al «terror al olvido», profundizada, aquí, por la falta de rastros, «borrados» por el aparato represivo. La cultura de la memoria argentina —destaca— tiene una fuerte inflexión política en la que la sociedad civil se ocupó de «crear esferas públicas para la memoria real, frente a las políticas estatales del olvido y reconciliación. Hasta hace pocos años, la mayoría de los que habían sido centros clandestinos de detención eran erradicados del recuerdo estatal.
Pero una vez abierta la «pulsión museificadora» ¿quién relatará la memoria? ¿Quién y cómo intervendrá donde así se decida? ¿Qué se hará con los edificios que ahora tienen otros usos públicos? Imposible separar estas discusiones históricas, políticas y estéticas del proceso que se abre con la nulidad de las leyes de obediencia debida y punto final. Hoy, la desaparición de Jorge Julio López y las amenazas a fiscales, jueces, testigos e integrantes de organismos de derechos humanos dan cuenta de la persistencia del trauma social. Al tiempo que la pulsión de la memoria se multiplica, el debate sobre la construcción de un relato histórico legítimo y consensuado se profundiza.
Esto no es, por supuesto, algo negativo en sí. «En Alemania, la problemática del judío tiene que ver con un asunto pasado y cerrado pero no hay una reflexión acerca de la repercusión contemporánea de ese asunto. ¿Cuál es el lugar de los judíos en Berlín hoy? ¿O quizás ese sitio esté ocupado por otras colectividades? No hay una verdadera reflexión sobre eso», afirma Ana Longoni, profesora e investigadora de la Universidad de Buenos Aires. ¿Cómo evitar que los sitios conmemorativos devengan «depósitos» de la memoria o pequeños guetos donde sólo acudan las víctimas directas? ¿Cómo construir lugares que formen una conciencia crítica para discernir entre lo que Huyssen define como «pasados utilizables» y «datos descartables»? ¿Cómo construir una memoria colectiva a sabiendas de que la memoria es «siempre transitoria», «poco confiable» y se encuentra «acosada por el fantasma del olvido?»
De manera intuitiva, ciertos memoriales argentinos comienzan a dar respuesta a algunas de estas preguntas. Y muchos de los actores directamente involucrados se consideran interpelados por quienes desean recordar. «Hay un daño por reparar que tiene que ver con la sensibilidad básica, con un sentido de pertenencia a un proyecto colectivo de Nación donde el conjunto es lo más importante», señalaba el legislador porteño Fernando Melillo, al presentar el proyecto sobre el uso de la ex Mansión Seré.
En el volumen Trabajos de la memoria, la investigadora Estela Schindel afirma que el primer monumento a los desaparecidos fue el informe Nunca Más, que estableció «un primer consenso básico sobre la represión de la dictadura». Así como los organismos de derechos humanos argentinos trazaron una lucha inédita que surgió casi con el origen mismo de la dictadura militar, las manifestaciones de la memoria, ante la imposibilidad de poder construir memoriales, fueron igualmente novedosas. Las marchas de las Madres de Plaza de Mayo se convirtieron en el modo más poderoso en que la memoria de los desaparecidos transformó el espacio público de Buenos Aires porque «devinieron ellas mismas soporte físico y moral de la memoria», explica Schindel. El Siluetazo, en 1983, y más adelante los escraches inaugurados por la agrupación HIJOS han sido ejemplos de estos «monumentos en movimiento».
La idea de crear un «Parque de la Memoria» donde se pueda recordar a los desaparecidos fue aprobada por la legislatura porteña en 1998 y pasó por innumerables marchas y contramarchas. Junto al museo de la ESMA es la muestra más palpable de lo complejo y árido que puede constituir el debate sobre la memoria. Según Vezzetti, aquel memorial que consta de 3 monumentos y 19 esculturas perdió el sentido que tenía en su origen. «Allí hay una idea muy poderosa en el monumento a los desaparecidos, pero en lugar de preservar la fuerza de esa idea, se suma un parque de esculturas diversas». Además, su situación lejana y de difícil acceso lo vuelven un lugar poco conocido. Tanto en este caso como en el de la ESMA el Estado «ha cedido ciertos espacios a los Organismos de Derechos Humanos» que, según Vezzetti «les coloca responsabilidades que no les corresponden, como introducir otros destinatarios que no sean las víctimas mismas».
«El gran desafío de la ESMA es que debe ser un espacio de memoria argentino. Nosotros a diferencia de Alemania no tenemos mucho para mostrar porque todo fue clandestino e ignorado por el resto de la sociedad», explica la titular de Abuela de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto. Similares cuestiones ocupan a quienes decidirán el futuro de los ex campos Automotores Orletti, El Olimpo y El Atlético, entre otros.
«La Escuelita» de Famaillá
La escuela Diego de Rojas, en la localidad de Famaillá, a 36 km de San Miguel de Tucumán, fue el primer centro clandestino de detención del país. Funcionó entre 1975 y 1976 y se estima que por allí pasaron más dos mil personas. Durante 30 años la escuela funcionó normalmente bajo el silenciamiento oficial acerca de su historia. Como en otros casos, la memoria de los vecinos corrió por cauce propio. «Allí los chicos conocen de manera un poco incompleta la historia del lugar. Entre ellos corre el rumor de que en el patio mataban gente. El sitio está evidentemente cargado, pero de una manera que tiene más que ver con la creencia y con el miedo», explica Longoni. Marta Barrionuevo, directora de la escuela, relata que cuando asumió su cargo, en 1994, desconocía la historia del edificio. «De a poco las viejas secretarias me fueron contando que había sido un centro de represión. Incluso es común el relato de que a ciertas horas ven gente deambular por el patio, en particular una mujer rubia con tacos altos».
La Secretaría de Derechos Humanos de la provincia presentó un proyecto para construir una escuela en las cercanías y convertir a «La Escuelita» en un Sitio de la Memoria. «Nos parece horroroso que una escuela pública donde asisten niños funcione en el mismo lugar donde se mató tanta gente pero es algo que se resolverá con la comunidad», dice el secretario a cargo, Daniel Posse. Barrionuevo opina que sería mejor construir un museo en la misma escuela. «Yo hice un trabajo muy duro para generar conciencia en la comunidad sobre lo que había pasado aquí. La gente agredía y saqueaba la escuela porque le tenía bronca. Pero luego de años de recordar los 24 de marzo, de hablar con los chicos y con los padres, todos valoran la escuela. Para mí ese es el mejor homenaje que se le puede hacer a los que sufrieron. Que no sea dolor solo», concluye.
El debate no será fácil en una provincia donde el trauma social persiste de manera virulenta. Tucumán pasó, en menos de cinco años, de votar en varias oportunidades a el ex represor Domingo Bussi a tenerlo hoy preso, destinado a una cárcel común. La escuela Diego de Rojas tiene una matrícula de 1.177 chicos: el 64% son pobres. Para que el pasado no quede clausurado y fuera de contexto, esta realidad tendrá también que entrar en el debate.
El caso de Mansión Seré
La casona que perteneció a la familia Seré, en Morón, Gran Buenos Aires, también es un caso paradigmático. Durante 1977 y 1978 fue centro de detención y torturas de la Fuerza Aérea (conocido por el nombre de Seré o Atila). Tras la célebre fuga relatada por Claudio Tamburrini —llevada al cine en Crónica de una fuga— fue destruida. Lo que quedaba de la casa se terminó de demoler en 1984. Años después, el ex intendente Juan Carlos Rousselot mandó construir en ese predio una réplica en miniatura de la quinta de Olivos que utilizó como «casa de descanso». Hace seis años, el intendente Martín Sabbatella inauguró allí la Casa de la Memoria y de la Vida, proyecto que integra tanto la excavación de los antropólogos forenses como los proyectos deportivos y recreativos para la comunidad.
Esta Casa de la Memoria es, tal vez, la síntesis más acabada de todas las disquisiciones acerca de cómo realizar un memorial. Allí funcionan las direcciones de Derechos Humanos y de Deportes del municipio, y la política de derechos humanos se verifica también en campamentos para los alumnos de las escuelas del lugar. Sus responsables cuentan que cada día se acerca alguien que aporta algún objeto que pertenecía a la casona o agrega algún testimonio que viene a completar la ardua tarea de reconstrucción que realizan los antropólogos. «Cuando comenzamos a excavar, encontramos muchos carozos de duraznos y pensamos que probablemente era porque antes habrían habido animales, relata Antonella Di Vruno, pero una ex detenida nos dijo que cuando los vio, la hizo recordar que el carozo de durazno era empleado para torturar a las mujeres». En la ex Mansión Seré, la memoria genera más memoria.
Pero «asegurar el pasado —dice Huyssen— no es una empresa menos riesgosa que asegurar el futuro». El éxito de la misma dependerá de cuánta conciencia se genere en torno de ella para que la historia no se vuelva un relato cerrado, olvidable.
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