El actor decidió volver a dirigir, y eligió un guión en el que se cuenta la historia negra de la CIA. Parco, como lo es habitualmente, De Niro le dijo a «Clarín» que «desde chico me fascinó el tema de la Guerra Frría», tanto que estuvo nueve años tratando de hacer «El buen pastor» que en la Argentina se estrena este jueves.
A Robert De Niro no se lo entrevista. Se le sacan palabras con tirabuzón. Pero no es que el hombre, necesariamente, tenga mala predisposición para hablar. Al menos en el caso de El buen pastor que es su película, en la que invirtió tiempo y pasión, no se trata de indiferencia o desinterés. No, parece que el actor, considerado un ícono del cine por su naturalidad, su intensidad y frescura, cuando le ponen un grabador adelante y le sacan el guión, no sabe muy bien qué decir. Y hace silencios. Y duda. Y empieza una respuesta, hace una pausa, y cuando parece que va a continuar hablando, ensaya una sonrisita como diciendo… «Bueno, eso».
Claro que no se lo puede calificar de pedante ni mucho menos. Pese a proceder de un estilo de actuación que hizo una bandera de los procesos psicológicos del actor, De Niro se comporta como las viejas leyendas de Hollywood, esas que no parecen hacerse cargo de ninguna interpretación, que prefieren no profundizar demasiado y que, llegado el caso, como explicación, ofrecen un «prefiero que el espectador se forme su propia opinión».
Y muchos se llevaran impresiones discordantes con El buen pastor. Están los que la verán como una mirada bastante inocente y cálida respecto a la Central Intelligence Agency (CIA), la agencia de inteligencia de los Estados Unidos que muy poca reputación tiene ya no sólo en «el resto del mundo» sino hasta en su propio país a partir de los errores y desatinos cometi dos previo al atentado terrorista del 11 de setiembre de 2001. Otros la considerarán bastante crítica y severa. El hecho de que sirva para abrir el debate más que cerrarlo —algo que suele ser costumbre en los cineastas norteamericanos cuando se meten en un terreno político— termina hablando bien del filme, por más que uno esté o no de acuerdo con lo que allí se cuenta y cómo se lo cuenta.
«No es una película crítica sobre el poder de la CIA —dice el actor de Taxi Driver y El Toro salvaje acerca de su segundo filme como realizador—. La hice porque me encantaba el guión, que era de una amplitud impresionante, y contaba la historia de cómo se fundó la agencia y casi cuarenta años de su historia. Tuve que dejar muchas cosas afuera en la película final (que así y todo dura 165 minutos). No me interesaba hacer una crítica sino contar una historia de la manera más directa y honesta posible, desde un punto de vista norteamericano. Y que el que la vea se forme su propia opi nión.»
El filme tiene como protagonista a Matt Damon en el rol de Edward Wilson, un joven idealista y patriota que es reclutado, en la Universidad de Yale, por una logia secreta llamada Skulls & Bones (Calaveras y huesos). De esa «cuna de líderes norteamericanos» (que existe en realidad y a la que pertenecieron los dos presidentes Bush), lo convocarán para trabajar en contra inteligencia durante la Segunda Guerra Mundial. Sus métodos y logros le servirán a Wilson para ser llamado a integrar el grupo fundador de la CIA en la posguerra.
El buen pastor cuenta paralelamente la historia de la agencia, los dramas personales y traiciones que sufre el personaje, su paulatina transformación de joven idealista en cínico y desengañado adulto y padre de familia, yendo y viniendo al episodio de Bahía de Cochinos en 1962, fracaso militar que tuvo grandes costos personales y profesionales para Wilson. El multiestelar elenco lo integran también Angelina Jolie, el propio De Niro, Alec Baldwin, John Turturro, Timothy Hutton, Joe Pesci, William Hurt, Michael Gambon, Billy Crudup y Keir Dullea (sí, el de 2001, Odisea del espacio), todos actores a los que, se ve, De Niro les hizo una oferta que no pudieron rechazar.
«Desde chico me fascinó el tema de la Guerra Fría —dice De Niro, en relación a la tensa situación «prebélica» que mantuvieron los Estados Unidos y la Unión Soviética desde la posguerra y hasta la caída del Muro de Berlín—. Crecí con eso, estuve aquí en Berlín de chico y siempre me encantaron las historias de espionaje, las de James Bond y todas las demás. Pero quería contar la historia de manera más realista, que fuera creíble. Para mí, el guión era como una novela. Y traté de plantearme la película también con la densidad de una novela. Esa era mi intención, al menos.»
Y podía haber seguido la historia hasta hoy…
El guión original se escribió hace doce, trece años. Y pasaron muchas cosas desde entonces. Claro que el guión (de Eric Roth, de Forrest Gump y El informante) fue cambiando mucho y también pasaron muchos directores, entre ellos Francis Ford Coppola. Y la película cada vez era más grande. Me encantaría poder hacer una segunda parte que tome el período que va de 1961 a 1989, y otro desde entonces hasta la actualidad. Sería bárbaro.
¿Por qué la decisión de contar la historia a través de este personaje?
Estaba escrito de esa manera. Si bien cambió mucho el guión, siempre se mantuvo su punto de vista. En un momento pensamos usar una voz en off del personaje de Turturro y llegamos a grabar algo, pero no funcionaba.
La preparación para el filme debe haber sido grande. ¿Qué fue lo más importante?
Hablar con la gente que conoce el mundo de las agencias de inteligencia, ex espías. Y leer mucho sobre el tema. También elegir al elenco. Estuve nueve años tratando de hacer esta película y mucho del tiempo se pasó también buscando financiación. Pero en esos nueve años también hice otras cosas, claro, otras películas y viví mi vida.
Hay un costado similar entre la gente de la CIA y las películas sobre la mafia, ese grupo de hombres llevando vidas secretas y sus familias que desconocen un poco todo o prefieren mirar para otro lado. ¿Usted lo ve así?
Sí, hay una similitud. En ambos casos son organizaciones secretas que se manejan con sus propios códigos. Pero creo que la familia de El buen pastor es más disfuncional que la de El Padrino. Pero sí, es así.
También se puede ver una similitud en el tono con «Erase una vez en América», de Sergio Leone, en la que usted actuaba. ¿Lo ve así?
Hace mucho que no veo la película, pero sí, tal vez haya una relación con ella. Tienen una dimensión épica parecida.
¿Qué opina de los errores de la CIA ante el ataque del 11/9?
Todos fallaron ese día. Había indicaciones muy claras de que algo así podía pasar y nadie se dio cuenta. La gente pensaba que con el fin de la Guerra Fría las cosas se iban a calmar, pero no fue así. Al contrario, ahora es más difícil y aterrador que antes.
Sus dos películas (la otra es «Una luz en el infierno») tienen como uno de sus temas centrales la relación entre padre e hijo. ¿Es algo que le interesa especialmente retratar?
Estaba en los guiones. En la otra película, era la vida de Chazz Palminteri, que escribió su propia historia. Y aquí también aparece. Es un tema clásico.
Y cuando uno espera que el hombre agregue algo, lo dicho: una sonrisa y llamarse a silencio. O, como dijo antes, «que la película hable por sí sola».