Todas las caras de María Antonieta
Ninguna otra directora joven tiene tanta influencia en Hollywood. En «María Antonieta», su tercer filme, Sofía Coppola cuenta la vida de la reina decapitada por la Revolución Francesa como una historia de sentimientos sin moralejas políticas, con fastuosos decorados y música de los 80. Abucheada por unos y ovacionada por otros, la película se estrena el jueves en la Argentina y ha detonado frenéticas ediciones de biografías y novelas. Aquí, una entrevista con la directora, el análisis del historiador Luis Alberto Romero y un panorama de las encendidas polémicas que despiertan filme y personaje.

Sofía Coppola fácilmente podría ser uno de los personajes de sus películas. Una joven soñadora y despistada pero elegantísima, que da la sensación de estar perdida en un mundo de grandes privilegios. Es menuda y habla rápido y en voz baja. Sus frases se extinguen como si fueran nada más que el producto del esfuerzo de formularlas.
Si es su ambigüedad y su hermoso rostro mediterráneo con una expresión de malhumor los que se combinan para hacer que esta mujer de 35 años parezca una adolescente que se comporta de forma extraña, sospecho que esto puede ser una forma para mantener al mundo en una situación de peligro. Y para conservar el control. Ninguna otra directora de cine joven tiene el tipo de influencia que ella ejerce en Hollywood y esto no tiene que ver nada más que con su nombre dinástico. María Antonieta, que se estrena el 25 de enero en la Argentina, es un drama histórico fastuoso pero defectuoso, un gran salto de nivel para ella y una demostración de fe aún mayor de parte de los estudios Sony, que le concedieron 40 millones de dólares y un control artístico total.
«Esta es la cosa más importante para mí» admite Sofía. «Hacer una película es algo muy personal y necesito total libertad. Tengo que crear un clima. Todo lo demás emana de él».
María Antonieta es todo clima, de hecho. Basada, en términos generales, en María Antonieta. La última reina, biografía revisionista de Lady Antonia Fraser de la reina nacida en Austria, la película se filmó en sitios de Versalles con un elenco estelar en el que figuraron Kirsten Dunst, Jason Schwartzman y Steve Coogan, así como varios cientos de extras vestidos de forma excéntrica. «Se trata de un filme con una apariencia fantástica cuya notoria ausencia de significado implícito político o punto de vista, incluso, ya generó una perversa discusión en Francia. Es como una historia de sentimientos dijo Dunst hace poco, en lugar de una de hechos».
Es posible que sea por este motivo que fue abucheada por algunos sectores del público en el último Festival de Cine de Cannes y catalogada como «escándalo» más recientemente por una crítica de cine del periódico Liberation, Agnes Poirier. «La historia es meramente un decorado y Versalles un hotel para el jet set, del pasado y del presente» escribió Poirier. «Todo lo que aprendemos de María Antonieta es que amaba las masitas Laduree y los zapatos de Manolo Blahnik. Sofía (Coppola) no supo comprender de qué se trataba todo aquello».
«Es muy francesa» dice encogiéndose de hombros cuando le recuerdo la silbatina de Cannes. «Después, hubo muchos periodistas franceses que me dijeron »Me gusta su María Antonieta pero sigo odiando a la verdadera». Imagino que allí sigue siendo un tema motivo de polémica. Todo lo que puedo decir es que con cada película me desafío a mí misma y en este sentido hacer una película histórica fue un gran reto. Pero ¿cómo hacerlo de una forma nueva y desde el punto de vista de una chica extraña en un mundo extraño? Cuando uno intenta algo nuevo siempre es un riesgo».
¿Se sorprendió Sofía Coppola, empero, por la vehemencia de la reacción? «Bueno, hubo una ovación de pie, también» acota con serenidad, como si la constante controversia fuera algo natural. «Creo que los abucheos no fueron tan estridentes. Los percibieron y los contaron porque siempre es más noticia eso que una ovación de pie».
Emoción con ironía
Lady Antonia Fraser, que se hizo amiga de Coppola desde que la directora compró los derechos de su biografía, no entiende por qué tanto lío. «A mí me encanta. No se desvía de la historia y tampoco copia al libro de forma esclava. Es la visión de Sofía de María Antonieta. Mi visión está en el libro, la de ella, en la pantalla. Yo lo disfruté enormemente y lo mismo le pasó a Harold Pinter».
Esto es lo que pasó, de hecho. A él le gustó el filme. «Me escribió una carta muy dulce» revela Coppola con una sonrisa. «Esto significó mucho para mí. Lo que quiero decir es que me pareció un hombre muy honesto. No creo que hubiera escrito una carta si no lo sentía en realidad. Me permite decir, en caso de que a nadie más le guste, »bueno, al menos a Harold Pinter sí le gustó»».
Teniendo en cuenta la época en la que vivimos, María Antonieta bien podría convertirse en un éxito de taquilla. Si bien no es tan superficial como lo pinta Poirier y tampoco tan visionario como insiste Lady Antonia, es un filme extrañamente vacío. Luego de apartarse de la moderna contemporaneidad de Perdidos en Tokio, su trabajo anterior —en donde predominan las emociones—, Coppola parece estar a la deriva en el régimen anterior. El resultado es un drama histórico para la generación Wallpaper, en donde hay suntuosos interiores, vestidos por los que uno muere y una irónica banda de sonido de los años ochenta.
Su debut, Las vírgenes suicidas, fue una adaptación también, en la que la novela gótica contemporánea de Jeffrey Eugenides tenía un matiz soporífero aún si las vírgenes del título parecían haber sido creadas por el amigote de la moda de Coppola, Marc Jacobs. A este trabajo de Sofía le siguió en 2003 Perdidos en Tokio, protagonizada por Bill Murray y Scarlett Johansson, otra reflexión sobre la desarticulación, que se convirtió en un inesperado éxito y llegó a amasar cuarenta y cuatro millones de dólares. Su tono fue melancólico también y logró captar de forma perfecta la soledad y debilidad que uno siente en los cuartos de hotel de ciudades extrañas.
Ese filme convirtió en estrella a Scarlett Johansson y fue el puntapié inicial de la posterior carrera de Bill Murray como el artista maduro favorito de Hollywood, título que heredó del igualmente inexpresivo Harry Dean Stanton. En el ínterin, Sofía se convirtió en el árbitro de un nuevo tipo de moda cinematográfica en la que, tal como dijo la revista «Vanity Fair» hace poco, la ingenuidad joven y el gusto impecable son lo más importante.
Una familia de cine
Reina la impresión de que todas las películas que hizo Sofía Coppola hasta la fecha fueron autobiográficas en alguna medida. O, tal como ella misma lo define, tienden a ser alguien que está perdido en el mundo, la chica que aún debe encontrar su camino.
La joven Sofía Coppola era ese tipo de chica y el mundo que habitaba en sus primeros años de formación, si bien dorado, bien podría haber ahogado a un talento inferior. Sofía Carmine Coppola nació el 14 de mayo de 1971 en el seno de una dinastía de Hollywood en la que su padre, Francis Ford Coppola, era la máxima autoridad. Su madre, Eleanor Coppola, filma documentales. Su tía es la veterana actríz de Hollywood Talia Shire y sus primos son los actores Nicolas Cage y Jason Schwartzman. Pero además, gente como Steven Spielberg, George Lucas y Marlon Brando eran invitados habituales en las fiestas que se hacían en su casa.
«Supongo que tuve suerte porque siempre estaba rodeada de adultos interesantes» admite hoy. «Gente como Warhol y Werner Herzog. No fue una niñez común, pero la familia era todo para mi padre. Supongo que esto es algo bien italiano. Yo siempre estaba en medio de adultos, jugando, conversando o escuchando».
La familia Coppola se mudó a la costa oeste en los años 70. De Nueva York al valle de Napa, en California, en donde su padre es dueño hoy de un famoso viñedo. Fabrican allí un champán que se llama «Sofía», que es descripto en la etiqueta como «revolucionario, malhumorado, reaccionario, efervescente, perfumado, frío y moderno». Sofía lo calificó en algún momento simplemente como «incómodo». Antes de comenzar a ocuparse de la producción vitivinícola, su padre vivía para las películas. «Todos en mi familia están en el negocio del cine» dijo Sofía alguna vez «y de esto es de lo único que hablamos (…) Recibí clases sobre cine durante 20 años dentro de mi propia casa». Los recuerdos más lejanos de su niñez incluyen momentos en los que estuvo sentada en las rodillas de Andy Warhol y en los que paseó en helicóptero por la jungla de Filipinas, país en donde vivió durante casi dos años mientras su padre casi muere y lleva a la bancarrota a un importante estudio mientras hacía Apocalipsis Now allá por principios de los años 70. «Fue divertido» recuerda Sofía «yo no pensaba en mi padre como un director de cine famoso. El era simplemente mi padre».
Sofía es la más joven de tres hermanos. El mayor, Gio, un director en potencia también, se mató en un accidente de lancha de carrera en 1985, cuando tenía 22 años. «La muerte modifica todo» dijo Sofía alguna vez y uno tiene la impresión de que el clan Coppola se unió aún más en los años transcurridos desde entonces —sea cual haya sido la rivalidad entre hermanos que pudo haber existido en el pasado, hoy fue reemplazada por una red de apoyo que la benefició enormemente—. Su otro hermano, Roman, parece haberse puesto en los zapatos de Gio como heredero aparente. El también dirige películas y colaboró como asistente de cámara en los filmes de Sofía.
Mientras que su padre sudaba, gritaba y maldecía durante sus filmes épicos, su hija es una serena presencia dentro del set, al mejor estilo zen, como una suerte de centro dentro del caos que es un rodaje cinematográfico. «Yo no grito» explica Sofía con una sonrisa. Su primo, Schwartzman, que hace el papel de Luis XVI en María Antonieta, comentó hace poco que nunca la había visto enloquecer. Comentó que es muy tranquila y que es como una luz en la oscuridad. Afuera del set parece ocurrir lo mismo. «Es una de las personas más creativas que conocí en mi vida», confiesa Lady Antonia. «Exteriormente, es muy dulce y amable. Por fuera parece un encantador y ondulante arroyo. Pero por dentro sospecho que hay un torrente bravío y profundo».
Teniendo en cuenta la fuerte influencia de su padre, a Sofía le llevó algún tiempo encontrar su base creativa dentro del cine. Cuando tenía 20 y pico de años, y luego de graduarse en el California Institute of Arts, Sofía se metió brevemente en el mundo de la moda y la fotografía, para Karl Lagerfeld y la Vogue francesa, respectivamente, bendecida por las conexiones sociales y el nombre de su familia aunque sin poder destacarse en ninguno de esos dos ambientes. Estudió pintura también y más tarde intentó actuar por un breve tiempo, aunque el resultado fue desastroso. Apareció de forma algo imprudente en «El Padrino III» como hija de Al Pacino. Fue una mala actuación en una de las películas más desilusionantes de su padre. Los maltratos que recibió luego hicieron que hasta el mundo habitualmene cruel de la moda pareciera preferible y fue entonces que decidió volver a ese ambiente, llegando a crear su propia marca, llamada Milk Fed, que todavía existe como una lucrativa franquicia japonesa.
«Yo estaba algo perdida y desconcentrada» dice Sofía de aquella época incierta. Tiempo después, en 1998, con el aliento de su padre hizo Lick the star, un corto ambientado en una escuela secundaria para chicas. «Me encantaba cómo se veía» acota Sofía con una sonrisa «y en cierta forma me ayudó a encontrar mi camino. Con el tema actoral todo fue demasiado público. No lo considero un gran error. Se trató más bien de una forma de descubrir qué era lo que no quería hacer. Me siento mucho más cómoda detrás de la cámara».
Allí es donde se encuentra desde entonces y con considerable éxito. A los 35 años, Sofía tiene en su haber un Oscar y tres premios Golden Globe, todos por Perdidos en Tokio. La misma película la convirtió en la tercera mujer en ser nominada a un Oscar como mejor director (y en la primera estadounidense). Curiosamente, esa película se hizo durante un período de conmoción personal para Sofía y los hechos que se muestran en la pantalla parecen haber reflejado la ruptura de su matrimonio con el director Spike Jonze. Cuando le pregunto por Jonze, Sofía se mueve en el asiento y me responde: «Bueno, ya no tenemos tanto contacto».
Durante algún tiempo, Sofía estuvo relacionada con Quentin Tarantino, quien la hizo figurar en 2004 en los créditos de Kill Bill Volumen 2. En estos momentos, sin embargo, está asentada, junto a su primer hijo con Thomas Mars, cantante de la banda francesa de rock electrónico Phoenix. Las credenciales de modernidad de Sofía son impecables. Se convirtió en una suerte de musa para su amigo, el diseñador de moda Marc Jacobs, quien alguna vez le puso su nombre a una cartera y usó incluso su cara para un perfume. Su estilo y aire infantiles, casi, convirtieron a Sofía Coppola en un ícono de todo lo moderno contemporáneo para una generación que parece tener ciertas dificultades para crecer. Entre sus contemporáneos cinematográficos estilo Zeitgeist figuran sus amigos Wes Anderson (Rushmore, Los Tenembaums, The Life Aquatic) y Zoe Cassavetes, hija del director John Cassavetes, que en estos momentos rueda su primera película protagónica. Son un grupo cuya rutina se basa en estadías en París, las mejores bandas nuevas, canciones de los 70 que nadie escuchó o los mejores zapatos. La filmación, entonces, es como moda, con Sofía como la reina de la pasarela.
El estilo como estética
Algo que no sorprende es que este tipo de reductivismo cultural molesta a Coppola. «Sí, sí» asiente como con cansancio cuando le menciono la analogía del grupo musical. «La gente tiene que encontrar estas escenas para acomodarnos en ellas en realidad. Supongo que así les resulta más fácil escribir sobre nosotros». ¿Está mal entonces la sensación de que existe una estética compartida, una suerte de moda irónica colectiva? «No diría que está mal» responde con indiferencia. «Es decir, cada uno puede ver las cosas como desee, o inclinarlas para ajustarlas a nuestro punto de vista. Me parece que es una estética más que un movimiento. Pero como saben yo también tengo mi propia estética, la gente que miro y admiro». ¿Podría dar mayores detalles? «Bueno, cuando estaba creciendo todo era Godard, Truffaut, y la Nueva Ola francesa. El estilo era bárbaro para mí». ¿Entonces su estética tiene que ver básicamente con el estilo antes que con la historia o el drama por ejemplo? «Mmm, me parece que siempre me sentí atraída por individuos o gente con su estilo propio y único. Eso es todo lo que trato de hacer, de hallar mi propia forma personal de hacer las cosas».
Hasta ahora ella ha tenido éxito a su modo y en su forma silenciosamente confiada, definiendo algún tipo de tendencia cultural joven, la somnolencia de una generación criada en base al estilo, al plagio irónico y a la desconexión. Cuánto tiempo va a durar es la duda de todo el mundo pero hasta ahora Sofía Coppola es su árbitro más peculiar. «Si uno no supiera quién es su padre» dice Lady Antonia Fraser «nunca lo podría averiguar a partir de su trabajo». Aun así, Sofía Coppola es una cineasta de nuestro tiempo de la misma forma como su padre lo fue del suyo.