Leonor Manso: La niña santa
Posted by LA ARGENTINIDAD ...AL PALO en diciembre 23, 2006
Lejos de sus sueños de monja o bióloga, cuenta que de chica fantaseaba con la santidad. Ahora, con 36 años de carrera, encuentra en sus juegos religiosos cierto guiño con su oficio. Retrato de una actriz enorme.
En medio de la fiesta de los Premios Espectáculos, mientras algunos de sus colegas se floreaban por el Luna Park, ella estaba sentadita en una escalera de tres escalones y cierta oscuridad, con su hija y su estatuilla. Feliz e íntima. Sencilla, fiel al estilo que moldeó en sus 36 años de carrera. «Todo lo que sea con mucha gente me agobia un poco y, además, no me siento cómoda en la exposición. Tengo el gusto muy marcado por el vínculo más personal, más verdadero, más de mano a mano», se abre Leonor Manso, en una escena que se lleva de maravillas con su decir. El sol de la mañana abriga la calidez de una charla, tan profunda como emotiva, en el living de su casa, con el desayuno que ella preparó para matizar el encuentro. Encuentro es una palabra que le sienta bien.
En ese departamento de Barrio Norte y en la misma noche tardía de los premios, armó una cena con sus compañeros de Psicosis 4.48 —por la que ganó como mejor labor unipersonal—, a los que agasajó con «pecetos mechados, pollo al horno… Quise cocinar yo, porque no vale igual si comprás comida. Me encanta hacer reuniones en casa y dedicarle tiempo a la que gente que quiero».
La envidiable ceremonia de hacer algo por alguien que a uno le importa…
Es una de las claves de los buenos vínculos. Dar, cuando uno quiere, es maravilloso. Yo, por ejemplo, no soy una gran cocinera, pero me meto ahí y disfruto. Y preparo mucho porque siempre temo que no alcance… Eso lo debo haber heredado de mi vieja.
De su madre y de su abuelo José, entre otros afectos cercanos, habla entonada por la emoción. Dice descubrirse a diario con posturas de ella, como «cuando leo el diario, con los codos apoyados en la mesa y las manos en la cabeza». De él recuerda la dedicación para cuidar las gallinas, los patos, los perros y los conejos que había en su casa de la infancia en Villa Ballester. O de «cuando las monjas del colegio —iba al Santa Ana— me mandaban a hacer las carpetitas con punto santa cruz. Y como yo no sabía, él, con esas manos entrañables de labrador, se ponía de noche y me las hacía muy prolijas».
De aquellos años que ahora le activan la memoria —justo a ella, que nunca la olvida— son también los momentos en los que se encerraba en su cuarto «y me imaginaba que hablaba con Dios. Mi habitación tenía una claraboya por la que yo creía que tenía línea directa al cielo. Me había agarrado un mambo muy grande con la religión. Me leía todo lo que había sobre la Virgen de Fátima y los niños que la habían visto. En realidad, tomaba la forma de un juego privado mío. Yo quería ser santa, menos que eso nada. Digamos que quería ser santa y con cartel francés».
Madre de dos hijos y dueña de un talento al que le saca lustre seguido, cree que «el tema de la actuación me viene de ahí. Me fascinaba toda la ceremonia que rodeaba a la religión, que tiene muchos puntos en contacto con lo teatral: hay una representación, un templo, un espacio definido, un oficiante y gente que quiere creer».
Ya en la adolescencia, la rebeldía le llevó a agitar aquello de que «la religión es el opio de los pueblos». Y entonces resolvió quitarse los hábitos que nunca llegó a ponerse y se inclinó por la Biología. El primer día de clases, el profesor de Zoología dijo: «El que quiera saber el origen de la vida, el por qué y el para qué, se equivocó de carrera». Sintió que le hablaban a ella y al poco tiempo largó y se animó a hacerse cargo de lo que le había despertado el grupo de teatro de la secundaria. Decidió estudiar con Juan Carlos Gené: «Tenía una fuerte necesidad de expresión que superaba mi terrible timidez. Y desde entonces concebí al teatro como un espacio de mucha libertad, con sensaciones concretas».
Como siente cuando representa a la mujer atravesada por el dolor y la desolación que encarna en Psicosis 4.48, en un camino hacia el suicidio. «Antes de cada función, los técnicos me dicen Bueno, Leonor, buen viaje… y volvé. Y te juro que vuelvo enriquecida. Porque el autor pone sus ideas en palabras y uno les encuentra sentido. Pero cuando el actor las pasa por su cuerpo, no tienen un sentido, tienen una experiencia». Lo dice, con incuestionable conocimiento de causa, quien no sólo sabe de experiencia. También sabe de sabiduría.–
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