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La fiebre Scarlett

Posted by LA ARGENTINIDAD ...AL PALO en enero 28, 2007

Estrenó 11 películas en tres años. Las revistas la coronan como la actriz más sexy de la industria del cine, y no hay director de Hollywood que se le resista; a los 22 años, tiene el mundo a sus pies

 La sola mención de su nombre evoca un sinfín de lugares comunes. Voluptuosa sin ofender, con esas curvas naturales de mujer olvidadas en las pasarelas de moda o en la alfombra roja de Hollywood. Voz algo ronca, aguardentosa, como de haber vivido, aunque su piel pálida, tersa y algo rosácea recuerda la juventud que exuda a borbotones una estrella que acaba de cumplir 22 años. Musa de innovadores como Sofia Coppola, que encontró en Johansson la inocencia melancólica que la directora había perdido en Tokio durante su primer matrimonio. Venerada por veteranos como Woody Allen o Brian de Palma, que recurren a ella como fuente de inspiración para revitalizar sus carreras con más o menos éxito en Match point y Scoop, el primero, y con La dalia negra, el segundo.

Todos ésos y más son lugares comunes cuando se habla de Johansson, pero en la breve aunque prolífica carrera de una estrella que comenzó en el cine como niña prodigio hay más. Y algunas de estas otras descripciones que también forman parte de la fiebre escarlata son mucho menos habituales. Como que sus facciones son las más buscadas entre las mujeres que recurren a la cirugía estética en Beverly Hills, según el informe anual del gremio. O que sus labios son los más deseados, sólo por detrás de los de Angelina Jolie en la lista de las mujeres más “besables”. La revista In Touch no tiene remilgos al describir a Johansson como la que tiene mejor busto, según un estudio científico que realizó esta publicación del corazón y donde Johansson dejó atrás a Salma Hayek y Jessica Simpson. Y otro estudio igual de científico, éste inglés, concluye con la coronación de Scarlett como poseedora del mejor trasero. Es una manera de diseccionar algo en lo que todos coinciden: proclamar a Scarlett Johansson “la mujer más sexy del año”.

Que además sepa actuar es un plus que justifica el amor de los directores y les da una pátina de intelectualidad a los comentarios que han levantado algunas de sus fotografías recientes, que se han propagado en Internet como si fuera la escarlatina. Fotos como ésa en la que posa con un modelo de Calvin Klein un poco más largo que una camiseta de caballero blanca, sin mangas, por el que asoman un corpiño rojo y unos pantaloncitos verdes. O esa otra en la que ya perdió el sostén y sus pezones están cubiertos por un perrito faldero que pasaba por allí. Claro que nada supera la histórica fotografía de portada con la que Vanity Fair detuvo el tráfico de Hollywood en plena temporada de Oscar y en la que Johansson posó desnuda junto a una igualmente hermosa Keira Knightley, con el pudor de la fotógrafa Annie Leibovitz como única barrera entre su cuerpo y la mirada de sus seguidores. Una imagen que su primer día en la Red atrajo a 3,1 millones de pares de ojos.

Detrás de toda esa belleza se esconde un talento que cuenta con tantos defensores como admiradores tiene su cuerpo. “Es una de esas actrices que te lo da todo con una sola mirada. Un dechado de emoción”, describió el realizador Peter Webber tras haber trabajado con ella en La joven de la perla, película en la que la actriz sólo contaba con 13 líneas de diálogo. De Palma llega a la misma conclusión sobre una de las cualidades principales de la musa que protagoniza La dalia negra, su último estreno. “Nunca llegas a saber qué es lo que esconden esos ojos”, reconoce este amante de la novela negra que encontró en Johansson a la mujer perfecta para el papel de Kay Lake, una de las protagonistas del clásico de James Ellroy. Una mujer “con un pasado enigmático, marcada de por vida y que no se sabe con exactitud de qué tiene miedo”, según el director. Los hermanos Coen trabajaron con ella en El hombre que nunca estuvo y saben que Johansson no tiene miedo. Los únicos que se sintieron un poco intimidados por esta Lolita fueron ellos, y eso que sólo tenía 16 años por aquel entonces. “Te asombraba su inteligencia. No tenía nada que ver con trabajar con una niña”, añade Billy Bob Thornton, su compañero de rodaje. Ya lo había dicho Robert Redford cuando la descubrió con El señor de los caballos: “Una chica de 13 años que parece que tuviera 30”.


Nada ha cambiado. Como el buen vino, el tiempo sólo le ha dado más cuerpo a una estrella que, lejos de ser un sabor pasajero, se ha grabado en el paladar del público y está aquí para quedarse. A menos, eso sí, que acabe quemando la mecha antes de lo necesario, como ha ocurrido con otras estrellas presentes en más estrenos de los que es posible defender con honor en esta industria. “Pero es imposible que el público se aburra de ti por verte en demasiadas películas, porque entonces te dejarían de ver y ya no se aburrirían de verte en tantas películas. ¿No es así?”, la defiende con un silogismo y mucho sarcasmo uno de sus últimos compañeros de rodaje y admirador, Michael Caine, a su lado en El gran truco.

Johansson es pequeña y joven, pero sabe muy bien cómo atraer las miradas. Se maneja con soltura por el hotel Biltmore de Los Angeles, uno de los más antiguos de la ciudad, por el que pasaron los Beatles y que aún conserva ese sabor de otro Hollywood. Ataviada con pantalones cortos negros y un blusón con estampado de pantera, esta vez sus piernas se llevan el primer golpe de vista, largas y ensalzadas por unas sandalias de tacón de aguja. Camina con seguridad, aunque sin esperar ser vista, y casi lo consigue. Pero quien cruce su mirada o pase el umbral de lo que Johansson considera su intimidad se encontrará con una sorpresa. Hoy sus ojos añaden a su belleza ese tono un poco altanero de “ni se te ocurra, imbécil”.

“Sigo pensando que tiene que haber una manera de evitar el verte expuesta por todos lados”, arranca. Es difícil ajustar el comentario a su fotografía omnipresente en la portada de todas las revistas, y no precisamente en imágenes robadas, sino en fotos posadas para las mejores cubiertas. O en las 11 películas que ha estrenado en los tres últimos años, desde que Hollywood se enamoró de ella en Perdidos en Tokio. Pero cuando Scarlett habla, su voz se impone sobre su ubicua imagen. “Sé que soy una persona pública, y esto ha requerido ciertos ajustes en mi vida. Ahora no puedo tomarme algo en una terraza, siempre expuesta a que me saquen una foto. Y sé que suena tonto, algo un poco extraño y que cuesta explicar, pero es duro ser consciente en todo momento de tu rostro, de tus andares, de ti misma; todo el tiempo, cuando paseas, cuando entras en una tienda… Claro que son cosas que pienso seguir haciendo. Lo que intento, lo que me parece increíblemente importante, es mantener mi vida privada en privado. Compartir lo menos posible de mi vida porque luego la gente se hace una idea preconcebida de quién eres y de lo que eres capaz de hacer”, afirma la actriz.

Tampoco es que le importe que se hable de su belleza. “Está claro que soy una chica con curvas”, señala, consciente de una verdad como un templo. Entre las mujeres que más admira están Marilyn Monroe y Lauren Bacall, pero, al contrario que a sus admiradores, a ella nunca se le ocurre compararse con esas bellezas. “Es algo muy agradable de oír. Pero también sé la cara que tengo después de haber dormido tres horas”, añade con otra sonrisa insinuante. “Personalmente, nunca me ha interesado lo que la gente come o deja de comer o cuánto ejercicio hace, aunque si me preguntas creo que gran parte de los actores de Hollywood están demasiado delgados. Pero sí me fastidia esa continua presión que existe con la belleza, con el peso, con estar en forma –afirma–. Vivimos en un país obsesionado con estos temas”, añade. La sonrisa se ha vuelto a desvanecer.

Por eso Johansson prefiere hablar de otros, en especial de esos hombres que tanto la alaban y con los que ha trabajado estos últimos años. Esa colección de directores que, como asegura, parece salida de un sueño; todos esos que su madre y agente, Melanie Johansson, le citaba al hablar de cine. “Es gente de la que llevo viendo sus películas incluso antes de lo que debería haberlas visto”, asegura. En primer lugar, y junto a su madre como una de las personas que más han tenido significación en su vida, está la figura de Robert Redford. “Alguien que fue asombroso para una adolescente prepúber como era entonces. Y mira que es duro pasar la adolescencia: una de las etapas más crueles de esta vida, y encima pasarla ante la cámara. Pero Bob me enseño cómo manipular mis emociones en el cine”, opina. Luego vendrían otras, y, en el caso de la joven Sofia Coppola, ambas intercambiaron ese vínculo mutuo de calma que las unió delante y detrás de las cámaras. Los hermanos Weisz, en Algo más que un jefe, le dieron ese espacio en el que le gusta trabajar, siempre dispuestos a probar otra toma, mientras que con De Palma, Johansson vivió un encuentro con el antiguo Hollywood. “Es de la antigua escuela, muy formal, seco y cortante, pero no se anda por las ramas. Genera un gran respeto, y es el primero al que le he oído pedir silencio para sus actores mientras se rueda”, rememora sobre el legendario realizador de Carrie, Los intocables y El precio del poder.

Pero es a Woody Allen, con quien lleva dos películas rodadas, al que dedica toda su admiración. “Es el más refinado”, asegura casi con tono de enamorada. “Te lo da todo como actor. Esas líneas que te ha escrito tienen toda la información que necesitas, son deliciosas. Y no tiene nada de manipulador. Tal y como lo ha escrito, no necesita ensayos ni decirte nada más porque todo toma forma en cuanto lo expresas delante de las cámaras”, explica de la amistad laboral que ha trabado con alguien a quien describe como “terriblemente tímido” y que le lleva 50 años. La admiración es mutua. Si Johansson le llama tímido, Allen la define como la esencia de la feminidad, una mujer “sexualmente abrumadora”. “Es una delicia. Como ganar a la lotería”, afirma el realizador neoyorquino de la que ya habla como hablaba de su musa y compañera sentimental durante años, Diane Keaton. “Hay gente, Diane fue una de ellas, que es como si la hubieran tocado con la varita del talento y lo tuvieran todo. Eso mismo le pasa a Scarlett”, añade. En esta historia de amor platónico, Johansson no dudó en abandonar propuestas laborales que sobre la mesa parecían más lucrativas con tal de regresar junto a Allen para Scoop. La víctima fue Misión Imposible III. “Eso es lo que ocurre con las grandes producciones. Que no es fácil hacerlas funcionar. Y yo quería trabajar con Woody”, dice Johansson con muy poco pesar en sus palabras.

Los mentideros de Hollywood aseguran que más que una propuesta para trabajar junto a Tom Cruise en el cine lo que Johansson recibió fue una prueba para hacer de la verdadera esposa del actor más taquillero de la industria, el papel que en la actualidad interpreta Katie Holmes en esa novela rosa titulada TomKat. Si hay algo de cierto en ello, Johansson ni abre la boca. La frase es la misma ya sea que hables de esto, de su supuesto (y ya parte de las leyendas de Hollywood) encuentro amoroso con Benicio del Toro en un ascensor o incluso de su relación actual con el actor Josh Harnett, a quien conoció en Bulgaria durante el rodaje de La dalia negra. “No piensoentrar en ese tema”, zanja con tanta rapidez como desprecio en cualquiera de los casos.

En alguna entrevista, Johansson ha reconocido que la leyenda nació de una broma suya sacada de contexto. Pero a estas alturas ni se molesta en aclararlo. “Llevo un estilo de vida muy simple, fuera del radar de la prensa, aunque nunca se sabe”, reafirma la intérprete, que por no reconocer su relación con Harnett ni cruzó con él la alfombra roja de su propio estreno. Johansson prefirió el brazo del mucho menos atractivo De Palma que el de su compañero de reparto y cama, Harnett, alguien de quien sólo repite: “Es un gran actor, muy dedicado, y por quien siempre he sentido gran admiración”. La respuesta estándar en Hollywood a la hora de hablar de un compañero de reparto. Nada de ese supuesto piso de seis millones de dólares que ambos comparten cerca de TriBeCa, en Nueva York, y que han insonorizado para protegerse de oídos indiscretos.

Por eso sorprende todavía más ver a Johansson en esas provocativas poses de revista o en el programa de David Letterman contando, en serio o en broma, que durante su 21º cumpleaños se ganó unos moretones en los muslos del lap dancing que le hicieron en un club de striptease, donde acabó celebrando junto a su hermano gemelo la mayoría legal de edad.

Más allá de los rumores y versiones, como recuerda la revista The Hollywood Reporter, “Scarlett Johansson ha sabido escoger sus papeles, y su trabajo habla de una actriz seria y decidida”. Así lo fue desde sus comienzos, tan empeñada en ser actriz que le soltó a su madre eso de “me arde la actuación” a los tres años. Desde entonces, Melanie Johansson, separada del padre de la actriz, Karsten Johansson, se ha dedicado no sólo a la crianza de sus cuatro hijos, sino a fomentar el talento artístico de Scarlett. “Mi madre siempre nos alimentó con una gran dieta cinematográfica; es una aficionada que se lo ha visto todo. Una enciclopedia”, afirma la estrella. Por una vez suena más a hija adolescente que a musa de artistas. “Ella me enseñó las películas que valían la pena, y eso me inculcó la filosofía de dedicarme tan sólo a los filmes por los que merece la pena pagar entrada. Además, nunca he tenido apuro por conseguir lo que quería, y mi madre tampoco ha sido impaciente”, añade, con referencia a su progenitora, a quien define como alguien que “odia” Casablanca en favor de El ciudadano.

Sin embargo, el toque Johansson, que le ha conseguido cuatro candidaturas al Globo de Oro, dos de ellas el mismo año como mejor actriz dramática con La joven de la perla y mejor intérprete de comedia en Perdidos en Tokio, parece desvanecerse entre tanto estreno.

¿Flor de un día?

Johansson parece contar con más admiradores en Internet y en los quioscos que en las salas de cine. En Estados Unidos, El gran truco no llegó a arrancar. La dalia negra se hundió con todo el equipo en la taquilla. La isla fue uno de los peores fracasos del pasado año. Y en cuanto a su inspiración junto a Woody Allen, todos los parabienes que le deparó a la pareja su trabajo en Match point, incluida la cuarta candidatura al Globo de Oro de la actriz, se han debilitado con Scoop, donde el realizador parece haber vuelto a perder su toque y, junto a él, el de su musa.

Algunos comentaristas aseguran que el problema son los numerosos estrenos de Johansson. Los hay más crueles, esos que sin descubrir su identidad aseguran que Scarlett Johansson representa “la alternativa más joven y barata” a estrellas de la talla de Julia Roberts y Sandra Bullock. La apreciación no está falta de base, aunque tal vez va demasiado lejos al culpar a la estrella por el fracaso de filmes demasiado ambiciosos. Como dice Variety, “Aun a riesgo de estar muy vista”, la interpretación de Johansson sigue siendo buena.

“Yo me sigo guiando por el instinto. Me parece lo más importante, acierte o no. Es el instinto el que me dice si ahí hay una historia que quiero contar. Leo mis líneas de diálogo y escucho en mi cabeza cómo suenan. Si me siento cómoda diciendo las frases de mis personajes, entonces me comprometo”, detalla sobre su método de elegir guiones. Esta es la única parte que no ha cambiado en los últimos años, esos en los que, como dice la actriz, se ha visto “crecer delante de las cámaras”.

“El éxito de Perdidos en Tokio motivó varios reajustes en mi vida y en mi carrera, pero nada fuera de lo normal. Sigo siendo una actriz en busca de trabajo que ve cómo con el final de cada proyecto llega la duda de si me volverán a contratar”, añade. Cuenta con un equipo de seis personas que la ayudan con su agenda, pero ella prefiere el contacto directo con los estudios en los que trabaja. Quizás esa cercanía con la industria es la que le mantiene los pies de estrella en el suelo. “Hollywood es así: un imán que diariamente atrae a un gran número jóvenes, todos con sueños de grandeza dispuestos a ser descubiertos. No es del todo mi experiencia porque comencé en Nueva York, pero eso no evita que sea muy consciente de que en esta industria tienes una posibilidad entre un millón. Razón de más para sentirme muy afortunada. Sólo tengo que echar un vistazo a mis amigos que aún están luchando por esa oportunidad para darme cuenta de que la suerte ha jugado una gran baza en mi carrera –acepta–. Si sólo es suerte o es maña, no sé qué es lo que me mantiene donde estoy cuando mi trabajo es de usar y tirar. De ahí que me dé risa cuando me preguntan dónde me veo en diez años, porque no tengo ni idea. Sé que todo esto dependetambién de mi atractivo en la taquilla, de mi rentabilidad en la industria. Tampoco puedo decir que ninguna de mis películas ha recaudado 200 millones de dólares. Pero me siento más cómoda con aquellas que escojo, que colgada por los pies a varios metros de altura en medio de un festival de efectos especiales”, se ríe.

Por el momento, el futuro se le viene igual de movido. Pero lo tiene todo tan claro como el hecho de que quiere dirigir cine. Sólo está a la espera de que surja el proyecto adecuado. “No estoy dispuesta a venderme”, afirma como advertencia a los que confunden los anhelos artísticos de un actor con el ansia narcisista. “A todos los que tienen sus dudas sobre los actores detrás de las cámaras les diría que piensen en Robert Redford o en Woody Allen. En Steve Buscemi o Sydney Pollack. Y qué me dices de Clint Eastwood, ¿eh?”, detalla, pendenciera pero risueña, con ese orgullo de batalla ganada que da recitar de memoria la lista de los reyes godos.

Esa lengua rápida y demasiado sincera es la que también la ha metido en más de un problema, blanco de las risas cuando escribió una pancarta dirigida a los paparazzi para que dejaran de acosarla, pero con faltas de ortografía. O blanco de las iras cuando, a sus 18 años y en medio de ese otro lugar común que describe a Johansson como musa de hombres maduros, sólo a ella se le ocurrió decir eso de que “las mujeres se mueren por dentro cuando alcanzan la menopausia”. “Estoy segura de que alguien en su posición podrá cruzar ese puente a base de tratamientos de Botox que eliminen los problemas que tan desesperadamente quiere evitar”, le contraatacó una lectora airada. Hugh Jackman, a su lado tanto en Scoop como en El gran truco, la disculpa o, mejor dicho, ensalza lo que en esa ocasión le falló a la actriz: el tacto.

“Es una chica con un gran corazón y una cabeza aún más sabia sobre los hombros”, ilustra el intérprete acerca de los detalles de Johansson durante el rodaje, donde estuvo pendiente de los hijos del actor, una recién nacida y otro de seis años. “No sólo le trajo una camisetita de pirata a Ava porque, como dice Scarlett, todas las nenas tienen un poco de punk-rock en las venas, sino que le dio otro regalo a Oscar para evitar la rivalidad de hermanos”, explica, admirado con un comportamiento que sólo suele ser normal en gente con niños. Johansson se ríe cuando se le recuerda la anécdota. Ni tiene niños escondidos ni grandes deseos de tenerlos. “Me encantan, no me entiendas mal, pero ahora me hace la misma ilusión devolvérselos a sus padres después de jugar con ellos”, admite.

En la actualidad, Scarlett tiene otro tipo de compromisos, de los que habla más abiertamente que de sus relaciones amorosas. Están sus contratos con L’Oréal, de la que es la cara, y con Reebok, para la que va a diseñar ropa deportiva de uso diario. Además, será la musa de otro veterano, Bob Dylan: la estrella del cantautor en el video de When The Deal Goes Down. Y su propia carrera musical, dispuesta, al parecer, a seguir los pasos como cantante de una de sus actrices preferidas, Michelle Pfeiffer, con la grabación de un álbum de canciones de Tom Waits. Es sólo un proyecto, pero Internet vuelve a estar que arde. “Es uno de sus talentos más desconocidos. Es un genio de la música y una cantante hermosa que espero que nos deleite con una película musical un día de éstos”, le da ideas su colega Jackman. Johansson prefiere hablar de otros proyectos en los que también se está concentrando, en esa concientización política que cada día toma una forma más clara, como defensora sin reparos del senador John Kerry en las últimas elecciones estadounidenses.

“Soy una persona políticamente activa, de tendencia liberal, algo que se va haciendo cada vez más claro con los años”, resume acerca de esa otra cara de su personalidad que dedica, entre otras organizaciones, a grupos en lucha contra la pobreza, como Oxfam, USA Harvest o Global Fund, que recauda fondos para mujeres y niños afectados de tuberculosis o sida en Africa. Una apretada agenda que hace dudar de si existe un respiro para la fiebre escarlata que sacude a esta mujer perfecta. “Intento no ser muy dura conmigo misma. Sólo tengo las horas que dura el día, y claro que me gusta tomarme mi tiempo para relajarme. No soy más que una actriz. No voy por ahí salvando vidas”, resume dispuesta a emprender la marcha de nuevo con esa mirada escudo con la que parece añadir: “¿Entiendes, imbécil?”.

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