Es la primera actriz española que logra un protagonismo perdurable en Hollywood. Tiene un asentado presente internacional y es una de las preferidas de Pedro Almodóvar. En esta entrevista habla sobre su relación íntima con el director, de su evolución en la vida y en el trabajo

El viento de los cojones.» Con esta frase de Raimunda/Penélope arranca Volver, esperado reencuentro de la actriz con Almodóvar, a cuyas órdenes se puso por tercera vez, la primera como protagonista. Hacía casi un lustro que no rodaba en el cine español, desde Sin noticias de Dios (2001), de Agustín Díaz Yanes.
–No es un regreso, porque nunca me fui. He estado revoloteando, han salido más cosas afuera y al final me he comprado una casa en Los Angeles. Eso es todo.
Sobre un colorido mantel de frutas pintadas, el de la mesa de la colorida cocina de El Deseo, la colorida productora de los hermanos Almodóvar, la entrevista comienza y termina con una sensación que no es nueva: el estrellato lo deja Penélope Cruz para las alfombras rojas, pero el magnetismo lo lleva siempre puesto y con su ángel –a veces rebelde, de armas tomar– se mete en el bolsillo a quien se proponga. La novedad es que parece haber conseguido algo que buscaba hace tiempo: llevarse bien consigo misma, aunque no ha domado su insaciable autoexigencia ni su afán de control. Quizá porque controla su vida más que nunca, o porque se ha acostumbrado a vivir en muchos sitios y en ninguno (casas en Los Angeles y en Madrid, y departamento en Nueva York), su energía de siempre está ahora dentro de una mujer arrebatadoramente serena, que sigue midiendo sus respuestas al milímetro, con el mismo afán por no ser malinterpretada. Y con la misma obstinación de siempre en preservar su privacidad.

–Nunca he hablado de mi vida privada, y tú lo sabes bien. Uno está en su derecho de reservarse eso para su familia, para sus amigos. Y cuando tenga un hijo no creo que hable mucho de mi relación con él. Pero me niego a vivir mi vida siendo prisionera de la fama. No voy a prohibirme enamorarme de alguien que tenga mi mismo trabajo para no estar en el ojo público.
Doy fe de que la chica de San Sebastián de los Reyes siempre fue secreta en asuntos del corazón. Y hospitalaria como entrevistada.
Está bellísima. Llega de una larga sesión de fotos, pero, disciplinada como siempre, se mete en faena enseguida, se rodea de unas cuantas botellas de agua y te hace sentir que no hay prisa, que el tiempo es elástico. Lleva dos meses sin fumar pero su gusto por los animales de compañía sigue intacto. Tiene dos gatos,
Cooper y Raimunda, y dos perros: uno callejero, Vino, que se trajo de México, y otro con pedigrí, Lola, un bichón maltés regalo de Puff Daddy, el polémico ex de Jennifer Lopez, a cuya línea de ropa ha prestado su imagen Penélope.
Al día siguiente de nuestra cita viajaba a París para ser condecorada con la insignia de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras francesas, y las vacaciones del último año las había repartido entre Texas y Madrid. Penélope Cruz vuela sola desde los 14 años, vive entre dos continentes y no pasa demasiado tiempo en ninguna parte.
–La maleta, el me voy, crea adicción, pero siempre dejas a alguien con quien te apetece pasar más tiempo; eso es duro.
Había superado su miedo a los aviones, pero un aterrizaje de emergencia el año pasado (iba de Los Angeles a Durango, México, a un rodaje con su amiga Salma Hayek) se lo reavivó: –Viajo más que un piloto, así que cuando me vi con la mascarilla puesta y junto a azafatas histéricas, pensé: Se acabó. Pero tuvimos un aterrizaje perfecto, aunque en otro aeropuerto. ¿Qué pensé? Me parecía miserable tener que separarme de la gente que quiero. Y deseé sobre todo que mi familia y la gente que me quiere no sufriera por mí, porque he tenido una buena vida. En ese instante tan fugaz aprendí que nunca me ha gustado la mediocridad, que he procurado vivir cada día como si fuera el primero y el último.
Pedro y yo

–Sin pretenderlo, Almodóvar cambió el destino de Penélope. Decidió ser actriz después de ver ¡Atame! (1990). Tenía 15 años. ¿Se acuerda bien de aquella tarde?
–Perfectamente. Iba sola, pero como aparentaba 18 –de pinta era más mujer que ahora–, me colé en la sala. Fue tan fuerte lo que me hizo sentir la película que al salir del cine tomé la decisión. No conocía absolutamente a nadie. Sólo oía que era muy difícil, imposible. Empecé a compaginarlo con el instituto y con mis clases de baile, hasta que llegó un momento en que me machacaba, hacía de todo. Sí, soy actriz por Pedro: poder trabajar con él algún día era mi sueño, y sigue siéndolo.
–¿Cómo fue el reencuentro laboral, siete años después de Todo sobre mi madre (1999)?
–Llegué a este edificio, donde ensayamos durante tres meses, con los mismos nervios que cuando me llamó para la prueba de Kika (1993), con el mismo hormigueo en el estómago. Creo que aunque hiciera diez películas con Pedro me pasaría lo mismo. Y me encanta. Es tan generoso y se ha portado tan bien conmigo, que es un reto que se quede contento al ciento por ciento. Lo adoro. Es muy especial en mi vida. Con él hay un poco de todo: director, amigo, algo de padre, algo de hermano. Una mezcla de energías.
–¿Cómo ha ido evolucionando en la distancia su relación? El primer día de rodaje le regaló un libro muy privado.
–Nos vemos siempre que vengo a España y nos escribimos a menudo. Tengo e-mails suyos de tirarte al suelo de risa. En el libro están todas las cartas que nos cruzamos desde Carne trémula (1997), muchas fotos suyas y mías, y muchas juntos hechas por terceros. Lo hice con muchísimo cariño. Llevaba años preparándolo.
–¿Distingue, a la hora de trabajar, entre el amigo y el director?
–En el rodaje, por muy amigo que sea, es mi director. La amistad me ayuda a estar más tranquila, a relajarme emocionalmente y dejarle que hurgue todo lo que quiera. Lo que quiera. Porque nunca me ha hecho daño. Yo no me acerco a contarle algo que me ha pasado con mi novio si él está sentado en su silla al lado del monitor. Hemos sabido diferenciar eso de una forma muy natural. Pero me conoce tanto que me mira y me radiografía, y lo utiliza muy bien para sacarme cosas como actriz. Y para este personaje hemos tenido que buscar en sitios muy dolorosos. Pero nunca me siento sola con él. Siempre está ahí para agarrarme. Al final del día nunca te vas ansioso a casa. Te vas incluso mejor, porque te ha sacado de adentro cien monstruos que quizá necesitabas quitarte.

–¿Qué ha descubierto de él que no supiera?
–Siempre lo he considerado un genio, y es una palabra que no me gusta utilizar a la ligera, pero es lo que siento. Y cada vez está mejor, en todos los sentidos.
–La edad fue un obstáculo insalvable que impidió que fuera su Kika, pero ambos se quitaron la espina en Carne trémula y en Todo sobre mi madre.
–Me llamó a casa mientras estaba en el baño y mi novio (entonces Nacho Cano) tomó el teléfono y me dijo que Almodóvar estaba del otro lado. No me lo creí. Tuvo que decírmelo dos o tres veces. Me felicitó por Jamón jamón y por Belle époque, y me llamó para vernos para Kika. Me dijo: «Vas a ser pequeña, pero quiero verte igual». Estaba muy nerviosa. Yo sabía que no iba a aparentar 30 años ni de coña, porque tenía 17, pero tuvimos muy buen encuentro, y me escribió una carta, que todavía conservo, en la que me decía que me escribiría un personaje que se me iba a ajustar como un body, que fue el de Carne trémula, y luego uno que creía que sería ideal para mí, que fue el de Todo sobre mi madre. Todo lo que me decía se iba cumpliendo. Y me pasaban con él cosas muy curiosas, muy raras. Antes de que me llamara para Kika, yo estaba en un cine o en una discoteca, pensaba en él y me lo encontraba. ¿A qué suena?, ¿a ciencia ficción? Pues me pasaba.
–Supongo que tiene algo de amuleto para él desde que cantó el Oscar a Todo sobre mi madre en el 2000.
–Fue muy bonito. El grito me salió del alma.
–Usted creció, como él, rodeada de mujeres en la peluquería de su madre. ¿Fue una buena escuela?
–Buenísima. La de horas que pasé en ese salón de belleza observando a señoras que entraban y luego salían distintas. Además, mi madre era su psicóloga. Yo siempre estaba detrás de una revista observándolas a todas.
–¿Se deja peinar por su madre alguna vez?
–Me encanta, pero paso tantas horas delante del espejo mientras me peinan para trabajar, que rara vez lo hago para salir a cenar.
–¿Cuál es el regalo más especial que le ha hecho a usted Almodóvar?
–Este personaje, la Raimunda. ¡La quiero tanto! Es un tesoro. Es buena. Pluriempleada. Una superviviente. Su motivación vital es dar de comer cada día a su hija, que tuvo con 15 años. Le han pasado cosas muy fuertes en la adolescencia. No es rencorosa, pero tiene dentro de sí tantos kilos de dolor que lo lleva en la mirada. Tiene el carácter algo agriado por los palos que le ha dado la vida; un toque de amargura. También es muy actriz. Le da la vuelta a cualquier situación; es la mejor improvisando si con eso va a poder darle de comer a su hija. Puede pasarle la mayor desgracia del mundo, pero a los dos minutos ya se ha inventado la solución. Raimunda es un torbellino, una fuerza de la naturaleza, nada la para, nada.
–A usted le gusta cambiar de perfume para cada personaje. ¿Cuál ha utilizado con ella?
–Ninguno. Ella no tiene tiempo de ponerse perfume. Trabaja con lejía, pero se cuida mucho. Tiene esa mezcla del pueblo y del barrio. Es una tía de Vallecas de las que se arreglan para ir a limpiar los baños del aeropuerto. Me encanta eso, me da una ternura… Tiene una dignidad increíble, y un respeto a sí misma, a su familia, a sus valores. Vive aquí abajo (se echa mano a las caderas), en la Tierra. ¿Sabes una cosa que me ayudó mucho? El culo.
–¿El culo?
–Es que el culo que llevo no es mío. El día que nos lo probamos encontramos a la Raimunda. Estábamos ensayando, fuimos a hacer las pruebas de vestuario y me lo puse. Me da otra manera de andar, de moverme, de sentarme. Ella vive más aquí abajo, mientras que yo soy más de aquí (se echa mano al cuello), por tantos años de ballet clásico. El culo fue clave. Me encantaba; a veces me lo llevaba por ahí.
–La película está impregnada de la presencia de la madre ausente de Almodóvar. ¿La conoció?
–Sí, una mujer increíble. Hicimos un viaje a Santiago y me contó emocionadísima lo mal que lo pasó cuando Pedro quería dejar su trabajo en Telefónica para dedicarse al cine, y el miedo que ella tenía. Lo recuerdo como uno de los momentos más bonitos de mi vida. Ese día el Rey le daba un premio a Pedro y a ella le hacía mucha ilusión conocerle. Era una mujer muy especial, con un corazón enorme. Un ángel.
Miss paranoia y yo
–¿Cómo la llama Almodóvar?
–Pe, o Penélope, o… Miss Paranoia, cuando le pregunto 800 veces la misma cosa sobre una toma.
–¿Sigue siendo la perfeccionista y autoexigente de siempre?
–Yo creo que eso me viene del ballet. Me marcó mucho, me dio una disciplina que me ha ayudado mucho pero que, llevada al extremo, te convierte en un control freak y te hace sufrir. En el rodaje no soy así, me niego. En el rodaje quiero estar en manos de alguien en quien confiar, y dar y buscar. Pero no me parece algo malo querer llevar las riendas de lo que pasa en tu vida. Quizá llamaba la atención que desde pequeña tuviera esa tendencia. Era una mocosa de 16 años y ya estaba con el piloto de control encendido en cuanto me hacían una entrevista, obsesionada porque no se me malinterpretara. En eso no he cambiado, pero estoy más relajada, quizá porque he tenido buenas experiencias, no sólo las negativas, en las que te abres a alguien que da vuelta tus palabras completamente . He aprendido a ver las cosas con un poquito más de distancia, pero antes tuve que pasar por lo otro. Siempre me ha parecido mejor dedicar el tiempo a eso que a ir a ponerme hasta el culo de lo que sea a una discoteca. Mi relación conmigo misma ha tenido períodos bastante complicados, y otros fáciles como la seda. He vivido y he sentido muy claramente los dos opuestos.
–¿Y de qué depende?
–De cosas tan simples y básicas como las recetas de la abuela: comer mejor, tener tus horas de descanso, de sueño, tu tiempo para estar sola. Ha habido temporadas largas, de uno o dos años, en las que no me cuidaba nada. No me refiero a salir, beber o drogarme, que odio las drogas. Me machacaba a trabajar a unos niveles insanos que yo misma me exigía. Ahora también trabajo como una mula, pero respeto más mis horarios, me mimo más. Y, aun así, a cualquiera le parecería una locura el ritmo de vida que llevo.
Hollywood y yo
–¿Cuándo sintió que había sorteado el peligro de ser la chica latina de moda en Hollywood?
–Nunca me sentí así. Nunca me creí el boom del principio, cuando siempre influye la novedad: eres la nueva. No hice más plan de futuro que cuidar cada trabajo lo más posible. Y atreverme a decir que no a algunas cosas tentadoras que podrían haberme encasillado en un lugar en el que no me sentía bien.
–¿La chica sexy?
–Me aburre mucho. Hay una tendencia a poner etiquetas que me pone muy nerviosa, a meter a cada uno en un saco: el rebelde, el sexy, el intelectual… Se intenta llevarte a un territorio donde estés todo el día quejándote de que se te está encasillando, y hay gente que se queja tanto que ellos mismos se meten. Es una trampa. El caso es que si decido hacer una enfermera lesbiana coja en Juegos de mujer (John Duigan, 2004), pero a la vez me ha llegado una propuesta de una superproducción de un estudio muy tentadora, lo que pienso es: Quizá la que voy a hacer la vea menos gente, pero a la larga me va a evitar meterme en el otro saco, que es lo que yo siempre he intentado. Me refiero a esos personajes que los lees y te quedas igual, que no te inspiran, que no te ves dedicando dos meses de tu vida a buscar, a indagar en ellos. Siempre tiene que haber algo que me motive.
–¿Cómo es su día a día en Los Angeles?
–Salvo algún estreno, entrega de premios o celebración de amigos, salgo muy poco. Es un sitio donde me vuelvo estudiante, siempre me apetece estar aprendiendo cosas nuevas. Ahora voy a hacer un curso de fotografía para poder retocar fotos digitales. Y tengo mis reuniones con productores, directores o ejecutivos de estudio, porque quiero empezar a desarrollar mis propios proyectos. Es gracioso ver eso de cerca. Y he aprendido mucho en estos años sobre producción, business. Alguna vez vienen conmigo mis agentes, pero me gusta ir sola a mis reuniones. Como con las entrevistas: hay gente que prefiere que su publicista esté delante, y yo no. Aprendes a defenderte tú mismo. Con un director tampoco se me ocurriría ir acompañada de un agente, por muy bien que me lleve con ellos.
–¿Cuál es el mayor tiempo que ha pasado sin que le llegara un proyecto apetecible?
–A veces no he rodado en un año. Si no había nada que me motivara de verdad he intentado cuidarme y no meterme en un rodaje en el que no confiara. Y eso no significa que todos en los que me haya metido hayan ido bien, pero al menos siempre me he metido en ellos con ganas.
–¿Ha hecho amigos en Hollywood?
-Sí, Salma (Hayek). Y a Antonio (Banderas) y Melanie (Griffith) también los considero amigos. Siempre se han portado muy bien conmigo. Y Tom (Cruise) y su familia: siempre serán mis amigos. Y otros no tan famosos… Gente que he conocido trabajando. Tengo otra amiga que vive conmigo por temporadas en Los Angeles. Es muy diferente de cuando llegué, cuando no conocía a nadie: un día me pasó algo por la noche, levanté el teléfono y la única amiga de confianza que tenía no estaba. Tuve una sensación terrible de lejanía de mi gente, porque tampoco quería llamarlos y preocuparlos.
–¿Qué opina de ese descenso de popularidad que ha tenido la imagen pública de Tom Cruise en este último año?
–Yo sólo puedo decir que es muy buena persona. Y como lo conozco muy bien, sé de lo que estoy hablando. Tanto él como su familia, sus hijos, su madre, son gente maravillosa, y han estado ahí siempre que les he necesitado. Hemos hablado hace cuatro días. Somos amigos y me ha demostrado de muchas maneras que es una persona con un corazón increíble.
–Paralelamente a su carrera ha cultivado una imagen glamorosa ligada a la publicidad y la moda.
–Cada vez más actores lo hacen en Estados Unidos. Y en Japón siempre se ha considerado muy positivo. En mi caso es tan simple como que me llega algo que me apetece hacer, con alguien que me interesa, como pudo ser Ralph Lauren, o ahora Puff Daddy, y lo hago.
–La maternidad. ¿Se le ha dormido un poco el deseo de ser madre?
–No, pero el deseo de adoptar se va igualando al deseo de tener mis propios hijos. Me sorprendería mucho la vida si no acabo teniendo mis propios hijos, porque siempre me he visto muy madre, pero lo de adoptar cada vez lo veo más claro también. He visto cosas tan fuertes en algunos de mis viajes…
–¿Qué lugar ocupa ahora el budismo en su vida?
–Siempre ocupará un lugar muy importante. Llegó a mi vida en una época en la que lo necesitaba, y me ayudó mucho, me dio mucha paz. Pero nunca he tenido una sola religión. Mi familia es católica, pero no nos han educado en la ortodoxia. Rezábamos en casa, cada uno por su lado, y cada uno de nosotros tiene una relación única, muy privada, con la religión.
–¿Qué opina de la cienciología [corriente de la que es adepto Tom Cruise]?
–Los he visto ayudar a muchas personas. Yo odio las drogas porque he visto cómo han destrozado la vida de mucha gente; me parece que si alguien quiere dejar de vivir en ese infierno necesita ayuda, y he visto cómo esa religión, o filosofía, o modo de vida, como se quiera llamar, con su programa antidroga les ha ayudado.
–¿Alguna vez la ha utilizado en su vida?
–Utilizarla es leerla y entenderla. Tú lees un libro budista y puedes aplicarlo a tu vida de la manera que necesites. Un libro de la cienciología igual. O un libro zen. Y yo siempre he estado muy abierta a aprender. Me interesa la religión en ese sentido. Y lo que más me interesa de todo es la tolerancia. Yo tengo un gran problema con la intolerancia (se pone muy seria), que me provoca un rechazo brutal (más seria). Creo que hay que respetar mucho el camino de cada uno. Si alguien me mirara mal por no ir a la iglesia cada día, me sentaría fatal. A mí me ha ayudado con muchas cosas. Igual que me ha ayudado el budismo. ¿Dónde está escrito que yo tenga que elegir una sola religión en mi vida?
