Vuelve al Maipo con un nuevo espectáculo musical en enero, donde desmenuza la historia y la política nacional

Sonrisa de oreja a oreja, un tsunami de palabras y una energía optimista que contagia. Es un imaginable Enrique Pinti, orgulloso y contento de poder mostrarse por primera vez con el vestuario de jockey que usará en Pingo argentino , su nuevo espectáculo humorístico y musical, que estrenará el 5 de enero en el Maipo, dirigido y coreografiado por Ricky Pashkus.
No es el típico cómico tímido o antipático que despliega su contramáscara cada vez que se baja del escenario. Por el contrario, es amable, simpático y un diplomático perfecto… es decir, un auténtico libriano. «Dicen los que saben de horóscopos que somos la gente más segura y más insegura al mismo tiempo. Por ejemplo, tengo el sí flojo. Mi terror es quedar mal. No quiero que nadie tenga algo malo que decir sobre mí. Es un objetivo de vida estúpido, sobre todo en esta profesión. Es algo que me preocupa, porque me río en la vida», confiesa.
-¿Es cierto que no tenés e-mail?
-Y no… no tengo…Algo debo tener en el hemisferio del cerebro de lo técnico porque la primera vez que vi una IBM no la entendí. Ni siquiera supe nunca para qué era el télex. ¿Viste cuando te rebota? No llega a ningún tipo de elucubración filosófica… un tarado… Cuando hicimos la elección del elenco, que fue bastante ecléctica, le llegó un e-mail a Ricky (Pashkus) diciendo que la audición había sido una porquería. No dan el nombre porque el e-mail es impune. Vos podés mandar en cana a todo el mundo. Cuando Ricky me lo contó, le dije desesperado: «¿Qué hicimos mal?» Nada. Pero te viene la paranoia. ¡Por eso no tengo! Imaginame a mí, libriano, si abro un e-mail que dice: «Gordo hijo de puta». ¡No duermo por siete meses! La gente está loca. Por eso no quiero e-mail.
-¿Teléfono celular tenés, no?
-Nooo… Es algo impresionante…
-Está bien, vivimos muchos años sin esas cosas…
-Sí, pero ya me da un poquito de vergüenza. Hasta hace dos años había cierto orgullo de decir: «no tengo celular y mirá cómo vivo igual». Pero ahora no te pueden avisar cosas importantes… Pero bueno, con sólo pensar en que al final de una película, tendría que encenderlo y ver la cantidad de pelotudos que me llamaron, me agoto. Por ejemplo, no puedo mantener una conversación con alguien si le suena el teléfono.
-Y cuando se olvidan de apagarlos en tu función, enloquecés…
-No me pasó nunca, pero puede ser que no lo escuche por la música y todo el quilombo. Pero he cagado a gritos a personas en los cines. Los otros días, a mi representante (Cipe Fridman) se le enloqueció el celular en medio de una película y no paraba de sonar La cucaracha . Casi la mato.
-¿Alguna vez se te levantó alguien de una de tus obras?
-Sí, varias veces. Sobre todo, en los primeros años de Salsa criolla , que salíamos de la dictadura. Deberían ser militares o parientes, pero se levantaban y se iban tipo «ratúgenas», sin un desafío. Solamente una vez, acá en el Maipo, en Pinti canta las 40… , a una señora le agarró un ataque de Alfonsín y no paraba de gritar: «¡Viva Alfonsín!» Y era del que menos mal hablaba en el espectáculo.
-¿Le dijiste algo?
-Ni media palabra. Se la llevó el hijo. Cada uno tiene derecho a decir lo que quiere y, además, no tengo la capacidad de diálogo porque si me parás en la mitad, me estropeaste la energía.

-Agarraste un camino poco transitado por algunos analistas. Llegar a la política en forma obligada a través de la historia. ¿Alguna vez te propusieron..?
-¿Un cargo político? Concretamente nunca. Me llamaron para que vaya a sus actos y me entere. Es el vestíbulo del vestíbulo. Te meten y te convencen de que sos una figura representativa de tu sociedad y de que, en vez de tanto criticar arriba del escenario, podés hacer algo. Y hago algo. Pero dentro del oficio que sé. La política es una vocación y uno tiene que saber si sirve o no. Y yo no sirvo. Lo tengo clarísimo. Mi objetivo y mi camino son otros.
-Pero hacés análisis político desde un lado más periodístico: tus columnas gráficas, el programa Pinti y los pingüinos , en los 90…
-Sí, cierto. Pero la TV tiene esa cosa cotidiana, como el teatro, pero distinta. No me gusta el papel de cronista en el que te pone la televisión. Me atrae más la elaboración artística, con todo lo que significa mi género: estar en el teatro jugando, disfrazado o no.
-De todos modos, cada vez que hay un hecho político importante, te piden opinión…
-Muchas veces digo que sí, pero últimamente me niego cuando son cosas que no domino. No se justifica que me llamen y diga que para mí lo de las pasteras es una aberración ecológica, ya lo sabe todo el mundo. Y no sé qué otra cosa decir.
-¿No te ofrecen hacer otro tipo de obras de teatro?
-No… tienen bastante asumido que en teatro hago esto, que es una marca de fábrica. Lo que he pedido casi por decreto es que me llamen para hacer cine o televisión. De vez en cuando, cada 5 o 6 años, me dan algo. Hace poco hice Mujeres asesinas . Como tuvo muy buena repercusión pensé que me iban a llamar enseguida, pero no lo hizo nadie. Y eso que no soy complicado y, como quiero trabajar, hago la mejor letra. En ese capítulo me decían que me tire sobre las llamas para quemarme vivo y les dije: «lo que ustedes quieran». Era el día más frío del año y me tiraron agua coloreada que parecía querosén, a los dos segundos se heló por el ambiente. Para las segundas y terceras tomas, me tenía que acostar sobre el colchón que había quedado mojado y era como una barra de hielo. Ni chisté. Dije: «si me muero, me muero actuando». Un tal Estoico Gómez. Sin embargo, no me vuelven a llamar. Lo quiero, lo necesito, pero no me llaman ni siquiera para una de esas películas que duran un pedo en un canasto.
-Abajo del escenario también sos inquieto o sos de esos que se sientan a tomar mate y no se mueven mucho.
– Soy medio pachorriento o fiaca. No hay nada que me guste más que no hacer nada… que nunca es nada. No veo las horas de tener las tardes libres para poder ver todos los videos y dividís que tengo y no vi nunca. Me traje un ejército de películas del viaje. Tengo Miedo súbito , con Joan Crawford, en blanco y negro. La mala y la negra se visten igual, la confunden y la matan. Eso para mí es un orgasmo. ¡Quiero que Ricky Pashkus me deje la tarde libre para Lolita Torres y Esther Williams! Y ahí me rasco hasta sacarme ampollas.
-¿Sos de una de esas generaciones de Sábados de superacción , que veían varias veces la misma película?
– Totalmente. Si me dejás, veo Cantando bajo la lluvia una vez por semana. Hay películas de Lolita que las veo una vez por mes. Son como un vicio.
Cabalgata histórica
Con Pingo argentino repite el mismo esquema de espectáculo que con Salsa criolla, Candombe nacional y Pericón.com.ar. Sus monólogos, la historia, la política, la sociedad, combinados con libro propio, música de Julián Vat y coreografía de tap de Rodrigo Cristófaro. Está secundado por Diego Hodara y Mariela Moumdjian, junto con un elenco compuesto por Mara Moyano, Carla Noval, Roberto Peloni, Federico Moore y Leandro Heredia, entre otros.
No hará muchos personajes, sino uno: este jockey que representa al pueblo argentino, que con sus más de cien kilos de peso, destroza el lomo de un pingo pura sangre magnífico, que es la Argentina. «Es una vuelta permanente que hago. Tengo algo que creo que es virtuoso: pienso lo mismo desde hace 25 años. He cambiado montones de cosas de mi vida, pero básicamente creo y descreo de las mismas. Cuando uno es chico escucha los mismos cuentos -explica-. Este jinete es la metáfora y el caballo nos representa.»
-¿Inteligentes y bestias al mismo tiempo?
– Exacto. Vamos para adelante… Gardel, el turf, el campo, los pobres, los ricos, el pingazo… Acá me voy al showman . Sobre este traje, me pongo la piel de Juan de Garay, la del burgués de la high society que recibe a los inmigrantes, y los distintos tipos de chantas. Vamos a contar la historia según la escriben los que ganan. El mal está representado por Rosas y los que ganaron son Mitre, San Martín, Sarmiento, Moreno y Castelli. Como yo puteo y Sarmiento puteaba, hago brevemente de él. Pero hay mucha música y baile. Es un espectáculo humorístico y musical. El elenco, que es magnífico, está siempre presente. Estoy orgulloso de los artistas que elegimos.
-¿El mismo esquema lo repetís porque sos Enrique Pinti o porque el público espera esto?
– Es un «toma y daca». Cuando ves que para la gente es tan importante lo que hacés… que a alguien se le llenan los ojos de lágrimas cuando te ve por la calle… Es como cuando sabés cocinar. A lo mejor ese día no tenés muchas ganas de hacer tiramisú, pero te lo piden tanto que lo hacés con todo cariño. Es una respuesta amorosa.
-¿Ese afecto se te hace cotidiano o te emociona siempre?
– Me sigue impactando. Nada nos viene bien a los actores. Si nos reconocen mucho decimos que nos agobia; si nadie nos ubica, nos preguntamos para quién trabajamos. A veces me pregunto qué pasaría si tuviera que decirles a todos que soy actor.
-Cuando vas a Nueva York no te conoce nadie…
– Bueno, eso es un descanso absoluto. Ahí te das cuenta de lo que es el mundo y la gente, cuando te empujan, te mandan a la mierda o cuando tratás de explicarles a los de migración que no sos el hijo de Bin Laden porque hace 34 años que vas a ese país para gastar dólares. Cuando llegás acá, te saludan por tu nombre. Si fuera uno más, me tratarían como en migraciones de Miami o de Houston. Un chino de Nueva Jersey miraba mi pasaporte como si tuviera antrax y, después de hacerme hasta el Papanicolau, me dijo: «¿Un mes de vacaciones, solo y sin familia?» Le dije: «Estas cosas pasan».