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Ciudades concéntricas

Posted by LA ARGENTINIDAD ...AL PALO en diciembre 19, 2006

El modelo de urbanización americano en las ciudades argentinas hipertrofia las áreas centrales, hace perder los barrios y atenta contra la calidad de vida. Es saludable que la gente se queje.

Suponía que el modelo urbano de las ciudades argentinas no preocupaba ni a las instituciones ni a la sociedad. No recibe atención de la opinión pública y se profundiza ante la mirada ajena o resignada de los habitantes. Sin embargo, sus costos e implicaciones son inaceptables, y ponen en duda la viabilidad y sustentabilidad urbana en el largo o mediano plazo. Por suerte estaba equivocado, al menos respecto a una parte de la sociedad: los vecinos.

Desde la recuperación de la economía en el 2003 la construcción no se detuvo: desde entonces, la construcción de edificios para vivienda se incrementó un 82%. Y es a partir de este último mes que se hicieron presentes en los medios las quejas de los vecinos porque los edificios empezaron a desplazar a las casas como lugar de residencia. No sólo en la ciudad de Buenos Aires, sino también en distintas localidades como Bernal, partido de Quilmes, Pinamar o Cariló.

El reclamo es el mismo: por un lado, el acelerado crecimiento en altura de zonas con casas bajas; los vecinos pierden calidad de vida, con el cuestionamiento de si la infraestructura es la adecuada para albergar tanta población y, por el otro, la sugestiva arquitectura de otras épocas y/o casas de no más de dos plantas, que sucumben ante edificios de varios pisos.

El impacto urbano de asolar para dar lugar a torres, con objetivo lucrativo y límites de mercado, generan fuertes des-economías que padecemos diariamente: posible saturación de servicios, problemas de congestión vehicular y peatonal, contaminación atmosférica, visual y sonora, falta de iluminación y adecuada circulación de aire. Pero también se muestra la desconsideración, la intolerancia por la armonía arquitectónica, la historia y la cultura de una ciudad o un barrio.

Así, al vecino le quedan dos opciones: o se queda viviendo en un departamento caro, incómodo, rodeado de edificios que muchas veces impiden ver el cielo; o se va al conurbano, con el costo de tiempo y dinero que ello implica en traslados.

Llegar a esta situación fue un proceso largo en las principales ciudades de Argentina. En los Estados Unidos, a partir de los años 20, la producción de edificios en altura fue muy intensa y las urbes cambiaron de aspecto. Las transformaciones principales son la concentración de actividades en el centro y el desplazamiento de las residencias a la periferia. En los centros se condensan los rascacielos, cada vez más altos: comienza la arquitectura moderna.

Se empezó a mirar más hacia Norteamérica y no únicamente a Europa. Es a partir de las primeras décadas del siglo XX que las intervenciones urbanas y los posteriores planes directores tendieron (y tienden) a fortalecer las áreas centrales, con mayor expansión de las mismas. Pero fue durante el último gobierno militar cuando el desarrollo de las expresiones modernas tuvo un fuerte protagonismo en las principales ciudades del país. En ellas se establecía una zonificación en la que distribuía las densidades (y las funciones) desde el centro a la periferia. Inspirados por el movimiento moderno, los arquitectos creyeron poder hacer tabla rasa con los centros históricos.

En efecto, se produjo la idea de valorizar los viejos centros urbanos mediante la concentración de funciones en altura. Así, una multitud de edificios de 20 a 25 pisos comenzaron a perforar el tejido urbano.

Para entender este proceso hay que detenerse en la planificación: es en la ciudad donde se produce la mayor concentración y diversidad de actores sociales caracterizada por heterogeneidades y contrastes. Por ello, es indispensable la presencia del Estado a través de la planificación para controlar o evitar conflictos. Las tareas de planificación e intervención urbana estuvieron, en la gran mayoría de los casos, vinculadas con profesionales de la construcción cuyos intereses están gobernados por la lógica de la mayor construcción en la menor superficie.

A causa de esto, en noviembre último el intendente de la ciudad de La Plata firmó acertadamente un decreto con un listado de 1.826 bienes catalogados como patrimonio arquitectónico para preservar y evitar su demolición ante el avance de propiedades en altura. Casi de manera simultánea, el Colegio de Arquitectos local consideró desmedida la cantidad de propiedades que quedan limitadas en sus posibilidades de intervención.

Las ordenanzas relativas a las construcciones y usos, en la practica definen el «rinde» de los terrenos. Por lo tanto, las constructoras buscan los terrenos aptos, según la legislación, para la edificación de una torre. El precio que se paga por la propiedad del lote, oscila entre un 20-25% del valor de la obra; sin importar lo que haya en dicho lugar. Así se beneficia, también, el Estado mediante la recaudación fiscal. Donde antes había una vivienda (casa unifamiliar) se pasa a recaudar por la cantidad de viviendas (los departamentos) que se construyen en el mismo terreno.

A diferencia del modelo europeo, se sigue el de ciudad americana en donde las densidades y alturas se dan en los centros. Y se recurre a la demolición de toda construcción que se ubique en terrenos aptos para construir torres alcanzando la altura que sea redituable.

El comportamiento de este modelo es contradictorio: tenemos una periferia de baja densidad, muy extensa, que cada vez demanda más espacio y un centro muy denso, en el que confluyen los residentes de la periferia y, por lo tanto, necesita expandirse también. Por eso, insistir en este arquetipo de ciudad concéntrica conduce a que las densidades desborden el área central y se vaya perdiendo «el barrio», y con éste la tranquilidad, la privacidad y hasta el modelo de la ciudad precedente. Esto atenta contra la calidad de vida y le quita a la ciudad su historia y sus tradiciones, convirtiéndola en un conjunto rutinario cuando no grotesco.

El patrimonio cultural representa lo que tenemos derecho a heredar y es nuestra obligación conservarlo para las generaciones futuras. No sorprende, entonces, que de las treinta ciudades patrimonio de la humanidad que hay en América Latina ninguna sea argentina. 

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