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Ciudad de Lincoln : Una ciudad en la que el Carnaval es cosa seria

Posted by LA ARGENTINIDAD ...AL PALO en diciembre 24, 2006

En Lincoln, ocho décadas de tradición explican el fenómeno de una celebración distinta. La historia y los secretos de los «cabezudos».

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Un arlequín metálico, derroche de colores vivos, decora la rotonda de acceso a Lincoln y quiebra con gesto pícaro el uniforme paisaje rural. Es la carta de presentación del Carnaval de esta ciudad, donde el festejo no se limita a cumplir rigurosamente con el calendario de eventos. Mucho más, es una tradición que ya lleva ocho décadas y que convoca a miles de visitantes, sostenida por los artesanos y sus discípulos. El 27 y el 28 de enero y el 3, 4, 10, 11, 17, 18 y 24 de febrero son las fechas marcadas para las próximas celebraciones, y la entrada es gratuita.

Los empleados de la estación de servicio, sobre la ruta 188, suministran precisiones e indican a los interesados dónde tomar contacto con los artistas, compartir los ensayos callejeros de las comparsas y admirar las obras en preparación, que brillarán en los desfiles por la avenida Massey.

Un universo cromático

Habrá que ir desgranando de a poco de qué se trata esa técnica tan simple como efectiva que recubre la denominación cartapesta (un inestimable aporte de la influencia italiana sobre estos pagos del noroeste bonaerense), quién fue Enrique Urcola —el nombre que más recurrentemente menciona todo lincoleño que se precie de tal— y qué bendita virtud llevarán los cabezudos para encender el entusiasmo de los chicos y el orgullo de los mayores cuando se refieren a figuras imponentes como mayor símbolo de la identidad local.

La decoración multicolor de una tienda de ropa para chicos, en 25 de Mayo y Massey, armoniza con el universo cromático que el dueño del local recrea en su taller desde 1968, cuando se inició como artesano del Carnaval. «Nuestra más auténtica técnica, la cartapesta, requiere básicamente de papel y engrudo. Utilizamos diarios tabloide, los humedecemos con agua, secamos al sol, cortamos tiras según las vetas horizontales del papel y las pegamos sobre superficies esféricas, como globos y pelotas. Después, cortamos trozos para dar forma a los cabezudos que tengamos en mente. La última etapa la dedicamos a la pintura», ilustra Daniel «Batata» Fernández.

En algún momento de su infancia, las habilidades artísticas de Fernández fueron moldeadas en el Ateneo de Enrique Urcola, que resultó clave para preservar y transmitir la tradición del Carnaval de Lincoln. En realidad, no parece haber un solo linqueño que se haya privado de pasar alguna vez por esa escuela.

El centro cultural era la base creativa del precursor. En 1928, Urcola introdujo en su ciudad los métodos artesanales que había aprendido en el Taller de Escenografía del Teatro Colón de Buenos Aires. Se animó a aplicar la técnica de la cartapesta con enormes muñecos que hacían equilibrio sobre chatas ladrilleras, antecedentes de las carrozas. Así, de la mano de Urcola desfilaron —entre decenas de piezas de antología— Trifón y Sisebuta en papel y engrudo de 5 metros de altura sobre un Ford T y «Peliculeros» (en 1928), «Juvenil» (1929), «Paréntesis de armonía» (1932) y «Monerías», en 1964. La tradición ya había echado raíces firmes y, uno tras otro, surgirían nuevos talentos y el maestro mayor forjaría sus discípulos.

El maestro y sus discípulos

Entre mate y mate, pinceladas y varias manos de engrudo, Raúl Traversa ve crecer a diario sus mascotas, las suficientes como para participar en las cuatro categorías del Carnaval: Carrozas, Minicarrozas, Máscaras sueltas y Cabezudos. Lo asiste un elenco de alumnos y admiradores infantiles, que suelen pasar en bicicleta por delante de su galpón (en Chacabuco y Tedín), descubren los rostros agigantados de Pinocho, Bambi, Shrek y Esponja —rozagantes en colores flúo— y se ofrecen a dar una mano. El Gato parece ser el más dotado para seguir los pasos del instructor.

Traversa es ya un veterano en su especialidad. Lleva 31 de sus 42 años creando cabezudos en cartapesta. Su alumno más talentoso vuelve a asombrar a la mañana siguiente, en Pibelandia, que funciona en forma gratuita en Colón y Almafuerte. El Gato se revela el líder de un grupo de artesanos en gestación, de 10 a 13 años de edad: Juan Ignacio, Emanuel, Ricardo, Gastón y Axel dedican horas a preparar la minicarroza Los Peques y, de noche, convocan a sus vecinos a mezclarse en las batucadas de ensayo del corso infantil Las Aguilas. Durante dos horas, la plaza del barrio San José se transforma en escenario de una fiesta de alegría genuina, sin tensiones, que arranca con el repiqueteo de los parches. Se suman cajitas, silbatos y familias enteras que mueven todo de pies a cabeza. «De grande quiero ser carrocero: con esa ilusión se acerca la mayoría», comenta a las corridas la docente Elizabeth Diez, a cargo de los 26 alumnos de entre 3 y 5 años del Taller de cartapesta.

El museo del pionero

Los gritos que retumban en Pibelandia se aquietan en las luminosas salas del Museo del Carnaval, en 9 de Julio 260. También aquí, entre las paredes ilustradas con fotos sepia y blanco y negro que muestran a Urcola en plena tarea creativa, se ven chicos y grandes abocados al dibujo y la pintura. Tienen en claro que son esos los pasos previos para largarse con la cartapesta. «A los más chicos suele estimularlos la viuda de Urcola, de 96 años, que vive cerca y nos visita cada tanto. También los anima la hija de Enrique Goldi Urcola de Borgoglio, directora del Museo», explica la guía Silvia García.

Colores y más colores se superponen sobre ocho cabezudos que cuelgan del techo, liderados por un Gardel sonriente y un bigotudo fornido, que anuncia «Hoy polenta». Abajo, en vitrinas y estantes, el festival cromático tiene continuidad en máscaras, títeres, cuadros, muñecos, programas y volantes que anuncian el Carnaval linqueño.
Entre los rincones de los carnavales que fueron y los que vendrán afloran otros sitios que ameritan cuanto menos una visita, como el asador a leña Criollo, cuyas empanadas, bife de chorizo y pollo con champignones —matizados por las anécdotas del Gordo Alfredo, un eximio asador— son manjares únicos, difíciles de imitar.

A pocas cuadras del más renombrado referente gastronómico de Lincoln, en Alberdi y Mitre, el teatro Porta Pía es una joya lírica de 1900 que conserva impecablemente sus 500 butacas, el palco, las tertulias, el paraíso y los camarines laterales y de abajo el escenario. Aquí supieron lucirse —entre otros artistas de primer nivel— Aníbal Troilo, Luis Sandrini y varias compañías de radio de los años 40 y 50.

El linqueño más famoso

A 1 km de la plaza principal, el Museo Histórico rescata el pasado de la ciudad y los primeros pasos de Arturo Jauretche. Aníbal Quinteros y Roberto Bracchi se refieren con admiración al hijo más famoso de Lincoln, que nació en 1901 y murió en Buenos Aires en 1974. Jauretche revive su infancia —marcada a fuego por los Carnavales de Lincoln— en «Pantalones cortos».

Desde una pianola a manivela de 1900 importada de Italia irrumpen los compases de «La cumparsita». Alrededor del museo, en el parque San Martín, las hileras de pinos y eucaliptos empujan una brisa fresca. Junto a las calles de tierra techadas por los árboles, el canto de los grillos propone una despedida con ritmo pegadizo. A lo lejos, una comparsa sale a escena y la atmósfera de fiesta no decae.

Un pueblo multicolor

El colorido del Carnaval tiene su correlato 36 km al sur de Lincoln, donde Teresa Pereda impulsó el proyecto «Arenaza de colores». En 2005, cuando la artista plástica propuso a los vecinos pintar de colores sus casas, Arenaza acababa de cumplir 100 años y era un pueblo más en medio del paisaje rural bonaerense: predominaba el blanco sobre las fachadas descoloridas. Gracias a 4.600 litros de pintura, tonos ocres, rosas, amarillos y celestes redescubrieron frentes, zaguanes, tapiales e interiores de 392 casas. La idea fue adaptada de una experiencia similar en Ballivián (Salta). El pintor Luis Felipe Noé, Mercedes Casanegra (presidenta de la Asociación de Críticos de Arte de la Argentina) y el arquitecto lincoleño Adrián Luengo eligieron la casa, la cuadra y el edificio público mejor pintados.

La actividad cultural de Arenaza se extiende a la estación de tren (donde funcionan la Biblioteca Popular y el Museo Histórico), la comparsa Respampaz, un coro de niños, elencos de danzas folclóricas y clásicas y un certamen literario infanto-juvenil, entre otros destacados patrimonios.

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El Mirador

Todo era misterio, un secreto guardado como si se tratara del mayor tesoro. Eran los años en que nuestra infancia transcurría entre la pileta del Club Lincoln o del parque San Martín, pelotas de básquet y fútbol, el juego despiadado con las bombitas de agua, los primeros cosquilleos en la panza por esa chica, las grandes vueltas en bicicleta por las calles que ardían bajo el sol agobiante del verano. Era enero y aquel secreto tardaría en develarse. Recién en la primera noche de los corsos sabríamos qué «escondían» los carroceros detrás de las puertas de madera con celosías, donde el ojo de la cerradura —apenas— nos introducía en el mundo de lo que se construía adentro, con globos y papel, con pasión y toda una técnica transmitida de generación en generación.

La primera noche era mágica. Miles y miles de almas en las ocho cuadras de «la Massey», la avenida principal. Tiempos todavía de papel picado y nieve en pomo, disfraces ingenuos, machete y martillito. Eran los primeros años 70, con Antonio Carrizo y Héctor Larrea con sus móviles de radio Rivadavia en vivo y los enviados de Gente y Siete Días en la esquina de «la Galver». Marquesinas y luces de colores, opacadas por el humo de los choripanes. Ocho noches de sorpresas, de arte popular en las calles. A la hora de los bailes de carnaval, se escuchaba desde la cama a Rafaela Carrá, José Luis Perales, Sandro y tantos otros. La última noche era especial: la despedida hasta el siguiente verano, con los premios para los ganadores. En la adolescencia, en esos mismos bailes y con los mismos protagonistas y aquella chica de la infancia. O tal vez otra. En Lincoln, el carnaval y los corsos siguen siendo un sentimiento, que merece ser conocido y disfrutado.

Datos útiles

*COMO LLEGAR. De Bs. As. a Lincoln son 320 km, por Acceso Oeste hasta Luján (2 peajes suman $ 3,40), ruta 7 hasta Junín (peaje, $ 2,40) y ruta 188. Bus cama Pullman Gral. Belgrano o El Cóndor/La Estrella desde Retiro (5 hs), $ 40; semicama, $ 36; común, $ 33. Tren Ferrobaires desde Once (sale viernes 18.35 y regresa domingos 14.30; tarda 7 hs), $ 16 Turista, $ 22 1 y $ 27 Pullman.

*DONDE ALOJARSE. Hay 4 hoteles, pulcros aunque modestos y sin lujos: hab. doble, cochera y TV cable en Plaza, $ 70; El Dorado, $ 40; Impala, $ 80 (en 1° piso, $ 90) con Internet y aire acondic.; Castilla, $ 60 con desayuno. Hay un camping.

Información

(02355) 422-001.

prensagml@yahoo.com.ar

www.lincoln.gov.ar

www.carnavaldelincoln.gov.ar

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2 respuestas hasta “Ciudad de Lincoln : Una ciudad en la que el Carnaval es cosa seria”

  1. ivan muñoz said

    holaaa…!!!soy ivan muñoz de lincoln…yo bailo en el linqueño…este año tube que hacer de atomo con plumas y to…un traje espectacular…esta muy bueno saver q te esta viendo casi toda la argentina va maso y en sima lo q a mi me gusta bailar…!!!jeje.
    ya mucha gente me conose, por el baile y todo eso.
    bueno voy al grano…!!!les queria desier al que ve este comentario q valla a ver los carnabales de lincoln q estan buenisimos les aseguro de que no se van a repentir…hay de todo…!!!bienen turistas de todos los puntos del pais y de otros lados mas…este año ubo mas de 60.000 personas imaginense toda la multitud que habia…no piensen que es peligroso…hay muchos hombres de seguridad que cuidan las cantinas y demas…!!!por favor ballan, disfriten unas vacasiones el mes de febrero que aca en lincoln se conose como el mes de la alegria…yo mismo se los recomiendo…!!!

  2. belen said

    hola soy belen de mar del plata,tengo 21,hace 2 años atras estube por lincoln,los felicito por lo q logran con los carnavales,esta buenisimoooooo

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