«¡Fui la primera en decir que las mujeres nos depilamos el bigote!»

EN ARMONÍA. Encontró su lugar en el mundo y una forma de trabajar que la hace feliz. Lo pudo hacer gracias al éxito de su plum
Hija pródiga de familia numerosa, actualmente es la mayor dibujante mujer de la Argentina. Fue descubierta por el editor de una revista femenina y sus cómics de Mujeres alteradas la volvieron famosa también fuera del país. Reside en Uruguay, prepara un nuevo libro para 2008 y asegura que, papel y tinta mediante, no teme ser franca y directa.

EN ARMONÍA. Encontró su lugar en el mundo y una forma de trabajar que la hace feliz. Lo pudo hacer gracias al éxito de su pluma
Dice la leyenda que los Burundarena eran tantos de familia que en la casa no se notaba si faltaba alguno.
—¿Es cierto, Maitena?
—Eso pasa en todas las familias numerosas –se ríe francamente–. Eramos siete hermanos. Bastante traviesos y rebeldes, además. Supongo que cuando faltaba uno, lo que había era un poquito menos de desastre y algo más de tranquilidad. Así es que si había seis en vez de siete, nadie se daba cuenta. ¡A mí me encantó esa escena de Mi pobre angelito, cuando los padres descubren en el avión que les falta el chico! La gente dice: “¡Mirá si recién ahí te vas a acordar del chico!”, y yo les contesto que sí es posible que eso ocurra.
—¿Y todos tenían tantas habilidades como vos?
—Mirá, mi madre es arquitecta y, cuando éramos chicos, la verdad es que estábamos muy estimulados. Siempre teníamos material de trabajo a mano: papel, lápices, crayones, témperas. Estaba bien visto que dibujáramos. Eso depende mucho de las casas. Fijate que el otro día una amiga de mi hija menor, la de 7 años, vino a casa y cuando le propusieron dibujar, preguntó : “¿Para qué?”. Me sorprendió porque, te repito, en casa el dibujo estaba muy bien visto. Además, a mí no sólo me gustaba dibujar, sino que era una buena manera de que no me llamaran para hacer otras cosas. Si mamá me veía con los lápices en la mano, ¡mandaba a otro hermano a buscar el pan! Y la verdad es que hoy pienso que esto era bueno, porque a mí me transmitió siempre la idea de que dibujar era algo muy importante. No era un juego…
— Todos tus dibujos, tus mujeres alteradas, son infinitamente libres, reales y provocadoras. Muchos se preguntaron en su momento por qué una revista más bien conservadora como Para Ti te contrató como humorista estrella…
—Bueno, yo también me sorprendí entonces. Imaginate que en ese momento yo estaba haciendo historietas eróticas en la revista Fierro, en Cerdos y Peces, en revistas francesas te diría que pornográficas. Con lo cual el perfil no daba ni ahí. También dibujaba para Sex-humor unos personajes que eran impresentables. Pero tenía un amigo periodista, Daniel Pliner, con el que habíamos trabajado en muchas revistas. Yo, claro, como ilustradora. A Daniel le interesaba la manera en que yo contaba el mundo de la mujer, hiciera lo que hiciera la protagonista. Yo ya había tenido una tira en Tiempo Argentino haciendo humor sobre una madre y una hija. Daniel dirigía entonces Para Ti y me dijo que pensara una tira semanal para la revista. ¡No te puedo decir mi sorpresa! “¿Yo?”, le pregunté, azorada. “Sí –me dijo–, vos lo podés hacer.”
—¡Qué ojo, Daniel Pliner!
—Eso se llama ser un buen editor. Yo me siento muy contenta de haber pertenecido a una época periodística de grandes editores. Pliner, por supuesto. También Chiche Gelblung en Gente. Hubo mucha gente con la que fue un placer trabajar. Tenían buenas ideas y eran audaces. ¿Sabés por qué? Porque tenían ojo, sabían ver, sabían inventar cosas, sabían por dónde pasaba el latido, el pulso de la gente. Porque fijate que fue muy agudo lo de Pliner, ¿eh? Cuando me dijo que yo podía hacer esa página en Para Ti, fue una revolución en mi vida, ¡porque a raíz de eso descubrí que sabía muchas cosas que yo no sabía que sabía! De repente, me puse a dibujar el mundo cotidiano de las mujeres. Imaginate: yo estaba separada, era un desastre, salía de noche, iba a los festivales de rock, ¡andaba en campera de cuero con los pelos todos parados!
—Como tus dibujos…
—Además, ya tenía dos hijos. Imaginate, fui madre a los 17 años. No tenía nada que ver con la típica “madre Para Ti ”. Parecía imposible, entonces, que yo pudiera contar algo creíble para ellas, que mi vida fuera parecida a la de esas madres. Y mirá lo que son las cosas: ése fue un prejuicio mío, un error muy grande, porque a través de esa experiencia aprendí mucho sobre mí misma y me di cuenta de que era mucho más parecida a esas mujeres de lo que yo pensaba. Se me hizo un clic y me puse a contar mi problema de mujer a raíz de lo que veía en las otras mujeres. Me di cuenta de que, más allá de que tuviéramos vidas diferentes, nos pasaban las mismas cosas. Eramos felices por los mismos motivos, y desgraciadas por las mismas causas. Nos interesaba el cuerpo, los hijos, lo profesional, la pareja. Nos sentíamos horribles si estábamos gordas y feas, y divinas si estábamos enamoradas.
— Quizá lo tuyo consistió en tener la desfachatez de revelar todo eso, esa gran intimidad secreta.
—Algo de eso, sí. ¡ Yo fui la primera en decir que las mujeres nos depilamos el bigote! En hablar de nuestros amantes…También reconozco que fui muy desfachatada con el cuerpo. Avancé mucho con el tema del cuerpo, con la ropa interior, con la palabra “orgasmo”. Fui ganando terreno, ganando confianza, pero todo esto no lo hice sola. Lo que tiene de lindo Mujeres alteradas es que es un trabajo que pude hacer con las lectoras. Me animé a contar cada vez más cosas a medida que recibía la respuesta de las lectoras. Todas escribían (¡porque en aquel tiempo se mandaban cartas!): “A mí me pasa exactamente lo mismo que a vos”. Yo entraba a la Editorial Atlántida y en el ascensor ya me preguntaban: “¿Vos sos Maitena? Aaahh, tu página es tal cual lo que me pasa a mí”. Eso me dio mucha confianza porque me dije: “Yo no soy un marciano, y esto quiere decir que lo que me ocurre a mí les pasa también a las demás”. Me animé a contar cada vez más cosas pero con el retorno que me llegaba de las lectoras. Si no, ¿por qué iba a confesar que me depilaba los bigotes? Había que contar todo. No sólo las cosas maravillosas. Te repito que fue muy liberador para mí y fue así que pude sacarme muchas cosas de encima.
—¿Cosas de la infancia, de tu familia? Porque tu familia fue de criterio amplio, ¿no?
—Sí, sí. Pero me saqué de encima taras culturales. De esas que uno tiene como mujer. Me puse a pensar desde el lugar de otras mujeres.
—Vos también te animás con mucho coraje a plantear cosas como lo fea que una puede llegar a estar en determinados momentos.
—No sólo lo feas, ¡sino lo miserables que podemos ser! Porque en Mujeres alteradas yo también traté de que aparecieran muchas mujeres diferentes entre sí, de distinto tipo. Por eso, incluso, no hay un personaje fijo. De repente una muy buena mina y, al rato, una que es una mierda. Una mina que aprieta a un tipo; otra que le va a contar a la mujer de su amante que anda con el marido; otra que dice que toma anticonceptivos y no los toma para quedarse embarazada y engancharlo. Ese tipo de registro de cosas jodidas se da en muchas mujeres. Están las que le revisan el celular; las que, cuando él entra a la ducha, le escuchan los mensajes y le inspeccionan los bolsillos… En fin, empecé a contar eso que también es parte de la vida. Tuve allí un muy buen retorno de las lectoras considerando que lo que yo contaba era horrible. Algunas me escribían: “No digas eso”; “son cosas que no se cuentan” etcétera. Ahí me dije: “Eso es lo que justamente quiero contar”. Hablar de todo.
A Maitena le brillan los ojos verdes cuando explica con gran entusiasmo su notable aventura. Tiene la piel muy lisa y una delgadez armónica que se envuelve en uno de los guardapolvos camuflados que el talento de Churba ha creado para brindar trabajo a cientos de operarias. Cuando viaja desde Uruguay (una vez por mes), la espera un departamento emblemático de la belle epoque de Buenos Aires. Tiene ochavas y curvas que parecen deslizarse frente a la Iglesia del Salvador. Hasta el parqué de los pisos impecables sigue la curva de la construcción. El mármol de la entrada también muestra un diseño suave, sin aristas. Todo un mundo alejado de los tiempos de Maitena en el que ella, sin embargo, se mueve con absoluta naturalidad.
—No sé si me bancaría comer todos los días en un comedor pintado de rojo –explica con franqueza–. Pero como voy y vengo… En la cocina, en cambio, mirá, estoy con el modernismo.
Y, en efecto, el acero inoxidable y los colores laqueados hacen de esa habitación un paisaje de confort.
Hay un gran juego de contrastes en todo lo que rodea a Maitena. Cuando pensamos que sus Alteradas de Para Ti son best sellers en Grecia o Corea, no hay más remedio que rendirse a la evidencia de que el fenómeno humano no conoce fronteras en cuanto a sentimientos.
—¿Te das cuenta? ¡Hasta en Islandia me han publicado! –se alegra como una adolescente–. Por supuesto que no puedo controlar la traducción, pero supongo que si tiene un buen recibimiento es porque las islandesas deben reírse y temer a la vez las mismas cosas que nosotras. ¡Hay que creer en los editores! Si hay uno que leyó el material, le gustó y tiene ganas de comprarlo, es porque evidentemente encontró allí algo que luego va a vender. El que controla algunos idiomas es mi marido. Yo no hablo nada. ¡Incluso creo que ni siquiera hablo bien castellano!
Sudamericana acaba de editar (en un grueso volumen de tapas amarillas) Mujeres alteradas 1, 2, 3, 4, 5 y mientras nos deleitamos revisando sus páginas surge allí claramente el enorme monto de trabajo cumplido por Maitena:
—Qué emoción, ¿no? Es como si fuera el escaneo de tu vida…
—La verdad es que es muy fuerte tenerlo publicado todo junto. Vos sabés que me provocó una sensación muy especial. Escribí un prólogo para el libro, hice la tapa y cuando lo revisé íntegramente y miré el índice… bueno, me encontré con más de 400 historietas hablando de las mujeres y de las historias de todos los días de las mujeres. Y te aseguro que si me quedaba alguna culpa por haber dejado de trabajar… bueno, ¡¡¡se me fue!!! Me di cuenta frente a este libro de que he trabajado muchísimo. Que allí hay una cantidad impresionante de trabajo. 500 páginas de dibujitos… es muy lindo verlos todos juntos y advertir el proceso. La diferencia que hay entre los primeros y los últimos. Yo quiero mucho este libro. Además, porque Mujeres alteradas me cambió la vida.
—Bueno, vos hablás de la culpa por haber dejado de trabajar, pero en realidad…
—No dejo de hacer cosas, por supuesto. Lo que he dejado es esa obligación terrible de “entregar” a tiempo para el cierre semanal. Todos los viernes, la página. Todos los viernes, la página… como en un sinfín. Vos sabés cómo es el periodismo gráfico y ésta es la parte que genera mayor tensión. Para mí significa que uno siempre está debiendo algo. Entregar, entregar, entregar… Con mi manera de ser ya no me lo bancaba más. Eso de tener que ser inteligente, divertida, simpática, con el reloj en la mano, creo que, al fin, es negativo para el trabajo. En el apuro terminás entregando lo que te salió.
—No todos los creadores son tan… honestos, diría, en este tema. No todos reconocen lo que vos estás diciendo.
—Puede ser. Pero, te repito, había semanas en las que entregaba cosas que no me dejaban contenta, que yo normalmente no hubiera publicado y que eran el fruto de no tener nada especial que decir. En cambio, cuando se me ocurre algo bueno, desarrollo esa idea y me entrego. También dejé la entrega semanal porque me pareció que había cumplido un ciclo, agotado una temática. Revisando el índice me di cuenta de que allí he hablado de todo. Entonces diría que hubo algo personal, una necesidad de encontrar otra cosa. Yo no soy la clase de dibujante, de humorista o de artista que durante 25 años hace las mismas cosas. A mí me gusta mucho saltar a otro tema. Cuando Mujeres alteradas estuvo en su pico de éxito, lo dejé y me fui a La Nación a hacer Superadas . Cuando llegué, no me quería nadie. Me puteaban, las cartas que recibía eran horribles, todas en contra, y por eso fue un desafío. Anduvo muy bien y fue maravilloso. Cuando decidí irme, las cartas me retaban: “¿Cómo te vas a ir?”, decían. Después hice Curvas peligrosas, me fui a la revista (de La Nación) y me quedé allí cuatro años. Tampoco entendían en el diario que me fuera de la última página diaria del cuerpo central a la revista de los domingos. En eso soy muy honesta.
—¿Y cuándo decidiste irte a vivir a Rocha, en el Uruguay?
—Ya hace seis años que estoy allí en forma permanente. Venía de muchos veranos y me gustó tanto el estilo de vida que decidí quedarme. Qué sé yo. Realmente no sé qué me pasó. No es que yo pensé: “Ay, quiero esto”. No, fue al revés. Me fui quedando. Cada vez la pasé mejor y así encontré un lugar, ese lugar… Te repito: allí estoy muy bien. Con mi marido (Daniel Kon), con mi hija de 7 años, con mis hijos grandes que le llevan 20 años. Escribiendo, dibujando, leyendo y viendo cine. En Rocha empecé a encontrar tiempo para hacer cosas que en la ciudad resultaban imposibles. Fijate que la ciudad te fagocita. Siempre estás invitada a algo en donde no podés faltar: un vernissage de no sé quién; la muestra de no sé qué. Lo cierto es que no parás. Ya no tengo ganas de hacer tantas cosas, de conocer a tanta gente.
—Entonces, ¿cómo es ahora tu nuevo orden idílico?
—Ahora no trabajo –Maitena se ríe con todos sus dientes y sus ojos verdes–. En serio. Estoy haciendo un libro que va a salir en 2008. Lo estoy haciendo muy tranquila. Es un libro mitad escrito, mitad dibujado. Es un secreto. Lo único que te puedo anticipar es que es un manual lleno de relatos, de dibujos y de cosas. Me estoy divirtiendo. Trabajo solamente tres o cuatro horas por día, lo cual me parece ideal. Trabajo de 1 a 5 de la tarde. También es un buen horario para bajar mails, etcétera. Cada mañana salgo a caminar con los perros. Andamos 10 kilómetros. Tengo mi huerta, tomo mate. La paso tan bien…
—Pero convengamos que para que sea así es fundamental contar con una sólida historia de amor…
—Mirá, hay que tener dos cosas para vivir en un lugar tan alejado. Una, vida interior (cosas que te interesen y te ocupen), y la otra, sí estoy de acuerdo: una buena pareja. No son lugares para ir solos. Podés terminar muy borracha. Todos los solos terminan igual: ¡en pedo a las 4 de la tarde! Son lugares difíciles, ¿eh? El invierno es riguroso y tenés que tener una voluntad de hierro para no terminar mal. Son lugares que, poco digeridos, te tiran abajo. En invierno, todo está blanco y ni ves el mar. A mí me encanta. En mi casa tengo el estudio arriba y hay días que miro para afuera donde no se ve nada y tengo una sensación de aislamiento protegido que me produce mucho placer. Me da ganas de quedarme en mi estudio dibujando. No quiero ni bajar al comedor. ¡Imaginate si voy a tener ganas de que me llamen del diario para entregar algo!
Y para coronar esta crónica feliz, creo que es importante hablar de un cuadro, un óleo de Gorriarena que preside el living de Maitena. En la tela hay una pareja abrazada. Ella, pelirroja, podría ser Maitena, y él la estrecha en sus brazos con pasión y ternura. Tanto que diría que desborda el lienzo.
—Este cuadro fue un regalo romántico que le hice a mi marido –de nuevo le bailan los ojos y el pelo–. Fui al taller de Gorriarena a mirar cuadros. Vos sabés que su obra es politizada y muy densa. Me gusta mucho lo que él hace, pero en cuanto a lo romántico… era medio difícil. Me senté ahí y él me fue mostrando las obras. Fue un momento muy lindo, con Gorriarena trayendo los cuadros en la mano… Debo decir que eran todos medio densos. Como regalo de amor, no daba la ecuación. Hasta que, de pronto, apareció con este cuadro increíble, con esta pareja besándose en medio de un bosque y ¡con una mujer que se parece mucho a mí! Y el hombre se parece mucho a Daniel. Fijate qué impresionante: ¡ese día, yo tenía un pulóver azul con motitas negras, ¡igual al que lleva la mujer del cuadro! Gorriarena no lo podía creer y yo, bueno, por supuesto me di cuenta de que ése y ningún otro era mi regalo de amor.