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Portugal. Viaje al corazón de los viñedos del Alto Duero

Posted by LA ARGENTINIDAD ...AL PALO en diciembre 24, 2006

De Porto, al Valle de Douro. Una visita a los viñedos y bodegas. Los principales pueblos. Gastronomía y paisajes de la región.

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El viaje por el Valle del Douro (Alto Duero) comenzó con un espectacular plato de pulpos en el restaurante de Casa Branca en Nova de Gaia, la costa enfrentada a Porto, y terminó con otro pulpo a la gallega en un restaurante en la misma zona pero justo al frente, en la bella ribera de Porto. Comenzar y terminar así un viaje tiene lo suyo: el sabor del
pulpo se queda grabado para siem-
pre en la memoria. Si el cuerpo es la objetivación de la voluntad como dice el filósofo Schopenauer, entonces ese paladar que saboreó el pulpo fue creado por una necesidad del alma. Se está hablando de un alma satisfecha: cuando el viajero come algunos bocados de ese pulpo blanco y tierno con un buen vino, las mejillas sudan un poco. Eso quiere decir —sospecho— que el cuerpo está feliz.
En el medio de esos dos fabulosos platos de pulpo, está este paseo que les recomiendo. Puede ser una semana o menos, pero si el viajero es un fanático amante de los paisajes serenos que dan la sensación de plenitud, de los viñedos, bodegas y buenos vinos, del esplendor que tienen algunos ríos, de las recetas con simples pero perfectas combinaciones, de la gente amable y hospitalaria, pues vaya e instálese allí para siempre como lo hicieron algunos extranjeros. Hay pulpo y vino para rato.
Este viaje comienza en Porto, ciudad acostada a las orillas de un río y de un océano, y sigue el recorrido de ese río (Douro en Portugal, Duero en España) a lo largo de un valle poblado por colinas con olivos y vides, quintas de los dueños de las bodegas, un cielo azul intenso y gradaciones de la luz que no sólo se miden en volumen sino también valor. Puede hacerse en auto —la carretera bordea el Douro—, en tren o en barco. La región demarcada como la tierra del vino oporto —hay más de 100.000 viñedos— comienza en Mesao Frio e incluye a las ciudades de Peso de Régua, Lamego, Pinhao, Sabrosa, Alijó, Sao Joao da Pesqueira, Alijó y Tua. Que el viajero no se confunda con la sucesión de nombres: una vez allí, sabrá exactamente las bondades de ese destino y de qué estamos hablando.

De la teoría a la práctica

En el primer día, hubo un buen comienzo en la pousada Solar da Rede. Las pousadas —bellas mansiones, castillos o iglesias transformadas en lujosos hoteles— son un clásico de Portugal. Ubicada en la carretera que une Mesao Frio a Régua, Solar da Rede tiene un palacete del siglo XVIII, más de 40 hectáreas con todas las comodidades que el viajero pueda imaginar, vistas maravillosas al río Duero y el recuerdo vivo de los tiempos de la aristocracia del vino de Oporto. O sea, una huella entre las colinas de algo que el viajero no puede ignorar: alguna vez, Portugal fue un imperio con numerosas colonias, una superpotencia comercial cuyo único rival era España.
El segundo día deparó al viajero una visita al corazón del oporto y los viñedos. Por la mañana, una visita al Museo do Douro, que describe paso a paso la historia y la producción de este vino único. Luego, desde la estación de Pinhao, decorada con 24 grupos de azulejos que muestran escenas locales con una belleza que hiere los ojos, el viajero partió en tren hacia la Quinta de Vargellas bordeando el río de los sueños. Vargellas está en la cima de una colina y es propiedad de una familia inglesa que fabrica el oporto Taylor’s. El anfitrión es Raúl Riva D’Ave, el «brand manager» del grupo, un personaje singular ya que vivió tres años en la Argentina y está casado con una argentina. En una casona luminosa, Riva D’Ave nos dio una clase magistral sobre los distintos tipos de oporto. «Hay cuatro estilos de oporto —explicó—. El primero es el blanco, hecho con uvas blancas. Se toma siempre de aperitivo. Los otros tres estilos ya están hechos con uvas tintas. Pero no decimos «oporto tinto» sino oporto y, cuando es blanco, le decimos «oporto blanco». El oporto de por sí es un vino hecho con uvas tintas. El segundo estilo es lo que llamamos el «oporto tawny» (viene del color rubio) que se pone en unas barricas chicas de 550 litros o pipas. El vino tiene mucho contacto con el oxígeno y entonces se oxida más rápidamente y queda más aterciopelado. Hay otro estilo de oporto que nosotros llamamos «retinto» o «rubí». En este caso, se pone el vino en grandes toneles. El contacto con el oxígeno es menor y entonces se conserva el color y la fruta del vino. En este caso, estamos ante otra categoría, un LBV, un «Late Bottled Vintage».
No lo dice Riva D’Ave pero viene al caso el primer punto de Introducción Elemental al Conocimiento del Oporto: el secreto de su sabor tan particular radica en el proceso especial de fermentación, que en este caso es interrumpido en una etapa precoz agregando un destilado alcohólico (brandy) no añejado, sin color y sin aroma. El segundo punto elemental es que el oporto, en realidad, fue descubierto por ingleses que causalmente adulteraron el vino de la zona con brandy para evitar que se avinagrara durante los viajes. De ahí los nombres ingleses. Pero ojo: sin esa tierra, sin ese clima, nada de oporto.
Les informo que fue una clase teórico-práctica, o sea que el viajero sale —perdón por el argentinismo— algo mamado después de tan soberbias degustaciones. De ese shock de excelentes oportos pasamos a un almuerzo regado por una amable charla, un chardonnay de primera llamado Quinta da Sidro, un tinto Quinta do Valle Doña María 2003 y finalmente un Taylor de 20 años. Les cuento sólo el postre: kiwi con sambayón gratinado. Ustedes imagínense los platos principales. Y si quieren pueden imaginarse también que con estos tragos que despiertan espíritus dormidos, todo lo que sigue es más luminoso: el color de las uvas, los olores, el dorado del atardecer en las colinas con viñedos y el río que te espera allá abajo.
Después de esta orgía gastronómica fuimos a las bodegas en las que varios em pleados (mujeres y hombres) pisaban la uva en grandes cubos siguiendo los ritmos de una música regional, que esa es la forma artesanal de separar el jugo del hollejo. Hay mucha sensualidad en esa danza que consigue extraer todo el color y sabor de la uva sin dañar la semilla, piensa el viajero aún conmovido por los efluvios etílicos.

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Riva D’Ave, el viajero le agradece su hospitalidad y la clase teórico-práctica: los llevará en su memoria para el recuerdo futuro, intacto, refrescante y único entre tantos otros momentos olvidados.
La jornada terminó en la más convencional pousada Barón de Forrester, de Alijó.
Los almendros en flor

La siguiente jornada continúa marcada por la gastronomía. Hay una visita programada al Lagar de Romeu, en el pueblo de Romeu, productora de uno de los buenos aceites de oliva de la región con métodos tradicionales que llevan décadas. Es un tipo de aceite extra virgen prensado al frío con una acidez máxima de 0,2 % , de gusto delicado y algo frutado que se elabora con aceitunas de la región de Tras-os-Montes, una comarca con Denominación de Origen Protegida. Esto quiere decir —como es el caso del oporto- que es único. El paisaje cercano tiene esa serenidad del norte portugués: presten atención a los olores, a las plantas, a los animales y los colores que depara ese paseo. La felicidad tiene muchos rostros. Viajar por lugares así es uno de ellos.
Visita obligada del tour de ese día es Mirandela, una hermosa ciudad cercana cuyos jardines descienden hasta las orillas del río Tua, atravesado por un elegantísimo puente romano construido con 20 arcos asimétricos.
Al borde de ese río almorzamos en el restaurante Flor de Sal cuya carta se clasifica en Menu de Azeite, Menú de Mar y Menú de Degustación con todo tipo de mariscos, pescados, carnes, pasta y Pratos Regionais. Vayan a esta última lista, prueben el Pernil Ahumado y verán otro rostro de la felicidad. En la larguísima lista de excelente vinos portugueses y del mundo figura —oh sorpresa— el argentino Finca Flichman Cabernet Sauvignon.
Una de las bondades que ofrece este paseo por el Alto Duero es que las distancias son cortas con carreteras en buen estado. Esto te permite que en no muchos kilómetros saltes de Romeu a Mirandela y de ahí a Torre de Moncorvo, un pueblito medieval famoso por el trazado de sus calles y el océano blanco que ofrecen los almendros en flor en primavera, y las propias almendras que preparan allí en todas sus variantes. No las hay así en todo el mundo: crocantes, deliciosas y de gusto suave. Y el lugar indicado es Doces de Amendoa, un festival de preparados artesanales, dulces y pastelería hecha con almendras.

A la noche, el viajero mira desde la Quinta de Aveleiras las vides cercanas tocadas por la luz de la luna y las luces de Torre de Moncorvo en el valle, que parecen titilar bajo esa soledad sin techo. Hay tranquilidad, calma y la tierra parece suspirar con frescor. Una leve brisa que mueve las hojas de las viñas semejan un susurro de infinitas voces. Durante minutos, el pasado y el futuro son un croquis plano. Sólo esa brisa, esos racimos y el roce casi imperceptible de las hojas.

Lejos del mundanal ruido

Camino hacia Vila Nova de Foz Coa y Sao Joao da Pesqueira, al sur, el paseo sigue con más viñedos, más montañas y estrechos caminos con curvas en los que los racimos de uvas, en setiembre, están al alcance de la mano. En ciertos lugares, es obligación bajarse del auto y caminar por las galerías de viñedos sombreadas y frescas entre esos racimos de uvas oscuros que intentan comunicar algo, colgados al lado de la cara del viajero como si fuesen mil, un mar de racimos esplendorosos que producen un extraña sensación de deslumbramiento que se queda para siempre en el recuerdo del viajero.

De nuevo en la ruta, escoltados por esas nubes blancas y sueltas cuyas sombras corren lentamente por los prados y producen una sensación de levedad como si el mundo acabara de nacer, a veces aparece un caserío en el que mujeres vestidas modestamente caminan por las sombras o grupos de veteranos sentados en las veredas parecen estar mirando la nada. U otros grupos que bailan danzas folclóricas en un inmenso patio de una localidad cuyo nombre el viajero ya no recuerda. También recorriendo Vila Nova de Foz Coa se ven campesinos que en setiembre, tiempo de vendimia, recogen las uvas en cestos y las depositan en un pequeño camión de carga. Es un ritual laborioso, noble y lleva siglos.

Vale la pena llegar hasta Sao Joao da Pesqueira. Desde su mirador, se obtienen las mejores vistas del valle y sus viñedos. O visitar la Quinta de Ervamoira, de la Bodega Ramos Pinto, una gran casona a la que se llega por un camino sinuoso. Allí hay una especie de museo que registra la historia del oporto, las imágenes que decoran las botellas y vestigios de la época romana, visigótica y medieval. Por supuesto que hay una buena mesa servida con exquiciteces y degustaciones de vinos y oportos de buen nivel. Sin estas dos cosas, Portugal no podría ser explicado.

La mano del hombre

Por el camino de regreso a Porto, siempre vadeando el río que también sirve de transporte para los vinos que serán depositados en las bodegas de Nova de Gaia, frente a la ciudad de Porto, el viajero no se cansará de ese paisaje que nunca es monótono porque, además de la belleza, allí está la mano del hombre. ¿Cómo hicieron estos hombres para plantar las vides en esos relieves imposibles de los bancales escalonados en las montañas que muchas veces no admiten más que dos líneas de viñas contenidas por muros de pizarra seca, una roca homogénea de grano muy fino, opaca y tenaz como el sueño de los que hace siglos trabajan en las cosechas? Tampoco se cansará el viajero por el otro paisaje interminable de castaños, olivos, eucaliptos, aguas claras de riachuelos, aldeas tranquilas, gente laboriosa y sosegada y, a veces, la aparición de construcciones (iglesias o palacetes) con estilo renacentista o barroco que testimonian épocas de gloria del pasado portugués.

Porque Portugal tuvo su época de esplendor en los siglos XV y XVI, con el reinado de Manuel I. En esos tiempos perdidos, Vasco da Gama viajó a la India y se descubrió Brasil en 1500. También Magallanes realizó la primera vuelta al mundo en barco (1519-1522) y se multiplicaron las colonias portuguesas en todo el mundo, de Asia a América.
Como se dijo, el viaje comenzó con un plato de pulpos y terminó en otro. El viajero tampoco recuerda cuál fue el mejor por una simple razón: ha aprendido en este viaje que no hay que desconfiar de los menús portugueses. En este país tan especial, la comida es una de las cosas que está fuera de toda discusión.

Lo que sí recuerda en la ribera de la hermosa ciudad de Porto, sentado en uno de los numerosos restaurantes pegados al río Douro que desemboca en el mar, es la tersura del pulpo, el gusto del aceite de oliva y el atardecer último que se refleja en las aguas calmas del río. Sabe que es el último pulpo, el último oporto, el último atardecer de su viaje. Simplemente mira el paso lento de un barco de madera lleno de barricas de vino por debajo de un inmenso puente, mira las gaviotas, mira cómo el sol se hunde allá lejos, en el Atlántico, siente el aire fresco de la noche.

Hay una extraña placidez en esa ribera y en esos paisajes que ha visto y ha vivido. Y siente que nada es confuso en Portugal

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