Todo por amor: pagan hasta 3.000 pesos por recuperar o mantener a una pareja

Periodistas detectaron que tan sólo en Buenos Aires hay 80 brujos, parapsicólogos o tarotistas que prometen soluciones mágicas a problemas sentimentales.
Qué te pasa?, pregunta el Rey del Amor mientras saluda con la mano regordeta, rasposa —como su voz— y con un anillo de oro en el anular. En la mesa queda una flaca vela blanca apagada. En persona y sin el glamour de las fotos trucadas que lo muestran con el Presidente Néstor Kirchner y su esposa Cristina, Mirtha Legrand, Susana Giménez y María Marta García Belsunce, está más viejo, más canoso: desaliñado.
— Me han dicho de las uniones de pareja, pero mi amor está en México— le explica la periodista del diairo
—Te lo puedo traer. He traído de Estados Unidos y de Europa. ¿O querés que prepare todo para que cuando vayas esté con vos?
Después, el Rey pregunta nombre y nacimiento del chico y lo apunta en una hojita rosa que pone a la luz de la vela. Dice que el enamorado está con alguien, pero con una brujería logrará que la abandone. Y rápidamente escribe la receta en una hoja igual: aceites, miel, velones, 7 faisanes machos, 7 faisanes hembra, potenciadores para el hechizo: “2.861 pesos para empezar”, concluye sin vueltas.
— ¿Fumás?— interrumpe, y de su boca sale una densa serpiente de humo que danza en el aire, junto a la llama de la vela que acaba de prender. Y continúa: ¿Qué querés que haga por vos?
En este “consultorio” (en la calle 29 de septiembre, frente a la estación de Lanús) atiende el Rey del Amor. Pero no es el único que “vende” promesas de amor en Buenos Aires. En los últimos tres meses, dos cronistas del medio detectaron a Mae Rosa, Pai Room, la Bruja del Amor, Alourdes Tarot y al menos otros ochenta negocios más de este tipo. En su mayoría aseguran saber de hechizos, conjuros y oraciones para recuperar, amarrar, unir o endulzar una pareja que se rompió o atraer a un amor de los imposibles.

No lo hacen gratis. Cobran entre 10 y 50 pesos sólo por una primera consulta y para sellar o sanar los corazones en conflicto, los presupuestos comienzan en los 200 pesos y terminan en los 3.000 pesos, o incluso más.
El relevamiento de del diario dio cuenta también de que este oscuro negocio de tarotistas, videntes, parapsicólogos y brujos, mueve unos 75 mil pesos al mes sólo en publicidad. Sin contar los anuncios de televisión, los volantes y afiches callejeros.
“Atraigo al ser amado en 72 horas”; “En 7 horas recupero esposo, novio o amante, basta nombre o foto”; “No llore ni sufra más”; “Unión de Pareja”, son las frases más gancheras. Los lugares con más afiches son Plaza Constitución, Retiro, Once y las avenidas Santa Fe, Las Heras y la 9 de Julio.
Los dos periodistas del medio llamaron a más de veinte de estos “negocios” y, haciéndose pasar por clientes, consultaron personalmente a tres de los más grandes del mercado: El Rey del Amor; Pai Room y Mari, la tarotista más famosa de Palermo. Comprobaron que —obviamente— ocultan sus nombres reales, no dan recibos, no pagan impuestos y no están instalados en locales establecidos. Y lo peor es que nadie los controla.
La segunda visita es a “Pai Room”, que atiende en la casa que comparte con su esposa “vidente”, Mae Rosa, a una cuadra del Teatro San Martín.
Entre velas, el Pai coloca su collar rojo y blanco sobre una mesa, y en medio pone la foto de la chica que motiva la consulta, la periodista que visitó al Rey del Amor. Tira los buzios (caracoles brasileños) y afirma: “Estos caracoles me dicen que ella lo ama muito, pero le hicieron una macumba”.
¿Qué hay que hacer? entonces. Primero pagar 700 pesos para conseguir “que tu ángel de la guarda te deje de dar la espalda”. Y deshacer la macumba sale 2.430 pesos. El Pai “Tein que orar en un boisque virgen que hay en el Amazonas”, asegura.
Estos comerciantes —explicaron a Clarín abogados especialistas— podrían ser demandados por la vía civil o penal. “Aseguran éxito a personas que pueden estar perturbadas emocionalmente; cuando dan certeza están defraudando”, dice el experto en Derecho Civil, Osvaldo Ortemberg, basado en los artículos 953 y 954 del Código Civil.
La penalista Diana Corizzo explica que, según el caso, podrían ser acusados de fraude (artículo 172 del Código Penal). Y no sólo eso, su publicidad podría ser considerada engañosa, la Ley N° 22.802 de “Lealtad Comercial” de Defensa al Consumidor los castigaría.
Sin embargo, ni en Defensa del Consumidor ni en la Defensoría del Pueblo existen denuncias sobre el tema y dicen que no pueden hacer nada porque no son negocios establecidos.
Para Ortemberg, la gente no reclama en los organismos públicos o en los tribunales porque “tiene vergüenza” “Es difícil reconocer que uno le pagó a un brujo y ventilar la situación”, señala.
Pero cuando la desesperación y la soledad cala, acudir a cuestiones mágicas nada tiene que ver la fe religiosa, las clases sociales o el género.
En Palermo atiende la tarotista que todos los días mueve un ejército de personas para tapizar la ciudad de afiches con su número telefónico que comienza con 4825. La tercera visita es a ella.
Se llama Mari y suelta de cuerpo revela a la cronista: “Estás enterrada en un cementerio. “
La lectura de cartas costó 20 pesos y pide 100 pesos más para invocar a los espíritus y así poder liberar el alma de su clienta, que “detectó” enterrada en el cementerio. Los periodistas no pagaron estos 100 pesos ni los 2.861 del Rey del Amor y menos los 3.130 que pedía Pai Room.
Pero lo importante es que hay mucha gente que sí los paga. Y como no hay denuncias ni controles, las cartas se siguen tirando. Calamaro está equivocado, sí se puede vivir del amor.
INVESTIGACION: WENDY SELENE PEREZ Y GASTON NEFFEN.
“Amarres con sapos a 40 pesos”
Buenos Aires está llena de hechiceros. Hay más brujas que brujos y ya no viajan de noche en sus escobas. Atienden a plena luz del día —generalmente en sus casas— a clientes desesperados que pretenden que su ex pareja regrese o luchan por una amor imposible. La magia del siglo XXI vela por la diversidad: “Atendemos tercer sexo”, invita un panfleto.
La oferta de hechizos es inagotable: magia negra (vudú), magia blanca, videncia (supuestos dones para ver el pasado, el presente y el futuro), lectura de tarot (revelación por medio de las cartas) y los mágicos “buzios”, son caracoles que se recogen en las playas de Brasil.
A los clientes le piden fotos, prendas y la fecha de nacimiento de la persona que quieren recuperar. Las soluciones atraviesan con creces las fronteras del “realismo mágico” latinoamericano.
Silvia anuncia “amarres con sapos”, a 40 pesos la consulta.
—¿Y se trabaja con sapos y magia negra como dice el anuncio?, consulta el medio.
Un silencio prolongado atraviesa la línea telefónica. Silvia se enoja:
— ¿Sabés que pasa? —dice— Que la gente no entiende, ¿vos pensás que todo esto es malo? Escucháme una cosa —Silvia continúa cada vez más furiosa— por más que sea magia negra, vudú con sapos: si te traigo un marido, si te salvo un hijo… ¿Qué te importa cómo lo hice? ¡Si no crees no vengas..!”
Pensamiento mágico, la clave
Psicólogos y antropólogos se han volcado a los sanadores religiosos y a las culturas tribales o a los espiritualistas de la Nueva Era para explicar los fundamentos de las creencias en la superstición o los poderes mágicos. Las nuevas investigaciones fueron publicadas la semana pasada por el diario The New York Times y ellas demuestran que los hábitos del llamado pensamiento mágico —creer, por ejemplo, que desearle un perjuicio a un colega odiado puede enfermarlo— son mucho más comunes de lo que se reconoce.
Estos hábitos tienen poco que ver con la fe religiosa, que es mucho más compleja porque involucra la moral, la comunidad y la historia. El pensamiento mágico implica un vasto universo, generalmente invisible, de pequeños rituales. El ansia de esas creencias parece estar arraigada en el circuito del cerebro. La sensación de tener poderes especiales le da ánimo a la gente en situaciones peligrosas. En exceso, puede llevar a un comportamiento delirante. Según Pascal Boyer, profesor de la Universidad de Washington en St. Louis, el cerebro tiene redes especializadas para producir una explicación mágica.
The New York Times