Omar Viola elige una fábula sufí para definir su serpenteante camino como catalizador del under porteño: «El río logró cruzar el desierto corriendo subterráneamente para no evaporarse. Sigue siendo río, pero corriendo por debajo». En ese rito de transformación se puede encontrar la parábola de la vida de este agitador de la escena under de los ochenta y creador del Parakultural, que iluminó como un fogonazo la vanguardia artística de aquellas primaveras democráticas de los ochenta.
Una década después, Viola volvió a reinventarse como ícono del under tanguero con su espacio itinerante, la Milonga Parakultural, que despertó el fenómeno del baile de tango entre los jóvenes en espacios como La Catedral. Esa visión sigue viva en su milonga itinerante en el salón Canning (lunes, martes y miércoles, a las 22) y en el Buenos Aires Club (Perú 571), los sábados a la medianoche.
Viola siempre parece estar adelantado a su época: «Hay que tratar de ver un poco entre las nubes y hacer lo que uno está convencido -explica este alquimista del under cultural porteño-. Primero me gusta encontrar el espacio fermentario, generador de nuevas cosas, donde no haya una presión comercial que determine el producto. Porque siempre trato de resguardar el acto poético, que por principio no es marketing. Todo el tiempo, un proyecto debe conservar la intuición creadora para que fluya libremente».
-¿Así surgió el Parakultural?
-En realidad, surgió como la necesidad de encontrar un espacio taller para formar gente. Yo venía de diez años de estudiar con Elizondo, en una época muy difícil para lo cultural y años de represión. En 1984 me voy de su compañía y empiezo a armar un espectáculo. Debutamos en Cemento, que recién abría, en 1985, con parte de las Gambas al Ajillo: María José Gabin, Verónica Llinás y Alejandra Fletchner. Fue una experiencia interesante y quería continuar con eso.
El destino lo guió a un teatro semiabandonado. «Era un sótano lleno de humedad, pero que tenía mucha magia y un poder especial. Parecía un útero. Nos pusimos a trabajar y para empezar a dar clases decidimos hacer una fiesta para que la gente viniera. Fue tan interesante que tuvimos que repetirlas y el lugar empezó a despegar como espacio.
-¿Cómo recordás esa primera época del Parakultural?
-Era muy intensa. Se vivía como un destape, porque había mucha necesidad de expresión. Veníamos de mucho tiempo de represión y el lugar era un espacio para la libertad total. Me acuerdo que al mes de haber abierto tuvimos la propuesta de Poli y Skay, que querían tocar con los Redondos. Siempre fuimos un foco de atracción a todo lo nuevo, porque era un lugar imprevisible, llevado al extremo, donde pasaban cosas brutales todo el tiempo. Era una secuencia detrás de otra y siempre surgía algo. Esa incertidumbre de lo que se podía ver en una noche atraía mucho. Los artistas que venían me decían: «No sé lo que vengo a encontrar, pero vengo porque me moviliza».
-Fue como un Di Tella…
-En un sentido, sí, pero más inconsciente. No sentíamos que era algo nuevo, sino que volvíamos al cabaret de sótano. En cambio, el Di Tella tenía a Romero Brest, que era un pensador. Para nosotros simplemente era nuestro momento.
-¿Cómo te reinventaste como impulsor del tango en los jóvenes?
-Improvisar es la metáfora de la vida. Para mí, en la sede de Venezuela no era tiempo para el tango, pero desde 1988 hasta 1991 hubo un cambio. Noté que los jóvenes empezaron a acercarse al tango. Desde que me mudé a Chacabuco al 1000, el espacio fue testigo de ese cambio. Fuimos la primera milonga para jóvenes. Para los chicos era difícil, porque había un rechazo de los organizadores que no querían que se pervirtiera la milonga tradicional o que se fuera a bailar en zapatillas. Nosotros, en la milonga Parakultural, jugábamos con esa fermentación para generar un oro nuevo.
-También creaste La Catedral, un templo del tango alternativo..
-En ese momento, no había un movimiento de tango, pero pasaban cosas. Había músicos que estaban apareciendo, pero no tenían dónde tocar. Al principio, venía gente que no tenía que ver con el ambiente. Como veían que era interesante, se fue haciendo un fenómeno del boca a boca. Ahí logramos transformar algo que parecía muerto en algo vivo. Armamos un espacio que fue el resurgir de la práctica del baile entre los jóvenes. En ese lugar austero, armado con lo que se pudo, en los márgenes de las milongas tradicionales, el tango encontró su manera de resurgir.
– ¿Te sentís un ícono del under porteño?
-En realidad, me fui transformado. Sigo esa línea de libertad, que tenía en el Parakultural, pero creo que nadie quiere ser under . Nunca me lo propuse. Esa definición surgió de la prensa. Estábamos en un sótano, porque era un espacio donde podíamos hacer lo nuestro. Pero esa actitud puede estar presente en cualquier lado a donde vaya.