Después del éxito de «Los Productores», regresa con un espectáculo de su estirpe, «Pingo argentino». Un show a su manera: humor, burlón y ácido, que pasa revista a la actualidad y la historia argentina. Aquí, analiza los años clave de la política de los últimos tiempos.

Un hombre solo, sentado en un bar. Callado y meditabundo, termina su café con leche, con la mirada perdida en la memoria y el olvido.
Esa imagen dura poco, muy poco: apenas hasta que llega la cronista. Enrique Pinti en silencio parece sólo posible en una foto. Pero la realidad a veces regala esos momentos.
«Hablamos un montón», dice el verborrágico actor al finalizar la entrevista. Utiliza un nosotros inclusivo, a sabiendas de que quien habló un montón fue él; la cronista sólo hizo lo suyo, sin excesos. Pinti lo confiesa: hablar es una manía que no puede controlar. Debajo o sobre el escenario, es una máquina de decir palabras que, por suerte, encierran ideas.
Nació, se crió y vivió hasta hace diez años en el porteño barrio de Constitución. Ahora, Pinti es vecino de Recoleta. Lee cuatro diarios por día. Se acuesta a las 3 y se levanta a las 11. Estos días previos al estreno de Pingo argentino tiene sueños que lo asaltan por las noches —por ejemplo, que no va a poder llenar el teatro— y, valga la redundancia, le quitan el sueño. «Hay un lugar común de todos los actores: cuanto más viejos venimos, más nerviosos nos ponemos», afirma Pinti.
Las preguntas se multiplican en su interior. «Siento, a la vez, miedo y respeto al tiempo que pasa. ¿Este será el último estreno? ¿Será el último que me va a salir bien? ¿Será el primero que me va a salir mal?», enumera los interrogantes que, como fantasmas, rondan a su alrededor. «Es humano preguntarse todo eso; negar que me pasa, sería tonto», expresa. «Pero dentro de unos meses, lo que me parece ahora la Cordillera de los Andes, va a ser una dunita de arena».
Todo eso es fruto de la reflexión, pero ¿qué sentís frente al estreno?
¡Cagazo! Cagazo que se manifiesta en extraños sueños y olvidos. Me olvido de todo. Ni siquiera miro la agenda, que camine sola.
Viene de disfrutar de dos meses de vacaciones, en los que se desenchufó, por completo, de todo. «Estando de vacaciones, no pienso en nada que no sea goce», confiesa. «Gracias a Dios, desde el 77 hasta ahora, pude tomarme siempre un mes y medio o dos de vacaciones», cuenta. Este año estuvo en Madrid, Londres, París, Nueva York, Houston y Los Angeles. «Me vi todo: cine y teatro». Esas son vacaciones para él. Viaja solo, pero estando afuera, se encuentra con amigos de acá o de allá.
En las vacaciones, ¿también tenías sueños raros?
Disparatados. Soñé una vez con Susana Giménez; que la iba a visitar a la casa, que no conozco, y que estaba llena de patos. Y a mí me dan impresión las aves. Parece que cuando era bebé, me pusieron en un gallinero para sacarme fotos con los pollitos. La gallina se me tiró encima y lloré cuatro días.
Pero ahora está de vuelta en la realidad. La semana que viene estrenará en el teatro Maipo Pingo argentino, espectáculo con el que luego de dos años vuelve a su rol de showman, después de haber protagonizado junto a Guillermo Francella el musical Los productores, de Mel Brooks. Además de hacer Los productores en Buenos Aires y Mar del Plata, este año protagonizó un capítulo de Mujeres asesinas (Canal 13), junto a Leonor Manso. «Me gusta alternar el trabajo de showman con el ficcional», asegura.
En Pingo argentino habrá 14 artistas en escena.»Ibamos a ser doce bailarines y yo. Trece, tu madre, dije. Entonces le pedí un esfuerzo de producción a (Lino) Patalano, y contratamos a uno más, para que seamos 14″, explica.
O sea que sos supersticioso.
¡Sí, claro que soy supersticioso! Es una parte no racional que tengo. Y bueno, cuando uno es pelotudo, es pelotudo…
El 13 es yeta, pasar por debajo de la escalera trae mala suerte, no hay que vestirse de amarillo sobre el escenario: ése es el catálogo de creencias de Pinti. «En Los productores, me cagaron. Porque (Pablo) Kompel —el productor de la comedia musical que bajó de cartel en agosto pasado—, con el asunto de que era dorado, me hizo poner el traje; pero en realidad era amarillo», cuenta. Pero ni el éxito de Los productores le sirvió para desmitificar la creencia.
¿En qué otras cosas creés?
En nada más. Ya con eso, tengo suficiente tara. Bueno, después están las obsesiones: todas las cosas las hago tres veces. Me cepillo los dientes y me lavo los oídos tres veces. No hay ninguna razón, no lo hago para que no se me caigan los dientes o no quedarme sordo.
¿Todo lo hacés tres veces?
Bueno, hay cosas que ya no dan tanto… No me lo puedo fijar ni como objetivo. ¡No se puede prometer lo que no se puede cumplir! Volviendo a Pingo argentino —ver El humorista…—, Pinti una vez más encabezará un espectáculo en el que se ocupará de hablar de los argentinos y su historia; de recordar hechos recientes y no tanto, y de enojarse con los políticos nacionales e internacionales. «Puedo hacerlo solamente desde el puesto artístico, no lo podría hacer metiéndome en la política», asevera.
¿Por qué?
Porque si te metés en la política, más tarde o más temprano, «caés en». Estoy viendo las alianzas que planea Lilita Carrió, por ejemplo. Va con Blumberg, con un cura… Yo la voté siempre, pero ahora, ¿qué es esto?
¿Confiás en algún político?
No. Porque con tal de ganar, se meten con cualquiera. Confié mucho en Alfonsín, y me defraudó por el desbarajuste económico que permitió. Creí en Chacho Alvarez y en la Alianza, y por eso ya no creo más en las alianzas. Me siento responsable, porque yo voté a la Alianza y desde el escenario dije que había que votarla. A mí me mataron la confianza. Yo digo que las ideologías no murieron, pero parece que por la plata baila el mono, el pingüino, el simio, la gallina… Todo el zoológico está bailando.
En Pingo argentino, se saca las ganas de hablar mal de los políticos y se da el gusto de dignificar la profesión del artistas. «No porque nuestro gremio sea el mejor, hay cada ñato… Sino porque hacemos menos daño. Está bien que los políticos tienen la misión de llevar el mundo adelante y nosotros tenemos la misión de entretener. Yo sé que ahí no sirvo; acá sí. Por eso reivindico a los artistas», dice. «Incluyo también en el disparate universal a los supuestos progresistas; no estoy de acuerdo con ninguna dictadura, ni con ningún tipo que no deje hablar a los que no piensen como él», continúa.
¿Cuántas veces te llamaron la atención desde el poder político?
Ninguna. Gracias a Dios, ninguna. Pero nunca es tarde cuando la recomendación es buena. Yo creo que es porque no le dan importancia a lo que se dice desde un teatro. Y tienen razón.
La gente no sale de tus espectáculos y arma una revolución…
Claro. Cuando fue lo del corralito, la gente no salió a la calle porque había visto Salsa criolla. Lo que vieron fue su cuenta bancaria. Hay una especie de sobredimensión de lo que significan los medios. Algunos creen que los asesinos seriales existen porque se ha cen películas sobre asesinos seriales, y es al revés.
Pero vos llamás la atención sobre cosas que pueden movilizar a la gente.
Por supuesto, es cierto. Pero hay violadores que ven a una monja y se calientan; entonces ¿las monjas no tienen que salir a la calle porque hay un loco que ve a una monja y se calienta y hasta que no la ve no hace nada? La mente humana es tan disparatada que no te imaginás qué puede movilizarla a qué. Hay una confusión sobre la influencia de los artistas, que es importante, pero no es definitoria.
Actor, humorista, analista político… ¿qué rótulo te sienta mejor?
Yo soy, primero que nada, actor. Después, un actor que se especializa en shows humorísticos, por lo tanto, humorista. Y en tercer lugar viene el analista, político o social. No sé por qué, pero con el tiempo, y sobre todo desde el 83, avancé en los temas políticos. Puede ser una herencia tatoboresca. La penetración que tuvo todo lo que hizo Tato Bores fue tremenda. Yo nun ca lo quise imitar porque éramos absoluta y diametralmente opuestos; lo único que teníamos parecido era que los dos hablábamos a toda velocidad de política.
¿Opuestos en qué?
Tato era un señor; padre de familia y un hombre mucho más serio que yo. Abajo del escenario, él hablaba bastante poco; en cambio yo soy más extrovertido. Pero siempre le tuve cariño, admiración y respeto, aunque no éramos íntimos amigos; Tato venía a ver mis espectáculos. Yo quiero mucho a sus hijos y a Berta. En el final de Pingo argentino hago una reflexión satírica que es un homenaje velado a Tato, porque es el típico monólogo que hacía él de me encontré con Fulano y me dijo…
¿Te gustaría tener un programa en la televisión como tenía él?
No. Porque a mí la televisión me mata, me da dolor de cabeza. La televisión me gusta para tocar e irme, y hacer ficción. No quiero saturar al público. Además, si hago TV seguramente sí voy a tener apretadas, como tuvo Tato. Y uno aprende de eso.
¿Sigue habiendo gente que se horroriza con tu catarata de malas palabras?
Hasta Pericon.com.ar, hubo. Con ese espectáculo recibí la última carta de un matrimonio que decía que le parecía una barbaridad, una cosa vergonzosa, que contaron 43 veces la palabra pija en la primera parte. Si contaron, pobre gente… Mejor no les contesto, porque están para internación.
¿Podés prescindir de las «palabrotas»?
Sí, puedo, pero no en el teatro. Si voy a la televisión, no digo ninguna, porque sé que la TV es entrar a la casa de la gente sin pedir permiso. Pero en el teatro, me vienen a ver a mí, que no rompan las pelotas. En mi casa se hace asado. Si sos vegetariano, no vengas.