La creación y la actividad intelectual surgen ligadas a la liberación de las necesidades básicas y al consecuente lujo de contemplar, especular y crear. Pero desde que el cristianismo valorizó el trabajo nadie parece escapar de él. Menos en el presente, cuando el creador y el filósofo también salen a vender su producción en el mercado.
Los manuales dedicados a la historia de las ideas e incluso a la historia del trabajo citan unas veces remanidas etimologías y otras directamente soslayan la cuestión del ocio, la cual, con todo, tiene significativas relaciones respecto del pensamiento y del trabajo. Se suele leer que la palabra latina otium que da la nuestra ocio se opone a negotium,ocupación, compuesta de nec y otium, esto es «no ocio» y se justifica tal oposición alegando que con el término negotium se alude a una situación no querida en la cual uno queda atado al trabajo manual, cualquiera que ése fuese, y, por lo tanto, no está libre para otras actividades sublimes que requieren justamente ocio. Esta consideración encaja en la división general de los saberes que se maneja desde la Roma clásica hasta el Renacimiento, entre saberes o artes serviles y saberes o artes liberales. Además, ocio y negocio no se oponen como lo privado a lo público, ni, como se verá, el ocio necesariamente se identifica con una soledad inactiva. Por otra parte, la valoración de un estado por sobre el otro se comprueba en las palabras de origen peyorativo con que se designa la actividad en el no ocio: laborare y labor originalmente significan «deslizarse» y «desliz» respectivamente; tripalium designa primero un artefacto de tres pies en el que se coloca el caballo para que sea herrado, después el potro de tortura y, a partir del siglo XII, nuestro «trabajo», término este derivado de aquél. Operari y opera, de donde «obrar» y «obra», en cambio poseen un sentido neutro; refieren cualquier tipo de actividad, desde dar una limosna hasta componer una enciclopedia. Esta desvalorización del mundo del trabajo, palpable en la tradición greco romana, viene a coincidir con la bíblica, según la cual el trabajo es visto como un castigo debido a la pérdida del paraíso. En el paraíso recuperado no habrá para el hombre esfuerzo, como en la edad dorada de los mitos griegos, sino, de nuevo, ocio. De las diferentes reflexiones sobre el ocio y sus cambiantes relaciones con el mundo del pensamiento y del trabajo se bosquejará sucintamente la historia.
Primum vivere, deinde philosophari
En el mundo clásico greco romano el ocio no es opuesto al no ocio, antes bien hay entrambos una suerte de asistencia: está en ocio cierta clase privilegiada que tiene resuelto el no ocio y puede así dedicarse a la especulación. Cicerón, principal propagador de la filosofía griega en Roma, dice que la característica de la vida de los sabios es que, liberados de todo cuidado de las necesidades de la vida, gastan su tiempo en investigar y enseñar el conocimiento de la naturaleza (Del supremo bien y del supremo mal V, 53). La fuente en la que abreva la tradición clásica es Aristóteles, especialmente sus afirmaciones en la obra Protréptico o Exhortación a la filosofía de la que sólo nos quedaron unos fragmentos, y en el comienzo del libro primero de la Metafísica, donde establece a partir de determinados criterios el surgimiento de las ciencias, y de ellas, las más abstractas, sólo fueron posibles una vez que se inventaron los saberes prácticos que hacen a las necesidades básicas, las utilidades y los placeres del hombre, por eso, argumenta, las matemáticas nacieron en Egipto, cuando los hombres estuvieron liberados y se le dio ocio a la casta sacerdotal. El término que utiliza Aristóteles para «estar liberado» es en griego scholázein que es traducido al latín por vacare, de donde proviene nuestro «vacar» y su familia: «vacante, vacación, vacío». Tanto el verbo griego como el latino tienen significativamente la doble acepción de «estar liberado de» y «estar liberado para», dando cuenta así de aquella asistencia entre el no ocio y el ocio. La palabra griega que al latín se traduce por otium es scholé. A su vez, los romanos transcriben schola, de donde nuestro «escuela», para referirse al resultado del ocio: a un cuerpo doctrinario o a una corriente de pensamiento. Aristotélicamente, pues, los saberes teóricos no responden a ninguna urgencia vital y en este sentido debe entenderse la inutilidad de la filosofía.
Ahora bien, el ocio no lleva necesariamente a la dedicación apuntada, por ello ya en Roma comienza a ser especificado. Cicerón habla de un «ocio literario» (Disputas tusculanas V, 36), para el que incluso se dispone de villas o casas de campo. Séneca, verdadero pensador del, digamos, tiempo libre, recoge la expresión ciceroniana y la contrapone al ocio inactivo: «El ocio sin letras es muerte y sepultura del hombre vivo» (Cartas a Lucilio X, 82). En ocio el hombre puede alcanzar su fin propio, la felicidad intelectual, pero también, si permanece inerte, el peor de los estados. Este sentido despectivo del ocio se encuentra en refranes populares latinos: «El ocio es el origen de todos los males»; «El ocio produce los vicios»; «El ocio es la almohada del diablo».
Vida activa y vida contemplativa
Séneca dedica muchísimos pasajes de sus obras y hasta un tratado, que nos llegó incompleto, al ocio, el De otio. Para él la disyuntiva nunca es entre ocio y no ocio, sino entre la vida contemplativa, la propia del buen ocio, y la vida activa, entendiendo por tal la participación política y social. También en esto la fuente mediata es Aristóteles. En su tica hay dos planteos respecto de la felicidad; uno, en el libro primero, radica en la vida política en la cual el hombre ejercita sus virtudes gracias al saber práctico que llama prudencia, y el otro, en la vida filosófica, en ocio, en la que ejercita las virtudes intelectuales por medio de la sabiduría. De hecho, Aristóteles termina privilegiando esta segunda práctica como la forma más elevada de búsqueda de la felicidad. En este sentido su influencia es determinante en la concepción de la felicidad como búsqueda interior que sostienen las escuelas filosóficas helenísticas que irrumpen en Roma, el estoicismo y el epicureísmo, y de las que es deudor el pensamiento de Séneca.
Rinascimento, aggiornamento
Los humanistas y renacentistas italianos retoman puntualmente y enriquecen estos tópicos del ocio de las especulaciones clásicas. Petrarca en De la vida solitaria alaba el ocio positivo, sumándole el retiro al campo, ocasión para el estudio y la reflexión sobre los antiguos, y al que opone el ocio negativo u ociosidad que identifica con la pereza. Alberti también identifica el ocio intelectual que denomina honestísimo y que es el que asumen algunos gentiluomini para con su actividad literaria adquirir fama y beneficios, frente al ocio inactivo que «siempre fue nido y cueva de los vicios (…) Del ocio nace la lascivia, de la lascivia nace el desprecio de las leyes; de no obedecer las leyes sigue la ruina y el exterminio de las tierras» (Libros de la familia II, 70). Un juicio parecido que culpa al ocio de la ruina del Estado se encuentra en Maquiavelo (Discursos II, 25). El llamamiento a rehuir este ocio como enemigo de la virtud es dado por Castiglioni (Recuerdos, cap. Del rehuir el ocio). Y Landino, entre otros, dedica una obra dialogada a la disyuntiva entre vida activa y vida contemplativa, en la que se discute cuál de las dos constituye el fin de la vida humana. El diálogo es un buen ejemplo del tipo de conversazione ociosa renacentista que amalgama argumentos y ejemplos de la tradición clásica con la bíblica, razonamientos de diferente índole, teológicos, filosóficos, políticos y literarios, y que busca una conciliación entre el ocio contemplativo y la actividad política, dada por una vida compuesta.
Con la institucionalización del cristianismo en Occidente se encuentra cierta valoración del trabajo manual que es clave para entender las consideraciones sobre el trabajo y el ocio modernas. Los benedictinos, la orden creada por Benito de Norcia y principal irradiadora de la fe en la Europa medieval, combinan, fijado por sus reglas, trabajo, oración y estudio. Aquella relación de asistencia entre ocio y no ocio clásica es reemplazada ahora por la de complemento. El ocio, aunque inactivo, puede no ser malo en tanto es tiempo de descanso. Por ello, la escolástica del siglo XIII, amante de las distinciones sutiles, se ve necesitada de especificar aún más el ocio: el reposo, la reparación física del esfuerzo hecho en el trabajo; el deleite o distracción, con el que se aleja el estado de tristeza que también produce el trabajo; el liberal, el que se dedica a las artes liberales; el pingüe, el que recoge los beneficios de la contemplación de la vida religiosa, además de la condenable pereza.
La universidad medieval puede ser vista como un refugio en el que se plasma el ocio y la consecuente vida contemplativa abogada por Aristóteles y con una impronta de comunión entre profesores y alumnos, mas termina recluyéndose ante los cambios sociales respecto de los cuales tarda en adaptarse. El oficio de maestro comienza a profesionalizarse. El intelectual entra en la modernidad trabajando. En su ocio, ahora tiempo de trabajo personal, debe producir un producto que necesita vender en el mundo del negocio. A la par, otro ocio, ya incipiente en la Edad Media, se identifica con el descanso, vacaciones, distracciones respecto del no ocio, que se presupone agotador (borré «enajenante»). El negocio es ahora el que regula el ocio, estipula el tiempo de reposo, crea incluso un «ocio» forzoso o desocupación y considera a aquellas preguntas y aquella búsqueda propias de un ocio genuino como algo exótico y hasta quizás útil: en un aviso publicado aquí en Buenos Aires el año pasado una empresa solicitaba «filósofo o diletante» (sic) para dar charlas a sus empleados.
Acción y contemplación
La naturaleza nos dio un ingenio curioso y, consciente de su arte y de su belleza, nos engendró espectadores de tan grandes espectáculos; perderá su fruto si algo tan grande, tan preclaro, tan sutilmente conducido, tan brillante y variadamente hermoso lo mostrara a un desierto. Para que sepas que ella quiso que se la contemplara y no sólo que se la mirara, ve qué lugar nos dio. Nos situó en su parte media y nos dio la contemplación de todo lo circundante. No sólo hizo erguido al hombre, sino también apto para la contemplación, para que pudiera seguir a los astros desde su salida hasta su ocaso y llevar su rostro en torno del todo, hizo que su cabeza fuera elevada y la colocó sobre un cuello flexible; después guiando seis constelaciones durante el día y seis durante la noche no dejó sin desplegar ninguna parte de sí a fin de, por esto ofrecido a los ojos, provocar el deseo también de las restantes partes. En efecto, ni vemos todo ni tan grande cuanto es, sino que nuestra vista se abre a un camino de investigación y sienta las bases para la verdad, a fin de que la investigación vaya de lo manifiesto a lo oscuro y encuentre algo más antiguo que el mundo mismo: de dónde han salido estos astros; cuál fue el estado del universo antes de que cada cosa se separase en partes; qué motivo disoció lo sumergido y confuso; quién asignó sus lugares a las cosas; si lo grave desciende por su propia naturaleza y lo leve asciende o si además del ímpetu y peso de los cuerpos alguna otra fuerza más profunda dictó la ley de cada cosa (…). Nuestro pensamiento cruza las barreras del cielo y no se contenta con saber aquello que se muestra. Escudriño lo que yace más allá del mundo: si hay una vastedad infinita o si este mundo está encerrado en sus propios límites; cómo se encuentra lo excluido, si es informe y confuso, ocupando un solo lugar en toda dirección o si está dispuesto en algún sentido; si está adherido a este mundo o se ha separado ampliamente de éste y gira en el vacío; si hay átomos por los que se constituye todo lo que fue y será o si la materia es continua y mutable en su totalidad; si los elementos son contrarios entre sí o si no se chocan sino que por diferentes caminos colaboran. Nacido para investigar esto, has de estimar que no se ha recibido mucho tiempo (…). Aunque no soporte que se le arranque nada fácilmente y que nada se le escape por negligencia, aunque conserve sus horas muy avaramente y las prolongue hasta el último extremo de la vida, y la fortuna no le sacuda algo de lo que estableció la naturaleza, sin embargo el hombre es demasiado mortal para el conocimiento de lo inmortal. Vivo según la naturaleza, si me he dado por completo a ella, si soy su admirador y cultor. La naturaleza, por cierto, quiso que yo hiciera lo uno y lo otro, actuar y dedicarme a la contemplación. Lo uno y lo otro hago, ya que sin acción ni siquiera hay contemplación.